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Cuando las chicas llevaban minifaldas en Afganistán

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Hoy en día la imagen que tenemos de Afganistán es la de un país feudal, siniestro y fundamentalista donde la religión islámica ocupa todas las esferas de la sociedad, y donde las mujeres se ven generalmente obligadas a llevar un velo e incluso en muchos casos un burka. Los estadounidenses se han erigido como libertadores de la sociedad afgana tras la guerra de 2001 en la que expulsaron a los talibanes (sus antiguos aliados) de Kabul y lo sustituyeron por el corrupto gobierno actual que, al margen de alinearse geopolíticamente con Occidente, en poco o nada ha cambiado la precaria situación de los afganos.






Pero lo que mucha gente desconoce es que no se trata de un país medieval “per se” que las bombas occidentales hayan mejorado tímidamente, sino de un país en el que hace apenas cuarenta años los ciudadanos disfrutaban de una total secularización de la vida social, y en el que no era extraño ver a jóvenes universitarias paseando en minifalda. Ocurrió en los años setenta durante el gobierno del Partido Democrático Popular de Afganistán, un gobierno izquierdista que llegó a proclamar el Estado laico y la igualdad legal entre hombres y mujeres. Paradójicamente, este gobierno fue depuesto también gracias a la ayuda militar estadounidense, pero en esta ocasión, una ayuda otorgada precisamente a los fundamentalismos islámicos, aquellos que tras su triunfo impusieron la peor de las teocracias. Pero en esos años los islamistas eran presentados en Occidente como héroes libertadores, mientras que el gobierno progresista afgano era la supuesta encarnación del mal.

Afganistán se había independizado de Gran Bretaña en 1919 tras una guerra de liberación, y desde entonces, era un país que había ido aproximándose a su gran vecino del norte. Así, la Unión Soviética se había erigido en aquellos años en el principal socio comercial de Afganistán, y fruto de dichos acuerdos diplomáticos, muchos oficiales afganos habían acudido a escuelas militares rusas, empapándose en ellas de ideología marxista. Además, estos militares observaban como su país era rural y feudal en contraste con la moderna e industrializada URSS, y que dicho atraso afgano era fruto del poder de la religión islámica, la cual mantenía a la población en la ignorancia y en el analfabetismo, y que así mismo impedía un reparto equitativo de la riqueza, ya que ésta se encontraba concentrada sobre todo en manos de los “mullah”, los líderes islámicos. Por ello, no es de extrañar que muchos sectores del ejército afgano fuesen volviéndose socialistas, laicos e incluso comunistas y ateos, provocando que en aquellos años los militares constituyeran el sector más progresista de la sociedad afgana.

Toda esta creciente influencia de corrientes izquierdistas en el ejército, unida a las mayores demandas de modernización y liberación de las clases populares, provoca que el Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), de ideología marxista, se convierte en la fuerza política más importante de Afganistán. Así, en abril de 1978, un golpe militar de dichos sectores izquierdistas del ejército y apoyado por la inmensa mayoría de la población urbana y laica, lleva al poder al PDPA, en la conocida como “Revolución de Saur” (Revolución de Abril). El poeta y líder comunista Noor Mohammed Taraki es elegido presidente de la República, y la URSS inmediatamente envío decenas de consejeros para promover el socialismo. En seguida, el nuevo régimen de izquierdas comienza a transformar Afganistán por decreto. Para empezar, redacta una nueva constitución en la que se establece el Estado laico, la enseñanza pública obligatoria y la igualdad entre hombres y mujeres (unos meses incluso antes que en España). Seguidamente, inicia un ambicioso programa social que incluye una reforma agraria para expropiar tierras a los terratenientes y entregarlas a los campesinos, y también una intensa campaña de alfabetización que incluía la instrucción de las mujeres, a las que se animaba a dejar de llevar velos y a las que se incluía en las aulas junto a los hombres. Así, entre 1978 y 1979, Afganistán vivió una auténtica revolución de derechos civiles y sociales, y por sorprendente que parezca, la ciudad de Kabul se llenó de mujeres que vestían alegres minifaldas, y que por primera vez podían acudir a la universidad en plena igualdad con los hombres.

Sin embargo, la política del gobierno de izquierdas encontró la feroz resistencia de las autoridades islámicas, de los terratenientes, y en general, de los sectores más conservadores de la sociedad, que veían al régimen de Kabul como ateo, hereje y contrario a la tradición. Inmediatamente, surgen grupos de “muyahidin” (guerreros islámicos) que comienzan a incendiar escuelas y universidades y a atentar contra ciudadanos de izquierdas. Entonces, dentro de la política estadounidense de la Guerra Fría, los presidentes Jimmy Carter y Ronald Reagan comienzan a enviar ayuda logística y militar a los guerrilleros islamistas, con lo que logran que la rebelión se extienda por gran parte del país y que comience a amenazar al gobierno de Kabul. Ante esta situación, el presidente Taraki pide ayuda a la URSS. El líder soviético Leónidas Breznev se niega inicialmente a las peticiones afganas, pero ante el avance de la rebelión gracias a los dólares estadounidenses y a la creciente inestabilidad del propio gobierno afgano, el politburó decide enviar tropas para auxiliar al régimen de Kabul (acción a la que propagandísticamente los medios de comunicación occidentales llamaron “invasión soviética”, pero que en realidad, venía solicitada desde el propio gobierno afgano ante el avance de los islamistas). Así, durante una década, el país vive una terrible guerra civil entre los leales al gobierno de izquierdas (apoyados por las tropas soviéticas) y los fundamentalistas islámicos (financiados por Estados Unidos). Entonces, el cine bélico occidental creará durante estos años unas cintas con fuerte contenido propagandístico en las que (desde James Bond hasta Rambo) los islamistas son presentados como románticos héroes patrióticos, mientras que se caricaturiza a los izquierdistas afganos como malvados estalinistas dictatoriales.

Finalmente, fruto del sistemático apoyo estadounidense, de la desintegración de la URSS y de la consiguiente salida de las tropas rusas de Afganistán, los rebeldes islamistas finalmente ganan la guerra civil, acabando con el gobierno de izquierdas y destruyendo todo su legado. El último presidente comunista, Mohammed Najibullah, es asesinado y colgado en plena calle por los talibanes cuando éstos entran triunfantes en Kabul. Así, los sectores más progresistas y laicos de la sociedad afgana, que obviamente habían apoyado durante la guerra al bando gubernamental, se vieron obligados a emprender el camino del exilio, y en la actualidad, muchos de ellos aún viven en Rusia. Entonces sobre las ruinas de ese Afganistán arrasado por la guerra y despoblado de sus ciudadanos más formados, los fundamentalistas crean un régimen feudal y teocrático que impone la Sharia, obliga a llevar el burka a las mujeres, realiza ejecuciones públicas, y envuelve a Afganistán en una era de oscuridad y fanatismo, era en la que (con matices) el país aún continúa viviendo hoy en día. Por ello, cuando en la actualidad Estados Unidos se erige como el principal paladín de la lucha contra el yihadismo, debemos denunciar su hipocresía, ya que fueron precisamente ellos los que financiaron al fundamentalismo islámico para que derrocase al gobierno de izquierdas afgano, un gobierno que (apoyado por la URSS) había logrado sacar a Afganistán del atraso, había emancipado a la sociedad de la religión, y bajo cuya legislación, las mujeres podían vestir como quisieran. En resumen: por culpa de la política exterior estadounidense, aquellas alegres minifaldas de los años setenta han quedado hoy en día sepultadas bajo la opacidad de los siniestros burkas. Y es que, aunque Hollywood haya intentado enseñarnos lo contrario, en la guerra civil afgana fueron los rusos los que defendieron la libertad y el progreso, mientras que Reagan, Rambo y Bond, estaban del lado de los reaccionarios, los fundamentalistas y los terroristas.

Miguel Candelas, es autor del libro "Cómo gritar Viva España desde la izquierda"
Twitter@MikiCandelas


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