Quizá ha resultado oportuno el dejar pasar unos días para glosar el revulsivo que ha supuesto el reciente fallecimiento del ex presidente Adolfo Suárez, entre otras razones, para dejar patente la fragilidad de memoria padecida por los españoles. Deberíamos comenzar reconociendo que el citado político fue uno de los más denostados, hasta el grado de ser forzado a dimitir. Algo que sirvió para poner de manifiesto otra faceta consistente en lo inesperado de nuestras reacciones a la hora de mitificar personajes y sucesos.
Han transcurrido demasiados años para recordar el desprecio con que el PSOE trató a Suárez, personificado por muchos de sus dirigentes y en especial por Alfonso Guerra, quien le adjudicó el mote de “Tahúr del Missisipi”, o tildándolo de “perfecto inculto pedante de las cloacas del franquismo” y acusándolo de “regentar La Moncloa como una güisquería”. Areilza le llamaba “Curro Jiménez” y Herrero de Miñón disfrutaba haciéndole la vida imposible. La lista de insultos y descalificaciones podría considerarse interminable. Posteriormente, un analista político cuyo nombre no procede citar en estos momentos, definió las siglas de UCD como “Unión de cuatro desalmados”, y al segundo intento, CDS, “Cuatro desalmados y solos”.
Otra circunstancia que sin duda a contribuido a exaltar sus aspectos positivos durante el sepelio, fue el prematuro alzhéimer, orientando la opinión ciudadana hacia su enorme esfuerzo en la reconciliación de las dos Españas, apertura al progreso y las libertades democráticas, méritos que le han sido reconocidos con largueza y por los que merecidamente pasará a la posteridad. En su favor es justo añadir, la gran facilidad y flexibilidad para lograr pactos con el adversario y un concepto clarísimo de lo que implica trabajar por y para los españoles inédito en nuestros días, donde lamentablemente lo único que prima es la partitocracia, el enriquecimiento personal y masacrar al enemigo. De ahí la tremenda desafección de los españoles por sus políticos reflejada en todos los sondeos de opinión y con tendencia a empeorar.
Son estos los motivos que han originado las interminables colas con esperas de cuatro o cinco horas, por parte de miles de personas de todas las edades, como testimonio de agradecimiento a un político por su entrega a España, con una honradez incuestionable y sin la menor sospecha de corrupción. Algo que intrínsicamente se les demanda a los dirigentes actuales del Gobierno y Oposición con nulo éxito.. Es triste pero ya son muchos los que limitan sus apariciones en público para eludir el ser abucheados e insultados.
Como suele ocurrir en los actos públicos, “la nota discordante y fea” (como el pariente pobre en la bodas que nadie reconoce) termina apareciendo, y en esta ocasión fue protagonizada por el presidente de la Generalidad, Arturo Mas, quien con su ruín oratoria, todo lo que le ocurrió decir en el sepelio, fue exaltar las virtudes del fallecido en detrimento del actual presidente Rajoy pero su ruindad no da para más. Afortunadamente fue contestado de inmediato por Migue Roca, quien con acertadísimas palabras descalificó la intervención del líder catalán, a quien acusó de intentar instrumentalizar a Suárez.
El anuncio de la muerte del presidente por parte de su hijo, con dos días de antelación, favoreció la creación de un clima propicio al incremento de elogios y honores, siendo la propia sociedad la encargada de otorgarle los atributos más enaltecedores. Si algo vincula a los mitos entre sí es el reconocimiento a su valentía. La fotografía de Suárez sentado en su escaño el 23-F, representa tal coraje que es imposible olvidar. La intrepidez es una virtud universalmente admirada.
Coincide la muerte de Suárez con un momento en el cual comienza a aparecer desavenencias internas en el PP. Nada nuevo, es algo que se produce ante la inexistencia de un brazo conductor fuerte, dando lugar a la creación de las camarillas de siempre con el consiguiente deterioro Partido-Gobierno. La comunicación entre la vicepresidenta del Gobierno y la Secretaria General del partido es fía, distante y solamente se produce en momentos de necesidad. Se cuidad las formas por puro protocolo. Rajoy, por su parte, nunca será capaz de poner orden colocando a cada uno en su sitio y exigiendo responsabilidades. Las Europeas no están claras, pero para algunos lo auténticamente grave, es que este problema electoral se está trasladando a autonómicas e incluso generales.
El PP ha intentado apropiarse de la figura de Suárez vinculándolo al centro-derecha, pero a su vez y por contraste, también daña la imagen de Rajoy porque nadie podría identificarlo afrontando riesgos y dificultades en el momento requerido. Entre lo absurdo e insufrible que supone el dilatar las necesarias decisiones y confiar que con el paso del tiempo todo termina solucionándose por si solo, seguimos soportando que la crisis continúe manteniéndonos con falsas esperanzas para alcanzar el 2015 a cualquier precio. Todo pasa por lograr otros cuatro años más en La Moncloa y evitar que se cumpla la profecía de pasar a la historia como “Mariano el Breve”.
Ahora, para complicar un poco más el panorama, la veterana periodista Pilar Urbano, ha venido a perturbarlo con la publicación de su libro (La gran desmemoria) en la editorial del segundo marqués de Lara (Planeta). Tanto Suárez Illana como La Zarzuela han descalificado y criticado el contenido del mismo, que sin duda incrementarán la curiosidad y como consecuencia venta del citado libro. En unos días ya se ha agotado la primera edición de 60.000 libros. El Diario El Mundo, el domingo día 6, ha publicado una larga entrevista de Victoria Prego con el hijo de Adolfo Suárez, en la que responde a todas las acusaciones vertidas contra el Rey, así como los presuntos enfrentamientos de extrema violencia entre el Rey y Suárez. Lo ecuánime sería que la autora del libro fuera también entrevistada en otros grandes periódicos: ABC, La Razón, etc y cadenas de TV, y mucho nos tememos que eso no ocurra por razones obvias...
José-Tomás Cruz Varela