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Petra Cuevas, presa por coser para el Ejército republicano

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Militante del PCE, fue secretaria del sindicato de la aguja en 1936

Sobrevivió a la Guerra Civil, a la cárcel, a los fusilamientos que cada noche escuchaba desde su celda en la cárcel de Ventas, incluido el de las conocidas como las 13 rosas; sobrevivió también a la pérdida de su hija, fallecida al poco de nacer en una prisión franquista que no se preocupó de atender a su bebé. Y tuvo una vida larga, de 105 años, en la que pese a todas las amarguras, Petra Cuevas (Orgaz, Toledo, 1908) no renunció a sus ideas.

Un contrato para su padre en la Unión Eléctrica de Madrid les trajo a Madrid cuando ella tenía 12 años. Cuevas se puso a trabajar de niñera en una casa y como aprendiz de bordadora, oficio en el que pronto destacó, llegando a ganar más que su padre y confeccionando vestidos incluso para la reina Victoria Eugenia.

Se afilió a UGT y al PCE y en 1936 fue elegida secretaria del sindicato de la aguja. Cuevas recordaba, entre risas, cómo al principio pensaba que la palabra “bolchevique” significaba “demonio” en italiano, porque así es como se dirigía a ella la encargada del taller en el que trabajaba y que, pese a llamarse La Bordadora Española, era de propiedad italiana.

Desde que estalla la Guerra Civil organiza talleres desde los que confecciona ropa para el ejército republicano. Cuando aquellos hombres a los que había vestido pierden la guerra contra Franco, Cuevas se esconde en casa de una familia de amigos asturiana e intenta despistar a los franquistas tiñéndose el pelo y poniéndose gafas. Casi funcionó.

Pero la policía empieza a acosar a sus padres para que les revelen su paradero y el de su hermano, Julián, también militante del PCE, que fallecería en 1940 defendiendo París de los nazis, a los 24 años. En una comisaría de Madrid pegan a su padre ante su madre para intentar hacerles hablar. Al enterarse, Cuevas se presenta en casa y la detienen.

En la Puerta del Sol, como tantos otros aquellos días, es torturada durante 45 días con descargas eléctricas hasta que finalmente es enviada, en un estado lamentable, a la abarrotada cárcel de Ventas, donde 4.000 reclusas comparten el espacio de 400.

En prisión organiza con otras presas grupos para compartir la comida y la información que les llega del exterior. En la cárcel para embarazadas del Puente de Segovia nace y muere su única hija. El padre era el hijo de la señora de la casa en la que se había escondido al terminar la guerra. La relación se rompió tras su segunda entrada en prisión.

Durante más de seis años, Cuevas habitó las cárceles de Ventas, Segovia, Teruel, Amorebieta... y una vez en libertad, y hasta casi la democracia, estuvo vigilada por la policía. En 1964 se casó con un vecino del barrio, Garrido, que murió siete años después.

Al llegar la democracia retomó su actividad sindical, esta vez, desde CC OO, y consiguió un local para el PCE que abrió cada día hasta que cumplió 90 años. Participó en las campañas contra el ingreso de España en la OTAN y reivindicó guarderías gratuitas y comedores económicos para facilitar la incorporación de la mujer al trabajo. “Los chicos quieren que esté. Yo creo que es porque, como Pepito Grillo, soy la voz de la conciencia”, declaró en una entrevista a este periódico, en 1996, cuando le preguntaron por qué seguía acudiendo a la agrupación del PCE.

Natalia Junquera



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