Dedicado a mi madre, Enriqueta O’Neill, a mi abuela, Regina de Lamo, a mi tía Carlota O’Neill, a mi tío Virgilio Leret, a mis dos primas, Mariela y Loti Leret, a mi padre, César Falcón, a mi tío Jorge Falcón, a mis camaradas Antonio Campos y Francina Ribas, y a todos los miles que me precedieron en esta ingrata lucha.
La sociedad moderna olvida que el mundo no es propiedad de una única generación.
(Oscar Wilde)
El sentimiento generalizado que abrigan las generaciones jóvenes de que el mundo, el planeta, el país en que viven, les pertenece únicamente a ellas, ha sido universal e intemporal, pero está más acusado en España en el último cuarto de siglo. El transcurrido desde que la sacralizada Transición decidió hacer tabla rasa de todo lo actuado por las generaciones anteriores desde el final de la Guerra Civil.
La posmodernidad, ese relato, construcción literaria, filosófica, teórica, que se resumía en la frase de Fucuyama “la historia ha terminado”, que daba por concluida la lucha de clases, las revoluciones, las utopías socialistas, la solidaridad anarquista, las sublevaciones anticoloniales, la guerra antiimperialista, la unión de los pueblos contra los tiranos, el antimilitarismo, el ecologismo, el feminismo, el machismo, la homofobia, fue convertida en programa educativo, canon académico, propaganda televisiva, axioma político y económico, publicidad encubierta de sabiduría cultural. Contenía todo el agit prop del capitalismo, el fascismo y el patriarcado triunfantes.
Las masas fueron convencidas, troqueladas, amansadas, gratificadas psicológicamente con el eslogan: “la política ha muerto, viva la libertad”, que se coreaba en los años 80 en los conciertos de rock, las discotecas como Rock-ola, y las fiestas mayores que inauguraba el ínclito alcalde santificado de Madrid Enrique Tierno Galván, induciendo a los jóvenes anestesiados a “colocarse”. Era lo que se llamaba “la movida madrileña”. Toda una operación de alienación hacia la banalidad, la ignorancia y la estupidez, que representaron sus iconos dedicados a la fiesta, el alcohol y las drogas que cantaba Janis Joplin.
La fiesta ha terminado con la casa sucia y medio derruida, los participantes en estado comatoso, drogadictos y pervertidos, y sin que los sucesores deseen pararse a enterrar los muertos. La posmodernidad ya no está de moda mas no se sabe qué le sigue. Por no tener no tiene ni nombre.
Pero la vida se empeña en sobrevivir. Los desahucios prosiguen su tarea demoledora de despojar de la casa a los supervivientes de la fiesta, los hambrientos se amontonan en los bancos de alimentos y en los contenedores de basura, los niños de los pobres padecen malnutrición, no hay dinero para cultura ni educación ni discapacitados ni mujeres medio asesinadas. Solo para engordar a los banqueros.
Y entonces surgen nuevos salvadores de la patria. Son hijos de la abundancia. Han estudiado en varias universidades, conocido las modernas modas y modos de vivir, de hacer política y practicar el sexo, y por tanto saben más que ninguno de los que los han precedido. Y nos miran y gargajean con disgusto: “estos viejunos, ¡que saben! ¡Todo lo hicieron mal!”.
Estoy segura de que hicimos mal muchas cosas: pero la primera y la más grave fue proporcionarles a nuestros descendientes los máximos placeres y bienes. Estudios carísimos, ropa de moda, clases de inglés, de francés, de ruso, de yudo, de baile, de tenis, conciertos multitudinarios, viajes de placer y cursos en diversos países, lecturas, teatro, cine, ópera, ballet, automóvil, moto, bicicleta, escaladas al Himalaya, buceos en la costa de coral australiana, performances de última modernidad, para que se convirtieran en adictos a la posmodernidad. Desde esa perspectiva, instalados en una cotidianidad en la que se come cada día, observan la realidad que les rodea compuesta de otros jóvenes, medio jóvenes y trans jóvenes iguales a ellos. Desde la profundidad de sus nuevos y geniales descubrimientos y pensamientos saben bien lo que le conviene a todo el país y a todas las generaciones, y que se no ha realizado antes de ahora por la torpeza, la estupidez o, aún peor, la traición de sus mayores.
Recuerdo, de memoria, la frase de Engels en el Prólogo del Anti-Düring cuando, elaborando el discurso del socialismo científico, comenta que los socialistas utópicos, que no conocían la lucha de clases, creían que no se había construido antes la sociedad igualitaria porque los filósofos que los precedieron habían sido tan torpes que no se les ocurrió.
Las jóvenas que miran con desprecio a las veteranas cuando defienden el feminismo -esa ideología desconocida de la que lo ignoran todo- que fue una moda de hace decenas de años, que ya no sirve para nada, no quieren dialogar con ellas ni sobre los tiempos pasados ni sobre los actuales ni los futuros. ¿A quién le interesa averiguar si la mujer es una clase cuando las lesbianas se casan y los machitos bisexuales mueven el culito tan bien? ¿Quién va a discutir sobre la explotación sexual de la mujer cuando la teoría queer, que ya es dogma, dice que no hay hombres ni mujeres? ¿Para qué cansarse toda una tarde en la aburrida, y desgastada de tanto repetirla, concentración contra la violencia machista cuando es mucho más divertida una perfomance en la que los actores y las actrices se sacan sangre de las venas, la fríen en una sartén y se la dan de comer a los espectadores? ¿Hay algo más rompedor, más revolucionario, más escandaloso, más moderno, más in, más friki, que follar en un espacio público: librería, sala, biblioteca, centro cultural, teatro, parque, tres jóvenas y un joven, que no son ni una cosa ni otra? ¿Y por qué vamos a abolir la prostitución si es una profesión divertida y lucrativa? ¿A quién se le ocurre prohibir la maternidad subrogada cuando alquilar un vientre de mujer, como se fecunda a una vaca, da satisfacción a los pobres gays que no pueden parir, repentinamente convertidos en deseosos padres amantes? ¿Cómo se nos ocurre perder el tiempo contando y recontando el PIB que produce el trabajo doméstico, el paro femenino, las pensiones de las viudas, el salario que debería pagarse a las amas de casa, el reparto de la riqueza entre hombres y mujeres –el 82% para ellos y el 18% para ellas-, cuando lo que hay que hacer es experimentar inyectándose testosterona?
Mientras esas jóvenas experimentan y filosofan y se divierten, una mujer y varios niños son asesinados por uno o varios machistas. Mientras se escenifican las performances las trabajadoras ganan fregando el 30% menos que sus “compañeros” cavando. Mientras se discute en la universidad sobre el pornoterrorismo dos niñas son asesinadas por su padre en Galicia con una radial, otra mujer muere a machetazos propinados por su ex parejo en plena calle en Castelldefels, otras dos muchachas desaparecieron en Cuenca y han aparecido muertas en una orilla del río Huécar.
Pero esas mismas jóvenas despreciativas y sabihondas hoy no encuentran trabajo ni de camareras aunque se hayan licenciado en filología.
Pero todas ellas, y todos los jóvenes, sus parejos, saben bien lo que hay que hacer hoy para mejorar el horrible mundo que les dejaron sus mayores. Y se lo dicen a ellos con el peor tono de desprecio.
Un doctor en biología, con varios masters españoles y foráneos, que ha tomado el biberón y las papillas y los menús en los comedores de las escuelas y las universidades, sin salir nunca de ellos, sabe muy bien cómo se lleva a cabo una huelga en el metal o en las minas o en la construcción o en los transportes o en la limpieza, o mejor aún cómo se convoca una huelga general, esa que los sindicatos no quieren convocar porque son unos vendidos.
Un profesor de 30 años, igualmente nutrido, puede humillar a todos los activistas que durante 80 años y 70 y 60 y 40 y 30 y 20 y 10, han pateado los barrios, formado comités de empresa, organizado marchas, concentraciones, manifestaciones, asambleas, reuniones, plantes, huelgas locales, parciales y generales; realizado huelgas de hambre, mítines, conferencias, encuentros, pegada de carteles, videos; escrito y publicado libros, panfletos, folletos, anuncios, boletines, volantes, y han enviado miles de cartas por correo y transmitido millones de mensajes emailados, para agitar y movilizar y convencer y desalienar y desamordazar a unas gentes engañadas, asustadas, paralizadas, pasmadas, anestesiadas, presas de la propaganda capitalista y fascista y patriarcal y machista, a las que han convencido de que siempre es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer, de que los comunistas son monstruos sanguinarios que asesinan curas y violan monjas, de que las feministas son perversas brujas lesbianas que matan niños; de que la revolución es el caos y el genocidio; de que Dios no quiere que se permita el divorcio ni se legalice el aborto, se le quite el dinero que se le da a la Santa Iglesia que tantas buenas obras de caridad realiza, se arruine a los bancos que son los que nos financian la casa, ni que los trabajadores pidan aumento de sueldo porque las empresas perderían dinero y entonces los despedirían, ni que se auxilie a los emigrantes porque vienen a quitarnos lo nuestro; y lo nuestro puede ser catalán o vasco o andaluz o gallego, que los otros no son los nuestros; que es mejor la sanidad privada porque funciona bien mientras la pública es mala y gasta más dinero, que es imprescindible que cada padre escoja la educación que quiere para sus hijos porque los hijos son propiedad privada del padre.
Y todas las jóvenas y los jóvenes que escupen en la huella de los viejos y las viejas que han pateado los barrios, formado comités de empresa…etc.etc. durante 80 y 70 y 60 y 50 y 40 y 20 y 10 años, están tan contentas y contentos porque salen medio desnudos a la calle, con crestas de pelo verdes y coloradas, fuman porros en mitad de la calle, se besan y joden entre ellas y entre ellos y entre ellos y ellas y ello, asisten a conciertos donde se puede hacer todo eso y mucho más, estudian o estudiaron o lo intentaron con precios baratos o pagados por los papás, viajaron con mochila o con maleta, aprendieron a mascullar algún idioma diferente a su dialecto regional o familiar, se ajuntaron, se casaron, se divorciaron, se abortaron, se negaron a trabajar a pico y pala o en la mina o en la cocina, contestaron insolentemente a sus padres, a sus maestros, a sus jefes, a sus profesores, a sus amantes, a sus mujeres, a sus hombres.
Las jóvenas por supuesto ni saben, ni quieren saber, ni recuerdan, ni quieren recordar, que sus madres y sus abuelas y sus bisabuelas y sus tatarabuelas, soportaron los amoríos y el concubinato del esposo sin derecho a quejarse; que recibieron palizas del padre, del marido, del hermano, del hijo, sin atreverse a contarlo; que parieron y amamantaron diez, quince y hasta veintitrés hijos; que abortaron con una sonda que se introdujeron en la vagina hasta que se infectó, que se desangraron en la camilla de una partera; que las encarcelaron por abandono de hogar, por adulterio, por lesbianas; que no les permitieron opositar para jueces, magistrados, notarios, registradores de la propiedad, diplomáticos, militares, policías; que no pudieron ni trabajar fuera del hogar ni ganar su salario, que no tenían cuenta corriente, ni talonario de cheques ni tarjeta de crédito ni pasaporte ni documento de identidad sin el permiso de su padre y de su marido; que las acosaban, las violaban, las insultaban, las piropeaban, sin que pudieran quejarse. Que las mataban sin que se publicara una sola nota en la prensa.
Y que todo de lo que hoy jóvenes y jóvenas disfrutan o sufren se lo sacaron de su piel, de sus huesos, de su sangre, de sus uñas, de su columna vertebral, de sus cervicales, de sus lumbares, de su corazón, de sus riñones, de su hígado, de sus venas, de su bienestar y comodidad y felicidad, los viejos y las viejas que sobrevivieron a los fusilamientos, la persecución, las torturas, las prisiones interminables, los campos de concentración, las libertades vigiladas, las prisiones domiciliarias y atenuadas, las presentaciones dos veces al día en la comisaría o en el juzgado o en el Tribunal de Orden Público o en el Juzgado Militar o en la Audiencia Nacional, a los que las jóvenas y los jóvenes de hoy ahora critican, desprecian, ofenden y humillan.
Vosotros, que surgiréis, de la marea
En la que nosotros perecimos
Recordad
Cuando habléis de nuestras flaquezas,
También los tiempos sombríos
De los que pudisteis escapar.
Bertold Brecht.
Lidia Falcón O'Neill, Licenciada en Derecho, Arte Dramático y Periodismo y doctora en Filosofía.