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Una niña-madre y la perversa actitud de los dueños del poder.

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¿Adictos a la decepción? Una niña-madre y la perversa actitud de los dueños del poder.

Si se consigue –con gran esfuerzo mental- sacudirse el sopor provocado por el acostumbramiento, es posible percibir el terrible estado de estancamiento en el cual se encuentra Guatemala. Sus espeluznantes índices de pobreza, consecuencia directa e indiscutible de la corrupción rampante de las élites política y económica, han derivado en situaciones de emergencia como nunca antes se vieron. De ahí viene el colapso de toda la red hospitalaria nacional que no es más que la señal visible de algo mucho más profundo y preocupante: la pérdida de capacidad administrativa del Estado.




Ayer, en el programa Viva la Mañana de Guatevisión, mostraron el caso de Dani, un niño de 10 años internado desde hace 2 meses en el Hospital de Infectología. Su estado se revela en las cicatrices y deformaciones de sus manos y brazos causadas por varias intervenciones quirúrgicas. El niño presenta osteomielitis, además de un cuadro de tuberculosis en uno de sus pulmones y también en su columna vertebral, una enfermedad conocida como el mal de Pott.

Pero llama la atención, además del caso de Dani, la imagen de su madre, quien no aparenta más de 18 años, personificando una de las patologías de esta sociedad: el abuso contra las niñas. Esta joven mujer aparece en el programa solicitando ayuda porque el hospital de Infectología no cuenta con los recursos para atender a su hijo. Solicita apenas la cantidad de 33 mil quetzales (unos 4.000 euros) para pagar la operación. Una nada si lo confrontamos con las cifras surrealistas que corrían por La Línea hacia las cuentas del ex presidente Pérez Molina, su poderosa vice y la camarilla que lo rodeaba.

El sufrimiento de la madre-niña de Dani y el calvario de este niño de apenas 10 años deberían sumarse al expediente de los corruptos perseguidos por el MP y la Cicig. Pero como eso no va a suceder porque la ley no lo permite, entonces quizás por lo menos quede como una evidencia más de las consecuencias del latrocinio desde los altos círculos del poder, como ejemplo para quienes asumirán en enero y como estímulo para quienes protesten en la plaza exigiendo justicia y transparencia.

Algo similar sucede con las familias desplazadas de El Cambray II, quienes ya están sufriendo los estragos del abandono estatal. Lo prometido es deuda, dicen, pero en las instancias de gobierno no existe ese concepto y las promesas se utilizan y desechan con igual facilidad. Tal es el mareo producido por las alturas del poder, que al Presidente no le ha costado ningún esfuerzo salir del paso del déficit de viviendas para quienes sufrieron la pérdida total de sus casas y familias en uno de los peores desastres de los últimos tiempos, prometiendo sortear entre ellos las pocas unidades disponibles.

La degradación moral de las instituciones fundamentales de una democracia queda en evidencia cuando la ciudadanía “espera” a que sucedan las cosas. Cuando “tiene la ilusión” de ver a un juez emitir una sentencia correcta en un caso obvio de criminalidad comprobada. Cuando “ruega” por servicios básicos en lugar de exigirlos. Cuando observa el enriquecimiento descarado de sus autoridades edilicias mientras se derrumba una obra en construcción que costó millones.

Todo ello se refleja patente en el caso de una niña-madre desesperada por conseguir miserables 33 mil quetzales para curar a su hijo, mientras en el Congreso se reparten un aguinaldo que no se han ganado y las autoridades negocian aún si dan a conocer el listado de la Línea 2 o si se lo guardan para presionar al sector privado durante los próximos cuatro años. No cabe duda que cuando el abuso excede lo tolerable, sucede lo mismo que con los sistemas de alarma: si nadie acude a atender la emergencia, se apagan solas.

Carolina Vásquez Araya


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