Las últimas elecciones han puesto en evidencia que los trabajadores y gran parte de las clases medias, azotados ambos por las políticas neoliberales, han decidió tomar la iniciativa en las calles para dar el salto, desde ahí, al Poder. Con el sonsonete antidemocrático y antipopular de la lista más votada, el P.P. pretende, siguiendo el modelo británico, que un tercio o menos de la población pueda gobernar, parlamentaria e indefinidamente, sobre la mayoría absoluta del pueblo. Y esa mayoría social y económica está decidida a tomar el Poder.
La clave la tiene el PSOE, uno de los partidos componedores de la transformación de los franquistas en demócratas parlamentarios, contra la voluntad política e ideológica del exilio socialista, al que Felipe y Guerra no sólo renunciaron sino que abjuraron de él. Tanto si gira a la derecha, los residuos del franquismo sociológico y clerical, como si mira a su izquierda, las nuevas formas sociopolíticas emergentes del pueblo y del nacionalismo, que nunca fueron invitadas a la “fiesta” de la metamorfosis del tardofranquista clerical, el PSOE está condenado a autoinmolarse en beneficio o perjuicio de la mayoría o minoría de ciudadanos.
Los socialistas, acomodados en el bipartidismo, han dejado de ilusionar a los ciudadanos. El socialismo, sociológicamente, ha dejado de existir en los centros urbanos, dominados por la dinámica de las fuerzas sociales, potentes por su juventud, memoria histórica, y conciencia de clase. Ya no tiene bases sociales para ganar por mayoría nunca jamás.
Si Sánchez se comprometiera a mantener el bipartidismo apoyando, en silencio o clamorosamente, al tardofranquismo clerical del Partido Popular, se deslegitimaría de tal manera que perdería para siempre, no sólo sus posiciones de izquierdas, sino, incluso de representar a parte de las azotadas clases medias. Ya les está pasando a todos los socialistas europeos que, apostando por el neoliberalismo, están siendo desplazados por otras fuerzas políticas. El bipartidismo ha muerto de éxito. Si el PSOE trata, solamente, de resucitarlo, habrá dictado su sentencia de muerte. Salvando a la derecha, no encontrará la salida a su propia existencia como partido.
Si se alía con la izquierda y los nacionalistas, cuya identidad ya perdió en Cataluña por tratar de hacer un doble juego que le superó por la izquierda y por la derecha, Ciudadanos, potenciará la conquista del Estado por nacionalistas y nuevas izquierdas autonómicas. El panorama será más parecido a la revolución cantonal del siglo XIX, durante la Iª República, que a un modelo restauracionista y corrupto de la monarquía parlamentaria canovista..
En este caso, el PSOE también estará condenado a ser, sea cual sea la estructura federal del Estado, a pasar a ser un partido residual absorbido por las nuevas generaciones políticas. Aunque sólo fuera porque éstas están más en sintonía con la realidad social urbana. Impuesto por el tardofranquismo clerical, por el neoimperialismo norteamericano y por el Capital, para seguir dominando con nuevas formas de gobierno, el sistema de la transición, está agotado.
De ahí que la lectura que deberían hacer todas las fuerzas de izquierdas, sociales, nacionalistas y republicanas no es otra que derribar obstáculos para allanar la gobernabilidad de Sánchez con ellas. Anteponiendo el punto final de cada una a la construcción del punto de partida para conseguir esos objetivos finales, sería un error de tales dimensiones que podrían impedir la formación de un gobierno de amplia coalición. Impidiendo, por esa estrategia aventurera e ilusoria, construir el primer puente hacia la transición al nuevo Estado: un gobierno de amplia coalición apoyado, si es necesario y cuando sea necesario, con movilizaciones urbanas. El Poder se conquista en los grandes centros urbanos. No en las sacristías. El PSOE, al menos, habría muerto con dignidad ante la Historia social.
Javier Fisac Seco