Trilogía Progresista (II). Liberalismo y socialismo, los dos hijos de un mismo padre, el progresismo.
En la primera parte nos quedamos intentando determinar el origen cronológico del progresismo como ideología, ya que como sucesión histórica de acontecimientos sociales evolutivos es difícil determinarlo. Los datos historiográficos apuntan a que el progresismo ideológico, que se reconoció académica y recientemente, es anterior al conservadurismo del s.XVII. En aquel tiempo, el eje actual de izquierdas-derechas aún no existía. En esos momentos existían un modelo injusto que defendían los conservadores y el modelo contrario que proponían los más progresistas que por entonces se consideraban liberales.
Y es precisamente en aquella época, cuando empieza a surgir diferencias entre unos progresistas que buscaban mayor libertad y justicia individual, en su lucha contra el modelo conservador establecido, y los progresistas que van más allá buscando libertad y justicia social para la comunidad. Así nacería el socialismo como doctrina hermana del liberalismo e hija del progresismo, de manos de Gracchus Babeuf tras la Revolución Francesa.
El término “socialista”, según una definición del “Dictionnaire polítique. Encyclopédie du langage et de la science politiques”, (Duclerc y Pagnerre. Paris, 1842) es el siguiente: “es el nombre con que se designa a aquellos hombres que considerando indignas de sus esfuerzos las reformas parciales, tanto en el orden político como en el industrial, sólo ven salvación para nuestro mundo en la reconstrucción completa del orden social”. Esto ponía de manifiesto, en aquella época, que el socialismo, aunque era una idea revolucionaria por su originalidad y la fuerza con la que nació, abogaba más por una transformación de corte intelectual que mediante activismo.
Gracchus Babeuf |
Pero como toda gran idea, existían diferentes visiones personalistas que hacían que el socialismo no fuese algo homogéneo sino algo caótico en principio, debido a su inesperado nacimiento. Fue así como surgieron distintas corrientes diferenciándose entre el socialismo utópico británico de la mano de Owen, el socialismo filosófico francés o saint-simonismo, el fourierismo, el socialismo comunitario, el socialismo de Estado de Lasalle, el fabianismo, el socialismo científico de Marx y Engels, y el socialismo democrático. Todos tenían una base común, liberarse del conservadurismo estático que permitía que hubiese diferentes clases sociales y que unas explotasen a las otras. La Revolución Francesa y más tarde la revolución industrial, fueron imprescindibles para que la sociedad despertara.
Mientras tanto, el liberalismo iba avanzando rápidamente por otro camino cada vez más diferente del socialismo en las formas, no en el fondo.
Es común, y también erróneo, pensar que el liberalismo es una ideología de derechas, tal y como la clasificaríamos hoy en día. Nada más lejos de la realidad, pues la lucha por los valores que hoy reconocemos izquierdistas como la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia, la separación de poderes y un Estado que garantice todos estos principios, son obra del liberalismo. Pablo Iglesias, fundador del PSOE, dijo: “quienes contraponen liberalismo a socialismo, o no conocen bien al primero o no conocen los verdaderos objetivos del segundo”. Y es que liberalismo y socialismo, a pesar de sus diferencias características, son dos ideologías que van de la mano, no son contrarias ni opuestas.
Kant teorizó sobre el Estado como la culminación de las ideas ilustradas donde la libertad radicaba en la obediencia a las leyes que el ser humano nos dábamos a nosotros mismos, y John Stuart Mill defendió la fusión de las corrientes liberal y socialista, que se llamaría socioliberalismo. En palabras de Norberto Bobbio, “El Estado liberal es aquel que ha consentido la pérdida del monopolio del poder ideológico a través de la concesión de los derechos civiles, y la pérdida del monopolio del poder económico a través de la concesión de la libertad económica, y ha acabado por conservar únicamente el monopolio de la fuerza legítima, cuyo ejercicio, no obstante, queda limitado por el reconocimiento de los derechos del hombre y por los distintos vínculos que dan origen a la figura histórica del Estado de derecho”. Lo que viene a significar y a demostrar que el liberalismo: 1) no es conservador en cuanto a mantener los privilegios de las clases sociales más poderosas, y 2) no rechaza el Estado. Aunque eso no evitó que hubiesen liberales que defendiesen el liberalismo económico y el conservadurismo social, dando lugar al denominado “liberalismo conservador”, totalmente contrario al “liberalismo progresista” que antepone el liberalismo social al económico.
Debido a esta tendencia del liberalismo a olvidarse de la libertad social y centrarse en la libertad económica, los liberales-conservadores crecieron dando lugar al actual neoliberalismo y a rechazar al Estado por regular sus actividades económicas. Pero este neoliberalismo no debe confundirse con el liberalismo clásico, y no debe olvidarse que el liberalismo y el socialismo son hijos de un mismo padre, el progresismo. En la tercera parte de esta trilogía progresista, abordaré el tema de la socialdemocracia y el comunismo, el divorcio de la izquierda ideológica.
Salva Díaz
Twitter: @SalvaDV
Fuente: Web Salva Díaz