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Letizia, la quinqui

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Doña Letizia Ortiz Rocasolano, a la sazón princesa de Asturias, princesa de Girona, princesa de Viana, duquesa de Montblanc, condesa de Cervera y señora de Balaguer, la famosa Letizia, digo, anda por España sustrayéndole los móviles a los adolescentes. Vergüenza del Imperio y llanto medio astado de banderas rojigualdas. Otra delincuente en la, no ha tanto, inmarcesible familia real borbónica. Pardiez.

Según el relato policial, los hechos sucedieron tal que el viernes, a media tarde, en un centro comercial de Madrid, capital de España. Hallábase la princesa haciendo ciudadana cola ante una cajera Aldonza, o quizá solo vallecana, cuando su vena plebeya, esa que con tanto entendimiento deplora don Jaime Peñafiel, llamó a Letizia a rebato.

Y en un centro comercial siempre hay muchos testigos.

Había observado la perspicaz, que no suspicaz, princesa, que en la cola de pagar había un joven con un hermoso teléfono 4G del trinqui, y hacia él se lanzó Letizia con militar gallardía borbónica y pegando voces.

-¡Eh, tú, chaval, trae p´aquí eso, que te estampo! Y no me mires así, saco mierda, ¿que no sabes quién soy yo?

Comprenderá el lector que los diálogos son recreados. Las declaraciones policiales suelen ser muy en prosa. Como todo el mundo sabe, los policías españoles han leído con mucha más fruición a Azorín que a García Hortelano, y se les ha quedado el estilo de los informes un tanto noventayochesco y delirante. Y sin diálogos. Pero no creo que mi traducción al cheli difiera mucho del sentido profundo, del significado esencial de los paliques que intercambiaron doña Letizia y el adolescente en el bullicioso centro comercial.

-Que me des el teléfono, y que no me pongas esa jeta, ¡mamón!

-Pero…, yo… -balbucea el adolescente, el pueblo.

-Que me lo des, coño -Letizia intenta arrebatarle el teléfono a las malas, pero el chaval consigue fintar la borbónica y glorificante embestida.

-No, que no le doy yo a usted el teléfono -se enfrenta el chaval, el pueblo, a la monarquía.

-Enséñame las fotos que has hecho con el teléfono o te rajo. Nadie me saca a mí fotos si yo no quiero. Y menos con mis hijas -demanda la monarquía sus derechos no escritos, pues no sé yo dónde está escrito que un chaval no pueda hacer fotos con su móvil en un centro comercial.

-¡Que no! -permanece, firme y novecento, el pueblo, el chaval-. ¡Y yo no le he sacado ninguna foto! ¡Estaba mirando mis mails, tía!

Ante la gallardía del chaval, la cola de la caja, el pueblo innumerable, se aparta un poco, se boquiabre, y una niña se enamora. El chaval del móvil, desacostumbrado a la fama, se distrae.

Reconoce la policía que entonces Letizia Ortiz, con pericia de chimpancé travieso, le arrebató el móvil al chaval, se guareció bajo un frondoso guardaespaldas y comprobó, hurgando en el teléfono del chaval, en la intimidad de sus mails y de sus whatsapps, que el chaval no la había fotografiado. Ni a ella ni a sus hijas.

Yo nunca aprendí a meterme dentro del alma de las princesas, pero sospecho que Letizia se entristeció al comprobar que aquel chaval ni siquiera se había fijado en ella para hacerle una foto, con ese pedazo de cámara que lleva el móvil.

Se lavó una lagrimita y, finalmente, la princesa, la monarquía, la femenina borbonidad, la coronada condescendencia, constató que había tenido más suspicacia que perspicacia, lo que demuestra que ciertas taras de los borbones no son hereditarias, sino simplemente contagiosas. Y le devolvió el teléfono al inocente chaval. Al inocente pueblo le devolvió, la realeza de Letizia, su pequeño medio de comunicación. Su puto teléfono.

Una cosa es distraer dinero de las ONGs urdangarinianas o robarle cien millones juancarlianos a los amarillos de Kío, y otra es arrancarle el móvil a un chaval en la cola de un hipermercado, princesa, y espiarle los whatsapps. Arrancarle los móviles a los chavales en la cola del hipermercado queda quinqui. Y espiarles los whatsapps a los niños queda Snowden, que es todavía peor.

Yo no sé qué hubiera pasado si el chaval le hubiese arrebatado por las malas el móvil a Letizia, en el centro comercial, maliciando que la princesa había sacado fotos de sus hijos. Quizás el chaval seguiría con vida, pues los guardaespaldas de Letizia a lo mejor son gente consecuente. Pero yo apostaría a que ese chaval hoy no estaría vivo si le hubiese quitado el móvil a Letizia como Letizia se lo quitó a él. A las bravas. En la cola de aquel centro comercial.

-No disparen.

Y un silencio.

Ese silencio.

Cosas que pasan.

–Qué entretenido es vivir bajo el yugo esquizoide de una impune monarquía. ¿O no, hijo?

–Pues no, madre.

-Qué soso eres, hijo, ay.

Aníbal Malvar


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