Han pasado treinta y tres años y todavía cabe preguntarse sobre quién fue el «elefante blanco» en el golpe de estado del 23-F, quién su jefe y quién el autor o autores intelectuales del golpe. Si no estaba a las órdenes del Rey, si estaba a su servicio. No podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses reales «por el bien de España».
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. También fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder, para reconducir la situación política a la deriva, creada por Adolfo Suárez, según se pregonaba. La situación era tan grave que no se arreglaba ni con un gobierno de coalición. Había que rediseñar el proceso de Transición, con un nuevo pacto. Varios golpes y conspiraciones coincidieron en el tiempo, reconducidos por el CESID e induciendo determinadas acciones, para llevar al general de divisiónArmada Comyn (fallecido recientemente) a la presidencia del gobierno. Estaba en marcha la operación «De Gaulle». Así lo apuntan los hechos.
¿Fue Armada el mayor traidor o fue el traicionado? Armada había sido un hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas y a las órdenes del Rey en todo momento. Amigo de Juan Carlos desde que fue su tutor en 1954, jefe de la Secretaría del Príncipe en 1965, secretario general de la Casa del Rey (1975-1977) y segundo jefe del Estado Mayor del Ejército el 23-F. Armada conocía que el teniente general Jaime Milans del Bosch, (fallecido en 1997), quería dar un golpe de estado, al estilo de los pronunciamientos del siglo XIX; pero siempre ha asegurado que ni organizó ni preparó ni dio el golpe. Fue al Congreso porque creía que era su obligación, después de pedir permiso en la Zarzuela y a sus órdenes hasta ese momento.
Los golpistas querían un gobierno militar, recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. El Rey Juan Carlos, —según nota diplomática del embajador alemán Lothar Lahn—, creía que los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el Rey, «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad; defender la unidad de España, la bandera y la corona». Todo parece, que estaba al corriente de la trama antes, durante y después del golpe; pero los disparos en el hemiciclo y la agresión al teniente general Gutiérrez Mellado porTejero, le mostraron la violencia de la situación y se asustó. No era eso lo que se pretendía: «¡Qué coño es eso de intimidación! ¡Eso no estaba previsto!», dice el Rey por teléfono al general Armada, según Sabino Fernández Campo a Iñaki Anasagasti (El Periódico 22 febrero 2013).
«¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por qué el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y no con Armada?», se preguntaba Fernández Campo, Secretario General de la Casa del Rey (Iñaki Anasagasti id.). «¿Era la acción individual del loco Tejero? ¿Era un golpe de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra cosa mucho más seria? ¡Y las dudas inundaron mi cabeza! Así que cogí el teléfono y llamé a mi hombre de confianza destacado en el Congreso y me confirmó que Tejero había dicho que aquello lo hacía ¡¡en nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y hasta mi corazón empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué está pasando aquí?»
El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque si llegó al Congreso. El plan que el general Armada presentó en nombre del Rey a Tejero no fue aceptado. Éste había jugado demasiado fuerte como para consentir que en el gobierno de España hubiera socialistas y comunistas. Tejero, que quería una junta militar presidida por Milans, se sintió traicionado e impidió que Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del Rey». El suyo era un golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando dirigido por Armada. «El Rey nos ha engañado; nosotros hemos avanzado y el se ha echado atrás» clamaba Milans (Iñaki Anasagasti en Una monarquía protegida).
El Rey apareció en televisión, después de haber dado la orden a los capitanes generales de interrumpir la operación, anunciando la continuidad democrática. ¿Por qué el Rey, estando controlada RTVE no utilizó alguna de las otras cadenas privadas, que no estaban tomadas, para dar tranquilidad al país?: porque no las tenía todas consigo (las capitanías). Todo le implica en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia; además de para retirar a Suárez de la presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la política en el gobierno y la oposición. La conducta del Rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades» (Javier Cercas en su Anatomía de un instante).
La causa 2/81 del Consejo Supremo de Justicia Militar, nunca desentrañó la «trama» CESID, ni el papel que jugaron los servicios de información e inteligencia, por lo que quedó sin conocerse la procedencia de las órdenes, las acciones y el papel que jugaron sus agentes. Todos los encausados se declararon inocentes (menos Pardo Zancada). Creían que la operación contaba con el apoyo del Rey, alegando obediencia debida y estado de necesidad como eximentes. La instrucción fue irregular y el «Juicio de Campamento» una componenda. No estaban sentados en el banquillo todos los que fueron, aunque algunos de los que estuvieron, fueron juzgados. Los que juzgaban, bien podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los procesados juzgadores.
Tampoco el juicio conoció la autoría intelectual; si fue Milans, junto con los otros generales y militares de alta graduación procesados, ni de los tapados. Sí quedó probado que había habido una rebelión militar; también el asalto de la guardia civil al Congreso, que porque estaba gravado por televisión, sino, lo habrían hasta ocultado. Tejero llegó a decir: «Espero que alguien me cuente algún día lo que fue el 23F»
En la reunión que el Rey mantuvo con las fuerzas políticas el 24 de febrero, pidió un pacto de conveniencia para evitar la generalización de la culpa hacia las fuerzas armadas y de seguridad del Estado y un nuevo pacto para dirigir el proceso de Transición a la democracia (diseñado por el CESID). El presidente Calvo Sotelo, intentó que hubiera el menor número de militares implicados, para complacencia real: «Que no les suceda nada demasiado grave, porque a fin de cuentas, los golpistas querían lo mejor». Se dieron los pasos para la entrada en la OTAN y a la entonces Comunidad Económica y Europea y se paralizó el diseño del estado de las autonomías.
Pese a la afirmación de la Zarzuela de que: «La participación y actuación del Rey en defensa de la democracia y la Constitución aquel 23-F está fuera de toda duda para los españoles y la comunidad internacional», no todo está aclarado y cuanto más tiempo transcurre, más claro se tiene su proceder. Muchos somos los que entonces vivimos la congoja del golpe de estado, y si fue, como parece, una operación real y sus leales, para consolidarle en el trono, su culpa no ha prescrito.
El desaparecido Diario16, que se caracterizó por la investigación de las tramas golpistas, dejó 23 preguntas, que junto con las que nos hemos hecho aquí, siguen teniendo plena vigencia y en si mismas encierran respuestas sobre lo que ocurrió:
¿Qué quiso decir Suárez en su despedida con: No quiero que la democracia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España? ¿Por qué nadie investigó a El Alcázar, cuando el día antes publicaba: «Todo dispuesto para la sesión del lunes»? ¿Por qué nadie investigó lo que escribía la revista Spic: «No es cierto que yo pretenda dar un golpe militar el 23 de febrero por la tarde? ¿Por qué el capitán Sánchez Valiente, el «hombre del maletín», que huyó al extranjero tras fracasar el golpe, al regresar sólo fue juzgado por «abandono de destino»? ¿Por qué no se investigó la frase del coronel San Martín «por una confidencia supe que más gente de los que aquí comparecemos estaba enterada e implicada. ¡Allá ellos y sus conciencias!»?
¿Por qué el Rey, en su télex a Milans del Bosch, dijo: «después de este mensaje ya no puedo volverme atrás»? ¿Por qué el Rey le dijo «ni abdico, ni me voy, tendréis que fusilarme»? ¿Por qué los numerosos militares a los que les dijeron que el Rey respaldaba el golpe, lo comprobaron llamando a la Casa Real?
¿Por qué no se reveló el nombre del portavoz parlamentario que iba a servir de interlocutor entre los golpistas y los diputados? ¿Por qué no se identificó a los tenientes y guardias que agredieron al vicepresidente Gutiérrez Mellado? ¿Por qué dijo Armada a Aramburu (director de la Guardia Civil) en el hotel Palace en la medianoche del 23-F: «Vengo porque me has llamado tú»? ¿Por qué se impidió a Armada revelar en el juicio el contenido de su audiencia con el Rey en la Zarzuela, diez días antes?
El Consejo de Guerra condenó al general Armada a seis años de prisión y el Supremo elevó la pena a 30 años —cumplió 7, al ser indultado por el gobierno deFelipe González en 1988—, la misma pena que a Tejero y Milans. La inmensa mayoría de los casi 300 guardias civiles y más de 100 soldados que ocuparon el Parlamento nunca fueron juzgados. No se investigó el asalto al Gobierno Militar de Madrid, en el que intervinieron elementos ultraderechistas y tampoco quién era la autoridad, «militar», que iba a llegar para hacerse cargo de la situación, que anunció el capitán Muñecas.
La diputada Carmen Echave, declaró a El Correo Español: «Cuando aquella noche me condujeron los guardias al despacho del vicepresidente del Congreso, me prohibieron encender la luz por mi seguridad, dijeron «No le conviene ver quiénes están ahí». Había civiles bebiendo de una botella de coñac francés. «Sugerí al ministro Rosón que se analizaran las huellas dactilares, pero a nadie le interesó investigar».
Se hizo todo en nombre del Rey, aunque insistió en que le diesen resuelta la operación. «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, de Jesús Palacios). Estaba previsto que a la llegada de Armada, varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis Álvarez —que haría un breve discurso— ¿Cuántos más parlamentarios estaban en el conocimiento del golpe? Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su seguridad, corporativismo y lealtades mal entendidas; demasiadas instituciones y representantes del pueblo estuvieron implicados, de espaldas a él.
Todo se intentó para dejar al Rey al margen del procedimiento judicial. Los abogados defensores pretendieron que prestara declaración como testigo, por el protagonismo que había tenido durante las horas del golpe. En su lugar, declaró Fernández Campo. El Rey fue implicado en la mayoría de las declaraciones de los encausados, «aunque una multitud enfervorizada de columnistas y políticos intentaron paliarlo, con una sólida campaña en defensa de la corona. (Un Rey golpe a golpe, de Patricia Sverlo)
En la historia de España, la monarquía siempre se ha establecido mediante golpe de estado; incluso la actual, por el que dio Franco. En esta ocasión, sin triunfar, también se consiguió lo que se pretendía: la figura del Rey —«salvador de la democracia»— y la monarquía se consolidaron ante la ciudadanía (renta de la que todavía sobrevive); la democracia se fortaleció (a costa de quedar sometida al miedo de la involución); el desarrollo del estado autonómico se paralizó temporalmente (por hacer peligrar, supuestamente, la unidad de España), y la grave situación política e institucional (achacada a la política de Suárez) se recondujo. ¡Todos felices!
Víctor Arrogante