Este artículo también podría haberse llamado La desgracia de no tener un partido al que votar o La insoportable cuita de no tener una opción política a la que dar mi confianza con mi voto. Eran demasiado largos pero es la realidad. A falta de dos meses para las Elecciones Generales ninguna de las opciones políticas a las que podría votar me genera la suficiente seguridad de que si introduzco su papeleta en la urna vaya a solucionar los problemas que tenemos en mayor o menor medida los españoles.
No voy a entrar en el debate de la nueva y la vieja política. Me parece que es una definición incompleta de la realidad, ya que se centra, principalmente, en la fecha de nacimiento de los partidos. Más bien la diferencia se encuentra en saber si los partidos en disputa que se presentan en todas las circunscripciones van a hacer política con «P» mayúscula o con «p» minúscula, si van a bajar al suelo en vez de quedarse en el pedestal del poder.
Como todos los lectores conocen soy socialista. Desde que alcancé la mayoría de edad y pude ejercer mi derecho al sufragio siempre deposité mi confianza en el PSOE. Mi voto siempre fue para el partido del puño y la rosa, incluso en los malos momentos, cuando había que luchar contra el ultraliberalismo de Aznar o contra el «anguitismo» que tenía como enemigo político a los socialistas en vez de al Partido Popular o cuando las medidas económicas de la última legislatura de Rodríguez Zapatero nos hundían más en la crisis provocada por el falso milagro económico de los gobiernos de Aznar, con Rodrigo Rato a la cabeza de la política económica. Sin embargo, en estas Generales «navideñas» no puedo votar al PSOE por varias razones. En primer lugar, porque, como socialista, no puedo entregar mi confianza a un candidato que ha impuesto un régimen autoritario basado en el culto a su persona, que ha purgado a quienes le pueden hacer sombra o han sido críticos con su gestión. La gestión realizada a la hora de diseñar las listas electorales desde que Pedro Sánchez es Secretario General es un ejemplo de ello al imponer a independientes, a «paracaidistas», en puestos clave, Irene Lozano incluida, en vez de incluir en las listas a figuras del partido es una muestra de ese poder autoritario que se ha impuesto al PSOE, o la apertura de expedientes de expulsión a militantes por el mero hecho de ser discrepante con la Ejecutiva Federal. En segundo lugar, no me genera confianza la deriva que está tomando el partido a nivel programático. Las idas y venidas en los planteamientos dan una imagen de poca seriedad. Ya han sido demasiadas las ocasiones en que el PSOE ha dado marcha atrás a propuestas que de verdad tenían unos cimientos socialistas para dar satisfacción a eso que se ha dado en llamar «el voto de centro» y que no es otra cosa que transmutar lo que realmente necesitan los ciudadanos en cazar votos al precio que sea. El último ejemplo lo tenemos en la «derogación parcial» de la Reforma Laboral cuando uno de los puntos fuertes sobre los que asentar un programa socialista debe estar basado precisamente en la eliminación de ordenamiento jurídico español de una ley impuesto y que sólo recoge las reivindicaciones de la patronal. Al parecer, el PSOE sólo la va a reformar en vez de derogarla. En tercer lugar, los puntos que se van a anunciando del programa con el que se va a presentar el Partido Socialista se quedan cortos en todos sus aspectos respecto a la realidad, a lo que demandan los ciudadanos. Se vuelve a caer en lo de siempre, hacer promesas vacías que no se van a llevar a efecto o que van a ser edulcoradas en su aplicación por la presión de los poderosos. Finalmente, un partido que ha dado la espalda a su militancia, que la tiene de puro adorno, que coloca cortinas en actos para que no hablen, que afirmen que el voto de las primarias tiene solo un valor simbólico, que los procesos de democracia interna no son más que una distracción para los que son la base del partido porque la última palabra la tiene Pedro Sánchez, no me genera confianza alguna. Por eso, y por otras razones, en estas Generales no puedo votar al PSOE.
Evidentemente, no voy a votar al Partido Popular. Iría en contra de mis principios y de mi ideología. No puedo depositar mi confianza en el partido ultraconservador porque ya engañó a los españoles en las elecciones de 2011 con un programa falso que escondía otro paralelo donde se explicitaba la imposición de un modelo ultraliberal que ha tenido los efectos que todos hemos sufrido en nuestras carnes y que solo ha beneficiado a las élites, a los hijos de la buena estirpe. No puedo votar a un partido enfangado en la corrupción como lo es el PP, un partido que se presentaba a los comicios dopado con millones de euros provenientes de donaciones de grandes empresas y grandes fortunas a cambio de futuras concesiones. No puedo votar a un partido que ha pagado en dinero negro una reforma de su sede, que ha defraudado al fisco los impuestos correspondientes a casi un millón de euros. No puedo votar a un partido que es el heredero del franquismo. No puedo votar a un partido que tiene como objetivo la destrucción del Estado del Bienestar para entregárselo a sus socios de las grandes corporaciones.Finalmente, no puedo votar a un partido que se presenta con Mariano Rajoy a la cabeza, el peor Presidente de Gobierno desde la reinstauración de la democracia en España (y eso que Aznar había dejado el listón muy alto), el hombre que se ha entregado a los dictados de la Comisión Europea, en general, y a Angela Merkel en particular a la hora de imponer a los ciudadanos políticas de austeridad que iban totalmente en contra de los intereses de aquéllos, el hombre que ha destruido la vida de millones de españoles con una política laboral que premia la precariedad del empleo con el único fin de maquillar las cifras de desempleo.
Tampoco puedo dar mi voto a Izquierda Unida, o como se vaya a llamar, o con quien vaya a concurrir a las elecciones. Siempre tuve simpatía hacia los comunistas, siempre me pareció un partido serio que era necesario en España. Sin embargo, la llegada de Julio Anguita y su desmedido odio hacia el PSOE o la deriva demagógica de los últimos años hicieron que me replanteara muchas cosas. La llegada de Alberto Garzón hizo que esa antipatía creciera porque el joven líder no es más que un heredero de Anguita, un representante de esa corriente en la que el enemigo político no se encuentra en la derecha, sino en el Partido Socialista. Esa manera excluyente de entender la relación entre las fuerzas de izquierda es lo que me echa para atrás y es lo que está desmantelando una formación histórica hasta quedar en algo residual que es muy probable que se quede sin Grupo Parlamentario.
Tampoco puedo dar mi voto a los partidos nuevos. No creo en el proyecto político de Podemos desde su formación. No creo en las propuestas irrealistas, demagógicas y de fácil calado en una sociedad que está buscando cosas nuevas pero cosas que resuelvan sus problemas reales. Sí, soy un convencido de que Podemos utiliza a «la gente» como rehén para imponer un sistema político utópico, por mucho que la utopía sea maravillosa, por mucho que las medidas propuestas hasta ahora sean realizables en los manuales de Teoría Política. Sin embargo, la realidad es muy otra y llevará a la utopía a una nueva decepción porque trasladar la teoría a la práctica es muy complicado, sobre todo cuando se trata de gobernar un país. Los ciudadanos ya están hartos de decepciones respecto a sus dirigentes.
Respecto a Ciudadanos me ocurre lo mismo que con el Partido Popular, salvo porque ellos están limpios de corrupción. No creo en el sistema económico liberal, del mismo modo que no creo que nadie sea capaz de tirar la economía de mercado. Por mucho que Albert Rivera diga que no son un partido de derechas, lo son y, por tanto, no puede tener mi apoyo en las urnas. La diferencia respecto a Podemos, Izquierda Unida o el PSOE es que tienen un proyecto sólido, un proyecto donde conjuga elementos propios de los partidos liberales del ámbito anglosajón y de la socialdemocracia del norte de Europa. Eso les hace atractivos a ojos de muchos ciudadanos que ven al partido naranja como una alternativa real de poder.
Realmente es una desgracia tener tantas opciones políticas y no poder votar a ninguna. Esto es un sinvivir y las elecciones se van acercando.
José Antonio Gómez