“Cualquier persona que tenga un sueño, cualquier sueño que venga a la mente, se puede realizar en el futuro si esa persona tiene la oportunidad de recibir una educación”. Quien así habla es Shahed Habbad; tiene 10 años y es refugiada siria en Líbano. Juan tiene 9 años y es de Madrid, para él “lo que intentan las personas que hacen la guerra es que (los niños y las niñas) no tengan derechos”. Ambos, Shahed y Juan, forman parte de un proyecto educativo que une rincones del mundo y enlaza las vidas y sueños de estos pequeños.
Estos proyectos requieren comprensión, análisis, compromiso y articulación. Una receta sencilla pero con propiedades esenciales para el mundo complejo en el que vivimos. Se conoce como “Educación para la Ciudadanía Global” y su objetivo es formar personas que comprendan que la teoría del batir de alas de mariposa nos afecta directamente, y que nuestras vidas están irremediablemente unidas por hilos invisibles que precisan ser identificados.
Se trata de ofrecer herramientas que permitan analizar de forma crítica cómo se han tejido las interdependencias desiguales e injustas que rigen los ámbitos político, económico, social o cultural en el mundo. Un análisis que lleva a conciencia ciudadana y, de ella, al compromiso personal y político por la justicia. Y es de ahí de donde surgen las redes ciudadanas supranacionales que presionan contra los efectos nocivos de la globalización.
Parece lógico pensar que este tipo de educación es esencial en un contexto mundial que asiste a la peor crisis de migración y refugio desde la Segunda Guerra Mundial. 60 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. Mientras, la Europa que da lecciones al mundo, parece haber perdido sus valores en el camino y atenta sistemáticamente contra los derechos humanos de miles de personas.
Europa se mira al ombligo. Olvida que la situación que se vive en nuestras fronteras es una realidad cotidiana en otros lugares del mundo. Países con condiciones peores que las nuestras acogen a cientos de miles de personas. Tal es el caso de Líbano, donde el 25% de su población, son personas refugiadas –un millón-, de las que la mitad son menores que viven bajo el umbral de la extrema pobreza.
En Europa – la región más rica del planeta-, comienzan a surgir reacciones de rechazo, desconfianza, racismo y xenofobia. Comportamientos a menudo azuzados por declaraciones políticas y (des)informaciones en los medios de comunicación. Urge dar una respuesta que, frente al miedo, genere solidaridad; que, frente al individualismo, articule una ciudadanía comprometida con los valores que dan sentido a la identidad europea y a la identidad de habitantes de un planeta común.
Esta tarea es compleja. Una educación para la ciudadanía global debe comprender los porqués y los cómos, ponerse en los zapatos de quienes sufren las injusticias. Sin empatía nunca podremos entender que toda injusticia nos afecta. La empatía debe venir acompañada de la autoestima, el respeto, la igualdad, la justicia… elementos clave para garantizar que no miramos a “los otros” como enemigos, sino como personas con quienes caminar de la mano.
Se trata de dialogar y convivir con distintas culturas. Quien se cuestiona sus propios puntos de vista fortalece la convivencia. Es imprescindible derribar estereotipos y prejuicios; respetar, valorar y convivir con personas de diferentes culturas y orígenes; y hacerlo desde las primeras etapas de nuestra vida.
También hay que participar para construir un mundo más justo. El mundo del S.XXI exige que nuestra participación política sea internacionalista. Tenemos que articularnos porque ante problemas globales solo caben soluciones colectivas sin fronteras.
La madurez de Shahed Habbad impresiona. Afirma con un gran convencimiento que le gusta aprender “porque aprendiendo avanzamos y nos ayuda a alcanzar nuestros sueños”. Shahed quiere “aprender todo lo que hay que saber”. Conmueve también la entereza de Juan, quien reivindica “el derecho a hacer amigos y a aprender cosas nuevas”.
Ojalá que los sueños de estos pequeños no sepan de muros, alambradas, guerras y conflictos. Que el pensamiento crítico, el aprendizaje emocional, la convivencia y la participación sociopolítica arrojen luz ante el miedo y dignidad ante las fronteras.
Irene Ortega Guerrero, Miembro del Grupo de Educación para la Ciudadanía Global de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo