"El hombre es un pájaro de alas cortas.
Yo en el Quiquibey he sido uno de alas largas, sin jaula".
Antonio García Barón
Antonio García Barón sobrevivió al infierno de Mauthausen. En la guerra civil participo en bando de los republicano en la columna de Durruti. En Francia lo hacen prisionero las waffen SS nazis, y es conducido al campo de exterminio de Mauthausen. En el campo es condenado a trabajo forzado juntos a otros prisioneros. El ayudante que le designa en la cantera seria Stefan Wyszynski, según su testimonio, con el que compartiría litera durante tres años. En la década de los 50 se marchó a vivir a la selva amazónica donde permanecería toda su vida hasta su fallecimiento en 2008.
SEMBLANZA DE UN HOMBRE LIBRE
Antonio García Barón nace en Monzón, tierra proclive a las ideas libertarias, allá por el 1922. Con apenas 14 años, abandona el violín y agarra el fusil para subirse en marcha al vertiginoso tren de la Revolución cuando la Columna Durruti pasa por su pueblo. Combate al fascismo casi hasta el último día de la guerra conociendo, ya al otro lado de la frontera, la “hospitalidad” del gobierno socialista francés en forma de infames campos de concentración.
Se apunta a los batallones de trabajo del ejercito galo para salir de aquel terrible confinamiento y asiste en primera línea a la retirada aliada de Dunquerque. Apátrida, paria entre los parias, es rechazado cuando intentan subir a los barcos ingleses cayendo en manos de los nazis.
Merced a los turbios y siniestros acuerdos entre Franco y Hitler, dará con sus huesos en Mauthausen, al igual que varios miles de “rojos” españoles. El infierno de la Iglesia no existe, pero sin duda aquel era el de los humanos. Cuatro años y medio de torturas, de olor a carne humana quemada, del dolor del hambre. Antonio, ya un esqueleto humano con número, el 3422, ve desde su barracón las largas colas de judíos que marchan sumisas y ajenas a su suerte hacia las duchas letales.
Encuentro con Heinrich Himmler (Comandante en Jefe de las SS)
En el campo de concentración Antonio García Barón, se encontró con Himmler durante su visita a la cantera de Mauthausen el 27 de abril de 1941, y pudo decirle "que los nazis hacían una gran pareja con la iglesia", a lo que Himmler le respondió que "es cierto, pero que después de la guerra que iba a ver a todos los cardenales con el Papa marchando allí", apuntando a la chimenea del crematorio. (Entrevista Alfonso Daniels a Antonio García BBC, el 8 de julio de 2008)
Liberación y viaje a la Amazonía.
El descenso a los infiernos no hace de Antonio peor persona....ni más sumisa. Llega la liberación y consigue un buen trabajo en París pero no es capaz de adaptarse a la nueva vida. Busca un territorio virgen donde empezar de cero, hastiado de injusticias y podredumbre humana. Gastón Leval le pone en la pista: la Amazonia boliviana.
No era hombre, Antonio, de pensarse las cosas dos veces. Se planta a orillas del rio Quiquibey y elige un pedazo de selva a varios días de navegación del pueblo más cercano. Desbroza y domeña la jungla; lidia con jaguares, alimañas, autoridades locales corruptas, indios hostiles y un cura aún más hostil, hasta conseguir establecerse. Constancia y empuje, sin arredrarse ante nada..... a la selva no le queda más remedio que hacerle un sitio.
Crea una familia y vive en paz consigo mismo y con un entorno duro pero enriquecedor. Sale cada día a “la despensa” a buscar alimento, caza y pesca y vive en armonía. Pierde una mano manipulando una trampa para jaguares pero le queda la otra y, sobretodo, una voluntad inquebrantable.
Y desde ese confín del mundo mantiene un cordón umbilical con el mundo: su transistor. Está al tanto de revoluciones maleadas, guerras y hambrunas. Se indigna y mantiene viva y con fuerza su rebeldía contra los poderosos y sus sempiternos desmanes.
Regreso a España y fallecimiento en el Amazonas.
Tuve el placer y la suerte de conocer a Antonio en la fase final de su vida. Lo visité dos veces y lo acompañé en su regreso a España a principios de milenio, seis décadas después de su partida hacia el exilio.
Recuerdo a Antonio subido en las largas cintas transportadoras del aeropuerto de Miami, donde nuestro vuelo hizo trasbordo. Acababa de dejar el Amazonas (después de cincuenta años de aislamiento) y se encontraba sumergido en la vorágine de uno de los aeropuertos con más tránsito y movimiento del mundo. Pero a él poco podía sorprenderle ya. Había visto cosas que pocos creerían y no noté en su semblante señal alguna de asombro ante aquella Babel humana y tecnológica.
Arregló unos asuntos familiares en Monzón, dio diferentes charlas en la Península y Mallorca y en cuanto pudo regresó a su cabaña a orillas del Quiquibey. En ningún momento se vio tentado a quedarse a vivir en España. Éste ya no era su mundo, su hogar estaba en la selva y en ella quería morir.
Caigo ahora en la cuenta de que nunca pensé en su muerte porque inconscientemente creía que los tipos como él no se morían. Siempre fue dueño de su destino y sorteó a la parca en varias ocasiones durante su intensa vida, así que no podía irse de cualquier manera. Aquejado de glaucoma tenía en los últimos años grandes dificultades para ver. Abandonó su tierra y se trasladó con su mujer al pueblecito de San Buenaventura. Él que devoraba libros y que acostumbraba jugar al ajedrez, que nunca dependió de nadie, que fue fuerte y autónomo, se sintió un estorbo, una sensación totalmente desconocida para él. Algo en su interior dijo basta. Comunicó a sus allegados que no seguía, que se marchaba. Y por primera vez en su vida dejó de luchar y bajó los brazos. A partir de ese día no ingirió alimento alguno y se fue despidiendo de la familia y de la vida. El día 17 de noviembre de 2008 su enorme fuerza se apagó.
Hoy reposa a orillas del caudaloso Beni un hombre libre. Que la feraz tierra roja del Trópico boliviano le sea leve.
Pedro de Echave