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Valientes cobardes

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En las primeras horas de la mañana del lunes 13 de enero de 2014 yo me encontraba escribiendo en casa, mientras disfrutaba de mi primera taza de café del día en la cocina y veía la lluvia caer desde la ventana. Mis padres ya estaban trabajando, mi perro ladraba para dar los buenos días, la vecina llevaba a los niños al cole y muchos de vosotros estarías metidos en medio de un maldito atasco de camino al trabajo. Otros durmiendo; algunos en la ducha; los afortunados, despertándose al lado de la persona amada con las piernas enredadas bajo las sábanas.

En alguno de esos momentos, José Antonio Cuadrado, de 52 años, entró en la casa de su suegra Adela, de 72, vecina de Cervo (Lugo), viuda desde hacía dos décadas, y la golpeó con una estaca hasta matarla. Mi café quizá aún estaba en el microondas. Vuestros hijos, entrando por la puerta de la escuela. Vuestros pies jugueteando con los del compañero.

Su mujer, María José, profesora de religión de 45 años, seguía en su casa, pegada a la de su madre, ajena a lo que su marido acababa de hacer. Pronto le tocaría a ella. Cuando el presunto asesino acabó con Adela, se dirigió a su vivienda –que evidentemente compartían- y con el enorme palo la emprendió a golpes con su esposa para, acto seguido, rebanarle la garganta con un cuchillo.

Después de cerciorase de la barbarie, el homicida tuvo tiempo de avisar a la Guardia Civil para confesar los crímenes, aunque, por si acaso, no dijo quién era. El valiente cobarde cogió su coche para huir desde A Mariña Lucense a Asturias donde fue interceptado el martes, en un puente que hacía frontera con la comunidad vecina. A día de hoy, jueves por la tarde, sigue siendo el autor confeso de la matanza. Entre las razones, el acusado esgrimió “problemas económicos” por los que atravesaba su empresa. Seguro que su mujer y su suegra no eran las responsables de que su negocio de construcción fuese mal, pero sí las víctimas fáciles: dos mujeres que, probablemente, vivían bajo el yugo de un déspota, asesino en potencia. En todo caso, y antes de que me recuerden que todavía falta por celebrarse el juicio, se trataría, simple y tristemente, de dos casos más a engrosar la lista de los más 700 que llevamos en la última década.

Setecientas mujeres muertas a manos de sus parejas o exparejas desde el año 2003. En ese mismo período de tiempo ETA, la banda terrorista más sanguinaria de España, asesinó a 15 personas. Me resulta inevitable hacer una analogía entre los esfuerzos de nuestros gobiernos por erradicar uno y otro tipo de terrorismo. El terrorismo doméstico sigue siendo invisible. O peor, empieza a ser visto como normal e inevitable dentro de esta estructura patriarcal y católica (me río yo del Estado laico) de una sociedad que asiste impasible a la segregación de niños por razón de sexo en determinados colegios, mientras las niñas son taladradas con publicidad altamente sexista desde la más tierna infancia. Una sociedad, que permite programas de televisión en que supuestos pretendientes y pretendientas se exhiben a sus posibles compradores como chuletillas de cordero en la carnicería del barrio. Todo un ejemplo de libertad sexual.

Una media de 70 muertes por año (sólo una gota de agua dentro del mar de las 600.000 maltratadas a diario en nuestro país) por la única razón de haber nacido mujer: madres, hijas, abuelas, amigas, primas, profesionales, estudiantes, universitarias, amas de casa… todas asesinadas por unos hombres que se creían sus dueños, y que fueron tan sumamente cobardes que las mataron porque no sabían vivir sin ellas y su ineptitud como seres humanos les impedía dejarlas marchar y hacer sus vidas, sin esa mujer a la que muchos debían, además, el haber traído a sus hijos al mundo. Cuando la fuerza bruta manda más que la razón el resultado es una sociedad de animales. Y perdón por la comparación, queridos animales.

La trasnochada expresión “la maté porque era mía” está más de actualidad que nunca. Según el Ministerio de Sanidad, el 65 por ciento de las mujeres maltratadas en España tienen entre 20 y 29 años y las últimas encuestas, apuntan a un crecimiento imparable del machismo entre los jóvenes de menos de 23 años. Según parece, a muchas mujeres jóvenes esto de que determinados hombres con los que se relacionan las traten como objetos de su propiedad no les parece del todo mal. Un estudio de la Federación de Mujeres Progresistas asegura que el 80% de los adolescentes piensa que la chica debe complacer a su novio; el 40% que el chico debe proteger a la chica; y seis de cada diez, que los celos masculinos son normales y son una muestra de cariño.

Entonces, ¿qué demonios falla?
Desde la promulgación de la Ley Integral de la Violencia de Género, una de las más importantes de la democracia en materia de avances sociales, la violencia machista ha pasado a ser tratada de manera específica por los jueces y las autoridades a través de juzgados y cuerpos policiales especializados. Además, introdujo cambios significativos en materia de malos tratos como el tratamiento penal de las amenazas, medidas de protección y apoyo a las víctimas, así como medidas en el ámbito de la educación y la publicidad. Evidentemente, no era perfecta. Condenas que se quedan cortas y que se pueden sustituir por trabajos sociales, jueces y fiscales con poca sensibilidad, dificultad para demostrar los malos tratos psicológicos, falta de recursos para atender a las mujeres maltratadas y a sus hijos, quebrantamientos de órdenes de alejamiento que se pagan con muertes, denuncias que se atascan eternamente en los juzgados y absoluciones cada vez más frecuentes.

Tras diez años de recorrido, seguimos sin sentar las bases del cambio. La prevención ha fallado, porque no se ha aplicado. Los niños siguen siendo educados como machos que no pueden llorar y las niñas como mujeres sumisas. A las chicas les regalamos muñecas para que aprendan a cambiar pañales cuando todavía los llevan ellas, y accesorios del hogar para que aprendan a hacer las tareas domésticas. A ellos: coches, camiones, muñecos que saben luchar y videojuegos violentos. Y así nos va.

Hace poco, mi sobrina de dos años pasó varios días ingresada en el hospital. Al cabo de unos días, llegó a la habitación otro niño de su misma edad. Mi sobrina estaba jugando con una de esas odiosas muñecas que mean, cagan y te dicen “mamá, cómo te quiero” a la primera de cambio, cuando el pequeño de al lado empezó a llorar desconsoladamente porque él también quería jugar. La respuesta de su madre fue arrolladora “si tu padre se entera de que quieres jugar con una muñeca de niña te pega dos bofetadas, por maricón”. Parece una frase sencilla, pero fijaos todo en todo lo que encierra. Primero, lo evidente: los niños no juegan con muñecas. Segundo, la advertencia de “tu padre”, es decir, el criterio de la madre no cuenta, al que le tienen que tener respeto y obediencia es al padre, el que manda. Y, tercero, “maricón”, un niño maricón. Vamos, el típico drama familiar español de los 60.

A pesar de lo dramático de que haya mujeres que se expresen así a día de hoy, sólo hay un culpable del maltrato: el maltratador. Al igual que sólo hay un responsable de la violación: el violador, y no la chica que viste minifalda. Y aquí, no caben discusiones. El 90 por ciento de los imputados en caso de violencia en pareja son hombres. Se trata de un dato crudo y objetivo. Por lo tanto, equiparar la violencia –que la hay- ejercida por la mujer sobre el hombre con el caso contrario es un absurdo. Quizá también haya menos hombres que se atrevan a denunciar, algo que también forma parte de este ADN machista que lo infecta todo. Los hombres no juegan con muñecas, no lloran y, por supuesto, no denuncian las agresiones que sufren de parte de sus mujeres. La evidencia de la superioridad física en la mayor parte de los casos, protege bastante la vida de los hombres, pero si nosotras consentimos que nos levanten la voz, cuando eso les parezca poco, levantarán la mano.

El panorama, lejos de mejorar, empeora. El más que sospechoso retrógrado gobierno del Partido Popular ha metido la tijera hasta el fondo para recortar un 30 por ciento el presupuesto destinado a combatir la violencia contra las mujeres. El mayor de los recortes, en la construcción de centros para mujeres maltratadas que se tienen que buscar la vida para huir de sus asesinos en casas secretas que sostienen oenegés a las que tampoco van a parar apenas recursos. Mientras tanto, las denuncias siguen cayendo porque el embiste de la crisis hace que las mujeres maltratadas sean cada vez más dependientes de sus agresores. Y cada vez, más niños entran en el juego como víctimas colaterales de esta esquizofrenia machista.

Mujeres, no consintáis que los valientes cobardes controlen vuestras vidas. No busquéis padres-protectores cuando el amor de verdad consiste en encontrar a compañeros-amantes. Luchad por vuestra independencia económica y emocional. Educad a vuestros hijos en la igualdad porque de ellos dependerá que el futuro sea menos oscuro.

Hombres, no riáis las gracias de los valientes cobardes, no aplaudáis sus ínfulas de superioridad masculina. No consintáis una vejación a ninguna mujer delante de vuestros ojos. No caigáis en el puto comentario de la chica fácil. Quizá, algún día, esa chica sea vuestra hija.





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