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La actitud republicana

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Proclamación de la República en Valencia. 14 de abril de 1931
Proclamación de la República en Valencia. 14 de abril de 1931
Ochenta y cuatro años atrás la situación en este país era insostenible. La grave crisis económica que atravesaba Europa desde el fin de la Gran Guerra hizo mella en una España que jamás realizó un reparto racional de las tierras y una verdadera revolución industrial. El único resorte al que podía agarrarse la población eran los movimientos obreros, principalmente anarcosindicalistas, los que ya desde principios de siglo iniciaron una andadura en solitario para dar una mínima cobertura social a la población.

Pero fue del todo insuficiente; la explotación laboral, los sueldos de hambre, y una represión implacable que procedía de un estado, primero monárquico y decadente, y después dictatorial en manos del general Primo de Ribera, dibujaban con el paso de los años un escenario cada vez más explosivo.

Fue entonces cuando se celebraron en 1931 unas elecciones municipales, que permitió Alfonso XIII con la intención de avalar su poder, y que para su desgracia ganaron los republicanos. El 14 de Abril se proclamó la República y el rey tuvo que salir del país en tren.




Contrariamente a lo que muchos creen la Segunda República no solo fue cosa de las izquierdas; la derecha liberal y hasta la más conservadora a regañadientes, formaron parte del Congreso y llegaron a gobernar durante dos años ―bienio de derechas de 1934-1936―. Sin embargo los principios e intenciones de los más conservadores divergían desde el primer momento. Durante el bienio negro la reforma agraria quedo paralizada y los derechos conseguidos por los más humildes hasta la fecha peligraron. La derecha liberal y republicana, aunque bien intencionada en sus inicios, terminó claudicando ante los involucionistas; estos últimos, representantes del verdadero poder del país, no escatimaron esfuerzos para fomentar el miedo y el odio hacia las izquierdas entre las capas más humildes de la población rural. Maltratada e ignorante, está fue aglutinada en la CEDA en espera de la confrontación.

La victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 fue el momento elegido por los terratenientes y parte substancial del ejército para sublevarse contra el poder legitimo. El 17 de Julio de 1936, Francisco Franco Bahamonde ―un general chusquero incapaz de dominar sus emociones más primarías―, se rebelo en Marruecos y se traslado con el ejército a la península para empezar la matanza.

La República se fundamentaba en unos avanzados valores liberales y de justicia social, algo incompatible con la minoría de personas que ostentaban el poder en la España del momento, porque estos, a diferencia de las clases más opulentas de los países europeos de nuestro entorno, nunca tuvieron antes la obligación de claudicar en parte de su poder y adaptarse a la modernidad. España pues, con la República de golpe y porrazo cuestionó y trató de terminar con una serie de privilegios heredados por una minoría desde el Antiguo Régimen. El anticlericalismo y hasta la furia anarquista ―a veces desmedida― no fueron más que una consecuencia lógica de un asqueamiento acumulado durante décadas ―si no siglos― en una ingente masa de desheredados.

La República al tiempo que ofrecía útiles herramientas, cambios notables, y sobre todo una esperanza para el pueblo, se ha de decir que también representó un parapeto a la forma en que los anarcosindicalistas entendían la Revolución Social. Realidad que si bien trajo más de un conflicto, salvo al final de la guerra civil y de forma episódica, no significo la ruptura en ningún momento.

Más bien fueron un revulsivo y un complemento; a fin de cuentas sin esos grandes movimientos obreros, quizá los sanos planteamientos de la República no habrían sido tan claros y avanzados. Es inmerecido e injusto ―como se ha hecho en tantas ocasiones― atribuirles el fracaso en la guerra, pues fueron en muchos casos la solución en el campo de batalla por medio de las milicias, y en la retaguardia con el mantenimiento de la producción en las fábricas y campos colectivizados.

Si algo nos debería de quedar claro es que la República pretendía organizar un país en donde sus gentes habían sido explotadas, vejadas y dejadas a su suerte durante demasiado tiempo. Construir una nueva sociedad en donde los españoles pudieran vivir libre y dignamente de forma responsable. Este fue el crimen que tanta gente de buena voluntad cometió hace setenta y cinco años, y por el que ahora, si hemos de hacer caso a una derecha que jamás ha condenado los crímenes de la dictadura y jamás ha pedido perdón a las víctimas, nos debemos de avergonzar.

Rememorar la República en nuestros días tiene sentido porque forma parte de nuestra historia y sus principios siguen teniendo vigencia. Por mucho que pese a unos y a otros ―tanto los que aborrecen el periodo republicano, como los que no contemplan plenamente lo que fue la primera transición después de la dictadura―, la República fue como se ha dicho la antesala de nuestro actual sistema democrático.

El error en mi opinión lo cometeríamos si nos plantásemos en honrar ritualmente a la Segunda República, para quedarnos en una especie de ensoñación que nos viene a decir que cualquier tiempo pasado fue mejor; pasando acto seguido la página o por el contrario, pretendiendo emular ―y desde una posición ideológica muy concreta― en nuestros días algo que fue patrimonio de muchos, y que en todo caso ya no puede ser de idéntica manera.

Esto último es importante tenerlo en cuenta ―más cuando existen nuevas y emocionantes propuestas― para cualquier planteamiento serio de querer cambiar siquiera formalmente el modelo político. Tal como sucedió hace ahora ochenta y cuatro años los esfuerzos y la visión deben ser amplios, plurales e integradores.

La actitud republicana más allá de pretender modificar una estructura estatal en nuestro país, debe servir para continuar el camino empezado por muchos hace ya mucho tiempo, en la búsqueda del mejor escenario tanto individual como colectivo de libertad y justicia social.

Francesc Sánchez


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