Mientras en España, incrédulos y preocupantemente faltos de iniciativa, seguimos preguntándonos, todos, por qué el sistema monárquico corrupto aún se mantiene en pié, los ciudadanos europeos pero especialmente los de la Europa pobre, no descubro novedad alguna, estamos irremisiblemente condenados a soportar los perversos efectos de una crisis generada por los dueños del dinero y gestionada por sus leales y obedientes agentes a sueldo, de todo tipo y condición, se llamen éstos gobernantes, obispos y clérigos, especuladores, o periodistas y tertulianos. Estamos abocados a soportar gobiernos aparente o falsamente democráticos en su cruel y vil “cruzada” anticiudadana, obsesionados por cumplir fielmente el papel a ellos encomendado desde los centros reales de decisión. Subrayo “gobiernos aparente o falsamente democráticos” consciente de que la observación puede resultar chirriante para algún lector ingenuo, además de entusiasta del sistema, pero me ratifico en ello ante la cada vez más evidente dejación de sus deberes con que castigan a la ciudadanía y el progresivo desprecio con que recorren la “normalidad cotidiana”, todo ello en un marco de degradación progresiva de los derechos y libertades del individuo. Los gobiernos europeos, muy especialmente el nuestro, no responden, por mucho que se les llene la boca de democracia, a la voluntad de la población y mucho menos al ya olvidado ejercicio de la condición de ciudadano, sino tan solo al uso y abuso incondicional de nuestro voto secuestrado. Libertad, pero sobre todo ejercicio pleno de nuestra ciudadanía debieran ser el principio y el medio de consolidación democrática, único requisito útil en la consecución del fin: la igualdad. Sin ciudadanía, sin ejercer como ciudadanos, el voto no deja de ser un instrumento de manipulación y engaño pero, sobre todo, un intento de diluirlos, manipulación y engaño, en el tiempo. Reducir nuestra participación al derecho a votar imponiéndonos, además, los elegibles, es como efectuar una llamada telefónica marcando solo el prefijo: sabemos a quién queremos dirigirnos pero también sabemos que nuestra voluntad no va a ser considerada por nadie. Los gobiernos gobiernan incumpliendo su pacto con la ciudadanía, traicionando la confianza que manifiesta el voto. Contrariamente al mandato recibido, recortan derechos esenciales, hurtan prestaciones y atenciones sociales que conforman, deberían conformar, un modelo de estabilidad democrática. Legislan para agredir más y mejor a la población a la que pretendidamente se deben, si han de ser consecuentes con la protección y gestión de los altos intereses a los que se doblegan. Nombran, quitan y ponen magistrados a su conveniencia para que la Justicia sea solo un instrumento que les sirva para consumar sus tropelías y ocultar sus miserias, vulnerando con y por ello, un principio tan constitutivo de la esencia democrática como es la separación de poderes. Y mienten….., ocultan y mienten sin el menor pudor consagrando la estafa y la mentira como estrategia política y hasta coartada moral. Las democracias occidentales, las que se explican por la estabilidad de los mercados y no por el bienestar de sus ciudadanos, han devenido en cloacas de las superestructuras de la cúpula del poder, en vertederos de sus infamias y en crematorios de valores cívicos ya irreconocibles por insistentemente pisoteados.
El mecanismo sería, simplificando, el siguiente: Intereses económicos a su vez, supranacionales, supra culturales, supra étnicos y hasta supra ideológicos, conforman y diseñan su estrategia global de negocio a largo plazo. Son dueños del capital, de las materias primas, de los medios de comunicación, del tejido industrial y financiero y…. de buena parte de las voluntades de cuantos se nos presentan como detentadores del poder político. Controlan los tiempos, los mecanismos de engranaje social y hasta el arte de creación de opinión. No controlan, sin embargo, a total satisfacción, el comportamiento por ellos deseable del componente humano de base, del asalariado, del productor que también es consumidor y votante de sus gerentes. Dependiendo de las cifras que desean conseguir se nos tratará como sujetos de derechos, como consumidores, como artífices de los cambios, como detentadores de la soberanía nacional, como abnegados trabajadores o como vividores por encima de las posibilidades que graciosamente se nos han otorgado. No siempre se nos maneja a plena satisfacción, parece ser, puesto que surge la crisis como catalizadora del desajuste en sus previsiones. Las crisis, por lo tanto, son eventos históricos provocados cuando estiman que se han agotado las posibilidades de un modelo aplicado en circunstancias determinadas. Según este razonamiento el supuesto “Estado del Bienestar” no es más que una etapa agotada, al menos de momento, porque no rentabilizaba en su punto óptimo. Parece deducirse de ello que la agresiva estrategia más arriba apuntada vislumbra “una nueva era” del beneficio. Toca ahora retroceder cincuenta años en todo, en poder adquisitivo, en derechos, en conquistas sociales, en calidad de vida, en calidad social, en prestaciones y hasta en dignidad porque es el único camino transitable para que la generación de beneficio encuentre nuevos cauces de crecimiento. En lo único que no se retrocede, por lo visto, es en tecnología aplicada: un buen Smartphone, una buena tablet, un buen smart-tv y un buen home-cinema en 3D pueden ayudar y mucho en el empeño. Sus gerentes, por nosotros votados, asumen gustosos el papel y nos convencen de nuestra inmensa generosidad asumiendo sacrificios y de nuestra infinita capacidad para remontar las múltiples adversidades.
Evidentemente los tiempos y los ritmos no nos son aplicados con la misma rigidez en los diversos puntos del planeta. Incluso hay zonas geográficas como “el cuerno de África” que ni siquiera forman parte del engranaje. El panorama arriba apuntado responde a la inercia manifestada en los países europeos, fundamentalmente, los del sur. América del Norte, la del Sur, el sudeste asiático, Oceanía, los países emergentes. etc. conforman núcleos diferenciados en momentos también diferenciados con diferenciada sintomatología pero todos, absolutamente todos, con nuestras coincidencias y con nuestras abismales diferencias, somos piezas del mismo mecanismo diseñado por el “comité central” del macro poder.
Pero, resurgiendo de entre este pestilente síndrome degenerativo de nuestra calidad democrática, como hedionda catarsis de tan descorazonador panorama, la Historia nos ofrece una nueva oportunidad. Se nos presenta ante nosotros, aspirantes a ciudadanos, una disyuntiva ante la que cabe adoptar solo una de las dos posibilidades que se nos brinda. En primer lugar podemos optar por la total e incondicional claudicación. Debidamente convencidos, daríamos por buena la estrategia propuesta por ese “poder globalizado y globalizador” e impuesta y ejecutada por sus gestores. Escuchando mensajes, observando actitudes e intuyendo complicidades, me temo que estamos en esa tesitura. Para ser más concreto, tras haber sido saqueados y tras haber sido desplazados virulentamente de nuestra concepción de la vida, atravesamos ahora la fase terminal de la claudicación. Para que no duela tanto el varapalo, con maestría de avezados videntes, nos hacen ver luces al final de túneles tenebrosos, signos incontestables de recuperación, comportamientos positivos de los índices macroeconómicos y mil quinientas soplapolleces más. La definitiva aceptación de esta estrategia supondría lo ya apuntado: empezar todo de nuevo en condiciones de hace cincuenta años y animados por la certidumbre de un futuro al menos no peor. ¿Quién sabe? Quizás así, dentro de treinta o cuarenta años volvamos a retomar aparentes síntomas de bienestar si es que fuera lo mejor para los que ejerzan de amos entonces.
Afortunadamente, disponemos de otra alternativa que requiere de comportamientos sociales nítidamente diferenciados de los perceptibles. Me refiero a la rebelión. Qué hacer, quienes, cómo, cuándo y cuanto son los interrogantes que se nos plantean teniendo claro el por qué y el para qué. No soy yo quien dispone de las claves para que la empresa cuaje. Nadie en concreto tiene solución a tal desafío. Es y será la sociedad en su conjunto la artífice de los cambios por venir. Sin embargo, se me antoja que cualquier solución que surja de la insurrección habrá de pasar por el análisis certero de los síntomas de nuestra enfermedad, por la imprescindible unidad de acción de fuerzas y colectivos, por la fijación progresiva de objetivos y por la también progresiva consolidación del poder soberano de la ciudadanía de tal manera que la democracia pase a ser una herramienta de progreso en manos de la ciudadanía y no un pretexto para esquilmarla. Tal consideración lleva implícita la ruptura del cordón umbilical que nos une con el “macro poder” lo que convertiría la rebelión en insurrección revolucionaria. En nuestro caso, el español, el pronunciamiento republicano es deseable que constituya el pistoletazo de salida, el medio apropiado de consecución de objetivos, el fin deseado de convivencia libre y democrática y la garantía irreversible de soberanía. La rebelión habrá de traspasar fronteras y coordinarse con experiencias similares. Europa, la Europa que alcance a mirar más allá del ombligo de su prima de riesgo habrá de involucrarse porque se trata de nuestra obligación ante las generaciones venideras.
Se me antoja que tenemos trabajo por delante. Salud y República
José María Lafora