El exilio del que vamos a hablar es el exilio republicano. Se ha escrito mucho sobre él, pero se ha hablado poco, sobre todo en España donde, durante 40 años, se negó su existencia. Una época donde nadie se atrevía a decir que tenía parientes o familiares desaparecidos detrás de las hermosas montañas de los Pirineos y que seguramente nunca volverían a ver.
Veamos el porqué de la desaparición de casi medio millón de personas, soldados, combatientes, mujeres, ancianos y niños. Todos se echaron a la carretera que une Barcelona con Francia movidos por el deseo de escapar a la terrible represión desencadenada por las tropas fascistas. Cuando se anunció que las tropas rebeldes se acercaban a la capital catalana, se produjo un movimiento de pánico y los habitantes de la ciudad abandonaron casas y bienes. Seguían al Ejército Republicano, que no tenía bastantes fuerzas para oponerse a los rebeldes.
Así comenzó la Retirada. Este nombre ha quedado como el de una de las mayores tragedias del pasado siglo, que no es avaro en ellas. La Retirada fue un verdadero martirio, un auténtico padecimiento. La Guerra Civil española fue un compendio de horrores, asesinatos, humillaciones, violaciones, robos y desprecio… nada fue ahorrado por los fascistas contra los republicanos que habían defendido el régimen legal de su país. Las atrocidades cometidas por los que ya eran vencedores todos las conocían. Franco había traído a los moros de Marruecos y les dio carta blanca: podían asesinar, robar y violar cómo y cuánto quisieran, y no se privaban de hacerlo. Fue algo que hicieron anteriormente en Asturias, donde Franco, después general rebelde, fue llamado por la República para reprimir a los mineros, durante lo que se llamó el Bienio Negro en el año 1934, cuando la derecha ganó las elecciones.
La gente sabía lo de los cuatro mil fusilados en la plaza de Badajoz por orden de Queipo de Llano. También era conocido que el general Mizzian al mando de las tropas moras entregase a las jóvenes republicanas a sus soldados para que se divirtieran… “Solo durarán 4 horas”, le dijo a un corresponsal de un periódico norteamericano que escuchaba horrorizado dar semejante orden. A propósito de este marroquí, criminal de guerra: tiene hoy día un museo en Marruecos, a cuya inauguración asistió el embajador socialista de España en Marruecos y varios mandos de “nuestro glorioso ejército”.
De los pueblos de Barcelona, de los pueblos de toda Cataluña, la gente se unía a aquella desbandada que escapaban con sus escasos bienes a cuestas, en carros, en mulos… casi todos a pie. Poco a poco, en el transcurrir de su vía crucis, iban abandonado sus recuerdos en la cunetas… otros abandonaban allí sus vidas. El ejército fascista aprovechó la ocasión que se le brindaba para continuar el genocidio programado contra los republicanos. Los aviones aparecieron, ametrallando a todo el mundo, no solo a los soldados de un ejército que huía, sino sobre todo a los civiles. Después de cada ataque, la carretera y los campos quedaban llenos de cadáveres que nadie podía enterrar… aún más desaparecidos.
Por fin avistaron la frontera. Medio millón de republicanos se aprestaban a dejar su país. Unos pasaron por La Vajol, pequeño pueblo escondido en la montaña del lado francés. Otros, la mayoría, pasaron por El Pertús, municipio donde acababa la carretera española y empezaba la francesa donde, aparte de cuatro casas, no había gran cosa para acogerlos. Les esperaban los gendarmes franceses, dispuestos a desarmarlos y sin ofrecerles ningún abrigo, los niños y las mujeres sufrían horriblemente a causa del frío. En las fotos que conocemos podemos ver ese martirio a través de sus ojos.
Uno de los pasos más dramáticos fue el de la Cerbère. Para llegar al paso de Francia desde Port-Bou hay que subir una empinada cuesta, que los fugitivos subían viendo ya cerca su salvación. Pero se equivocaban. Los aviones seguían ametrallándoles en picado. Los franceses habían instalado baterías antiaéreas en la cima y tiraban continuamente formando una barrera para evitar que los aviones fascistas bombardearan al otro lado de la frontera. Abajo, en Port-Bou estaba el túnel que unía la última estación de España con la primera de Francia. Algunos, muchos, se refugiaron allí para evitar el bombardeo, pero de nada les sirvió… el túnel fue bombardeado y todos murieron allí.
A los que consiguieron pasar al otro lado les esperaban también los gendarmes para conducirles al que sería su destino, el siniestro campo de Argelès. Entre los que pasaron por allí había una mujer con dos niños de la mano, que había llegado hasta aquel paso desafiando las nieves de la montaña de Olot. Venía de más lejos, de Asturias, de donde escapó con sus hijos. Cuando cayó el País Vasco, unos cuantos barcos llevaron hasta Francia a los que fueron los primeros exilados. No fue fácil llegar. Los barcos fascistas, como antes la aviación, les esperaban para hundirlos con su carga de mujeres y niños.
Los barcos de la Royal Navy se interpusieron, amenazando a los rebeldes con sus cañones. Así consiguieron llegar a las costas francesas. De aquellos refugiados algunos se quedaron en Francia y otros volvieron a Cataluña para continuar la lucha. Mi suegra, pues se trata de ella, volvió a Barcelona, con mi futuro marido y mi cuñada, donde pensaba encontrar a su marido, que quedó defendiendo La Felguera. Cuando seguía la ruta que le llevaría a las arenas del campo, de la mano de sus hijos, aún no sabía que ya hacía un año que su marido había sido fusilado por los franquistas. En la actualidad, sus restos reposan en la Gran Fosa de Oviedo junto a 1600 compañeros.
Cuando pasaron la frontera con Francia, los combatientes republicanos pensaban que estaban llevando a cabo un repliegue táctico. La idea de muchos era que volverían a entrar por otras fronteras para continuar la lucha en Madrid, que aún era libre. Sus ilusiones duraron poco. Desarmados y maltratados fueron conducidos a los campos del sur de Francia, donde nada había previsto para acogerlos. Sus sufrimientos fueron indecibles, al hambre, al frío y a los malos tratos se unía la humillación. Tanto los combatientes como los civiles no comprendían que se les acogiese en Francia como facinerosos, después de haber defendido el régimen legal de su país. Eran el ejército regular y, sin embargo, se les maltrataba como si se les reprochara haber defendido la democracia frente al fascismo y eso, en un país democrático y republicano, nadie podía entender semejante cosa.
Casi todos desconocían la propaganda que la Iglesia Católica en Francia y la derecha francesa, próxima al fascismo -como luego se vio- hacían, presentando a los republicanos como unos endemoniados rojos, diciendo incluso que les había crecido un rabo. A nuestros valientes soldados se les representaba como delincuentes, mientras que los rebeldes asesinaban por doquier… pero de eso en Francia nadie quería saber nada.
Argelès, Barcarès, Saint-Cyprien Septfonds, y algunos más, son nombres que permanecerán para siempre en la historia de la pasión española. De uno de aquellos lugares, Gurs, dijo el poeta francés Louis Aragon que su nombre sonaba como un sollozo… el sollozo de todos los españoles que sufrieron martirio entre sus alambradas.
No debemos olvidar el Campo de Argelès. Ese campo no era más que una inmensa playa, preparada para la acogida de civiles y combatientes añadiendo alambradas. La principal preocupación de las autoridades era que no pudiesen escapar… de allí no se salía sino muerto, “con los pies por delante”, como se decía. El frío de aquel mes de febrero fue tremendo y la Tramontana helada no dejaba de soplar. Para guarecerse no disponían más que los agujeros que hacían en la arena y que tapaban con las mantas que llevaban. Los hombres de un lado, mujeres y niños del otro… así se separaron familias que nunca mas se encontrarían.
Para reprimir cualquier protesta, los franceses dejaron la guardia del campo en manos de los senegaleses, compañía de soldados africanos a las órdenes de los colonialistas. Como los moros en España, tenían manga ancha para practicar todas las arbitrariedades que quisieran. La distracción de aquellos monstruos era patear con sus caballos a los que se tumbaban agotados en la arena… muchos refugiados murieron bajo las patas de sus caballos. La disentería proliferaba y no tenían medicamentos y ni siquiera wáteres para hacer sus necesidades. Cuando se acercaban al mar para aliviarse, los senegaleses se echaban con sus caballos sobre ellos y los pateaban entre las olas. Los combatientes encontraron una manera de defenderse -los años de lucha les daban experiencia-: cuando un caballo se les echaba encima al galope, ellos les cogían de las patas de delante tumbando a la montura y al jinete. A consecuencia de estas acciones, muchos de ellos se llevaron auténticas palizas.
El tiempo fue pasando y los campos se vaciaron; algunos internados consiguieron escapar; otros se rindieron a las presiones de las autoridades francesas y volvieron a España. Las seguridades que dieron los fascistas para su regreso no sirvieron de nada, todos acabaron en la cárcel o enviados a campos de trabajo. Así se construyó el Valle de los Caídos… aunque en este caso los caídos fueron los trabajadores forzados que allí murieron para “mayor gloria de Dios y de España”.
Los habitantes de la región vieron la oportunidad de tener mano de obra barata, así que iban a los campos para escoger los exilados más fuertes y hacerles trabajar en el campo o en la construcción a cambio de comida y un camastro. Hoy en día sus descendientes me han enseñado las casas que construyeron sus padres, como esclavos modernos.
Otros terminaron sus vidas en el Hospital de Perpiñán, tirados en los pasillos, sobre la fría piedra de aquel vetusto edificio. Los que sobrevivieron contaban que hasta el último momento todos soñaron que volvían a su país y a su pueblo.
Algunos fueron obligados a alistarse en el ejército o en la Legión Francesa… la guerra con Alemania comenzaba y se necesitaba “carne de cañón”. El destino de estos soldados no fue menos horrible. La guerra con Alemania no duró mucho, ya que los franceses no opusieron gran resistencia a los nazis. Tenían muchas razones para ello, ya que la guerra del 14-18 había despoblado el país y nadie quería volver a vivir aquello. Por otra parte, los mandos del ejército simpatizaban con el nazismo, cualquier cosa antes que la “mala hierba” del Frente Popular. También pensaban así los grandes industriales: un régimen fascista en Francia sería la ocasión de recuperar los pocos derechos que los trabajadores habían arrancado con su lucha al Frente Popular.
A los republicanos españoles se les llamaba “l’armée en déroute” -el ejército derrotado-, frase sacada de un célebre verso de Víctor Hugo. En este caso los derrotados fueron ellos y no pararon de correr hasta que el país se rindió a las tropas alemanas y puso al siniestro mariscal Pétain al mando del Estado. Ese mariscal de Francia había encontrado la gloria durante la guerra del 14-18 y su mayor “hazaña” fue la de diezmar el ejercito fusilando a los soldados que protestaban por la manera inhumana con que les trataban los mandos y por la dureza de la guerra. Pétain colaboró sin complejos con Hitler y al pueblo francés le pareció muy bien dicha colaboración, ya que les aseguraba la tranquilidad y en fin de las hostilidades. Algunos patriotas franceses prefirieron exilarse en Inglaterra, donde fueron acogidos mejor que ellos acogieron a los antifascistas españoles. Otros entraron en la Resistencia, una resistencia a la que darían su carne y su sangre los españoles.
Recordemos el destino de los que se alistaron en el ejército francés. Esa opción les daba la posibilidad de salir de los campos donde tanto padecían y, además, el hecho de proseguir la lucha contra el nazismo les gustaba, no era más que la prolongación de su guerra en España. Como decía, la guerra duró poco, y la mayoría de estos soldados se encontraron prisioneros de los fascistas, los mismos a los que combatieron en su país.
Los alemanes se dirigieron al ministro de Asuntos Exteriores de la dictadura Serrano Suñer para preguntarle qué podían hacer con los prisioneros y con la masa de refugiados que se encontraba en Francia. La respuesta fue tajante: “no son españoles, les retiramos la nacionalidad y podéis hacer con ellos lo que queráis”. Esa respuesta asesina fue la causa del exterminio de los españoles en unos y otros campos. Serrano Suñer murió hace unos años, respetado y ensalzado por escritores y periodistas que se llaman demócratas… nadie le reprochó sus crímenes… otro efecto de la Transición que nos condenó al olvido.
No todos los exilados permanecieron en Francia. Algunos de ellos consiguieron llegar hasta Méjico, único país que aceptó de buena gana un contingente de refugiados. Muchos de los que allí llegaron eran intelectuales que durante la prolongada dictadura se ocuparon de que no se olvidara la República robada por los fascistas.
Otro país que aceptó un número restringido de republicanos fue Chile. Pablo Neruda, el poeta chileno que murió de pena al tener que enfrentarse con otra dictadura que siguió los pasos de la nuestra, -pionera en genocidios-, consiguió que su país fletara un barco. De esta manera pudo salvar a algunos republicanos del exterminio que les esperaba en Francia. Tengo que señalar que parte de los gastos los pagó de su bolsillo
Un número muy reducido de republicanos consiguieron llegar hasta la Unión Soviética y refugiarse allí. La historia de los que quedaron en Francia y consiguieron escapar de las garras de petanistas y alemanes está llena de actos heroicos. La Resistencia francesa se nutrió de aquellos soldados, aguerridos en la lucha antifascista. Los españoles participaron en todos los actos heroicos de la Resistencia francesa. Conociendo bien las fronteras pasaban los evadidos de Francia, los paracaidistas aliados y otros prisioneros que podían escapar del país gracias a ellos. Al final de la contienda muchos de ellos recibieron importantes medallas de los aliados… otros fueron olvidados.
Hubo también los que siguieron caminos distintos y pudieron alistarse en las tropas aliadas y participar en la guerra de liberación de Europa. Los primeros tanques de la división Leclerc que entraron en París estaban conducidos por españoles y lucían los nombres de grandes batallas de la guerra de España: Guadalajara, Madrid, Belchite, Brunete o Ebro.
Aquella guerra era la suya, la guerra contra los fascistas. Una vez vencidos estos, tanto en Alemania como en Italia, sólo quedaba España, donde la cruel dictadura no había dejado nunca de llevar a cabo el genocidio contra los republicanos. Era natural que el último país fascista fuera liberado también. Los generales a las órdenes de los cuales habían luchado en Europa así lo habían prometido y en ello confiaban.
Una vez firmada la paz, los soldados republicanos, los jóvenes exilados, se concentraron en las montañas de los Pirineos esperando las órdenes de entrar en España, cosa que creían que se haría en concierto con las tropas aliadas… así lo creían y no fue así. Nada pudo convencer a los vencedores de liberar también España. La agonía de un pueblo en manos del fascismo no les interesaba. La heroica lucha de los republicanos que resistieron durante tres años al fascismo que ahora ellos habían vencido, tampoco se tenía en cuenta. Los intereses políticos de esas naciones capitalistas pesaban ante todo.
Los ingleses prometieron a Franco, a cambio de su neutralidad, la devolución de Gibraltar y su apoyo una vez la victoria conseguida. Esto último lo hicieron… en cuanto a Gibraltar, sigue sin ser español.
Los americanos tenían otras razones. Franco les convenía, era defensor de los intereses capitalistas, como ellos y anticomunista, como ellos además. Sabían que el enfrentamiento con la Rusia Soviética era ineludible y que la “guerra fría” no tardaría en comenzar. Les convenía tener en el poder al “centinela de Occidente” -como Franco se autoproclamaba-, gran perseguidor y exterminador de comunistas y demócratas. Si en un principio los europeos fueron reticentes con la dictadura, pronto siguieron las órdenes del amo americano.
El año 53 vio los acuerdos de la dictadura con los Estados Unidos. El gran patriota les cedió parte de nuestro territorio para ubicar sus bases, vendió trozos del país donde la soberanía española no existía, zonas en el que el único derecho que regía era el del imperialismo. Estas bases sirvieron para todos los ataques y guerras que los imperialistas emprendieron -también allí reinaba la ley de la CIA. Este estado de cosas todavía se mantiene, aunque las bases que existen hoy día pasan por ser conjuntas con el estado español, en realidad nada ha cambiado. De allí han partido ataques contra Afganistán, allí se reciben los aviones en los que la CIA ha conducido a prisioneros no identificados a su centro de tortura y muerte en Guantánamo. El gobierno dice no saber nada, puede que sea verdad, pero en todo caso debería saber lo que pasa en su territorio, o quizás se trate de un territorio que sigue sin pertenecernos.
El apoyo de los Estados Unidos y el concordato con el Vaticano, que daba a la Iglesia todo el poder que deseaba, acabó por afianzar la dictadura, el exterminio de los republicanos garantizaba además, un silencio de muerte. Todos al suelo.
Por todas estas razones los aliados no quisieron ayudar a los exilados a reconquistar la patria que habían perdido. Los que tanto habían luchado y esperado, no podían aceptarlo. Reunidos en las montañas emprendieron la marcha hacia el país que perdieron, ellos solos, con las armas que habían podido recuperar en su lucha contra los alemanes, sin contar con otro apoyo que el de algunos guerrilleros que continuaban luchando en las montañas de España. Aquella gloriosa gesta fue un desastre, pero mostró al mundo el valor de los indomables soldados de la República.
Las ilusiones de los exilados no terminaron ahí. Durante los treinta años de dictadura continuaron luchando y esperando que de un momento a otro el régimen cayera roído por su podredumbre. Muchos de ellos esperaron la vuelta con las maletas hechas, en habitaciones de hotel… ¿Para qué instalarnos mejor si vamos a volver? Eran visionarios, cada uno llevaba en su corazón los trozos del país que había perdido.
Los que se movían en la noche y el silencio franquista nada sabían de las tragedias que los suyos habían afrontado en Europa, al contrario, creían que su suerte era mejor que la que a ellos les tocaba, sometidos, como estaban a una feroz represión.
El exilio nunca se rindió. Durante los años negros continuó la lucha antifascista. Toulouse fue una de las capitales del exilio donde se habían concentrado muchos de los republicanos supervivientes. Desde allí los luchadores enviaban gente al interior -como se decía-, apoyaban a los que allí se enfrentaban con la represión, o bien iban a su país para continuar luchando, como siempre habían hecho, por la República. Muchos de ellos lo pagaron con su vida, recordemos a Granados, Delgado, Grimau, Cristino García y tantos otros que no se rindieron nunca… todos luchaban conjuntamente con los exilados. El exilio de los republicanos fue un exilio de lucha y resistencia.
Los nuevos exilados que fuimos llegando a Francia debido a la represión también éramos considerados como refugiados. Se nos daba una carta de nacionalidad, ya que no éramos españoles (al pedir refugio perdíamos la nacionalidad española), algo totalmente necesario, porque en caso contrario estábamos expuestos a que la dictadura pidiera nuestra extradición e incluso que se nos llevase a la frontera por la fuerza. Esta carta de nacionalidad conllevaba una condición, el compromiso a no ejercer ninguna actividad política en el país. Debo deciros que fue una condición que nunca cumplimos.
También debíamos explicar por escrito los motivos de nuestra petición de amparo. Interrogados por la policía francesa debíamos dar nombres de partidos y militantes, algo que tampoco cumplíamos. En principio estas informaciones debían quedar en Francia, pero de hecho no era así, estaban propiciadas para que la policía española las utilizase contra los antifranquistas. Todos nos las arreglábamos para despistarles como podíamos.
Así pudimos continuar la lucha antifranquista desde el país vecino. Ya no eran los que pasaron la frontera en retirada los que luchaban en solitario, también lo hacían sus hijos, y desde el exterior -como se decía- se apoyaban las luchas que en España se extendían. Luchas sindicales o políticas, protestas contra la represión… los exilados nunca dejaron de apoyar todas estas acciones.
Antes de terminar estas líneas quisiera recordar el terrible caso de Granados y Delgado, compañeros de las Juventudes Libertarias que fueron enviados desde Francia a España con una misión de toma de contacto con los grupos de Madrid. La policía los detuvo y les acusó sin pruebas de haber puesto unas bombas que estallaron, sin víctimas en aquellos días. El hecho de que los que habían ejecutado realmente la acción se declarasen culpables, no sirvió de nada. Fueron juzgados por un tribunal militar y ejecutados. Hoy en día seguimos batallando para que su proceso se revise -sin éxito-, ya que las sentencias fascistas siguen vigentes. También pedimos la anulación de todos los juicios de los tribunales militares de Franco por los que se condenó y ejecutó a quienes defendieron el régimen legal republicano. Juicios llevados a cabo por los mismos que se rebelaron contra la República.
La Ley de Memoria Histórica que Zapatero quiso hacernos tragar, no contemplaba dicha anulación, fue una ley injusta más, de “punto final” y que tendía a hacernos callar una vez por todas.
Es necesario que nos rindamos a lo evidente: que no habrá justicia, no habrá reconocimiento de tantas víctimas republicanas que lucharon para que hoy día haya una democracia en este país si no tenemos una República… La monarquía es heredera de Franco, heredera del fascismo y está ahí para defender a los que fueron verdugos, contra el justo clamor de las víctimas. Debemos luchar por la Tercera República… y que venga pronto. Que la traigamos todos con nuestra lucha.
Milagros Riera