Señoras y señores, ahí lo tenemos, un pueblo que se ha plantado a los dictados de la Troika, un pueblo que ha dado una lección de democracia a quienes quieren imponer el poder de los mercados al poder y la soberanía del pueblo que tiene cualquier país europeo, una soberanía que sólo parece ser respetada en Alemania, una soberanía cuya voz se está queriendo amordazar desde los poderes económicos y, por ende, desde los poderes de la UE que se han entregado fanáticamente a las exigencias de las élites económicas.
OXI, ese era el grito. OXI, ese fue el triunfo de un pueblo que ya está harto de que el dinero vaya para rescatar a quienes se están beneficiando de la crisis, a quienes se están beneficiando del dolor ajeno, porque todos los que clamaban desde sus medios de comunicación por el NAI, todos los que berrearon hasta la afonía contra el referéndum griego, todos los que amenazaron a los ciudadanos griegos, todos los que presentaron un futuro apocalíptico si los griegos no se plegaban a las exigencias de la Troika están al servicio de los poderes financieros, de los mercados, de Alemania y no al servicio de sus pueblos. Así es la UE actual, así es la Eurozona actual, el reflejo del fracaso de facto del proyecto de unidad europea, la constatación del fracaso de la política frente a los intereses de la economía.
A lo largo de la semana pasada los europeos fuimos testigos de un espectáculo lamentable desde un punto de vista político, desde un punto de vista de respeto a la democracia y a la soberanía de las decisiones de los pueblos de Europa. Quienes han defendido y se han comprometido en paladines de las medidas de austeridad del mismo modo en que el Estado Islámico se ha autoproclamado paladín de la defensa de los valores y la defensa del Islam se lanzaron a una campaña de desprestigio hacia el gobierno de Alexis Tsipras por el mero hecho de convocar a su pueblo a una consulta democrática para conocer su opinión sobre si debía aceptar las últimas condiciones de los acreedores o no. No voy a entrar a analizar si las condiciones de la Troika eran justas o no, ni en el fondo económico de las mismas, lo que sí quedaba claro es que se trataban de una claudicación en toda regla, de un modo de buscar la humillación del gobierno de Alexis Tsipras porque, a diferencia de los de España, Portugal, Irlanda o los anteriores gobiernos griegos, no se estaban sometiendo al 100% a las exigencias de aquellos que estaban decidiendo por un pueblo que no les había votado. Tsipras se presentó en esas negociaciones, junto a Varoufakis, con la idea de que la deuda y el pago de la misma no siguiera ahogando a su pueblo, al mismo pueblo al que había prometido otro modo de hacer política, otro modo donde la gente era la prioridad antes que las cifras macroeconómicas, sobre todo porque los nuevos rescates, las nuevas inyecciones de liquidez que proponían desde la Troika no iban destinadas a cubrir las necesidades del pueblo griego sino a pagar los vencimientos de la deuda, sobre todo de la adquirida por sus bancos con los bancos alemanes y, en menor medida, con los bancos franceses. Es decir, al gobierno de Tsipras se le exigían más recortes a sus ciudadanos para que su sistema financiero hiciera frente a las deudas contraídas con la banca germana.
Por otro lado, había una intención miserable desde que Syriza ganó las elecciones: había que humillar, había que aniquilar a ese partido que se atrevía a hacer frente a los poderosos mercados, había que buscar la manera de sacarle del poder, del mismo modo en que la CIA ponía y derrocaba gobiernos por todo el mundo durante la Guerra Fría. Como pueden ver, y permítanme la ironía, todo con respeto y con talante democrático.
Vuelvo a insistir en que no me gustan nada los partidos que se presentan a las elecciones con programas llenos de promesas falsas o de medidas irrealizables. Tampoco me gusta cómo la Eurozona ha querido utilizar el miedo en los ciudadanos griegos para ganarse el voto dando a entender que si ganaban las posturas defendidas por Tsipras Grecia sería expulsada de la UE, del Euro e, incluso, de la Vía Láctea. No me gustó esa postura, defendida ardientemente por Mariano Rajoy (seguro que cumpliendo órdenes de Berlín), más propia del matón de colegio que de gobiernos civilizados y, supuestamente, democráticos. De igual modo me disgustó cómo insinuaban que la verdadera intención era la de ponerle a Merkel las cabezas de Tsipras y Varoufakis en bandeja de plata y colocar a otro gobierno títere que aceptara todas y cada una de las humillaciones que desde la Troika se quisieran imponer al pueblo griego.
Como socialista que soy tampoco me gustó nada la actitud ante el referéndum griego de los diferentes partidos socialistas europeos, sobre todo del español, donde Pedro Sánchez hizo mucho hincapié en que había que cumplir los compromisos adquiridos y dejó caer, a modo de justificación y sin hacer mucha fuerza, el mensaje de que tampoco había que pasarse con el pueblo griego. Del mismo modo me sentí decepcionado con Martin Schultz y su virulencia hacia el gobierno griego, tanto antes como después de los resultados del referéndum. Esto es una prueba más de que la socialdemocracia es un proyecto fallido y de que el socialismo español está en manos de un egocéntrico irresponsable que no se ha dado cuenta de hacia dónde piden los ciudadanos que vayan los socialistas para no seguir abandonando a quienes trajeron el Estado del Bienestar a un país que no lo tenía, a quienes implementaron los derechos sociales en un país donde la derecha más reaccionaria de Europa se opone frontalmente a todo lo que huela a igualdad. Pedro Sánchez quiere navegar en las dos orillas y eso es sinónimo de fracaso, quiere transitar por la orilla de la segunda transición pero sin dejar de lado aquello por lo que los ciudadanos le están dando la espalda al PSOE. El último ejemplo lo tuvimos la pérdida de 700.000 votantes el 24 de mayo. El PSOE debía haber apoyado sin fisuras ni cortapisas el NO en el referéndum de Tsipras, por mucho que haya un socialdemócrata alemán al mando del Europarlamento. Pero no están los tiempos para que un griego le quite el protagonismo a los egos de aquí.
Como europeísta que soy me doy cuenta de que a medida que la economía, los mercados y los intereses de Alemania se van imponiendo el proyecto europeo va fracasando una vez tras otra. El Euro es ya un fracaso. Realmente, los países de la Eurozona son Estados que comparten un cambio común, pero no una moneda porque para que una unidad monetaria tenga sentido tiene que haber una unidad política y eso, a medida que pasa el tiempo, se va haciendo más utópico. Sin unidad política Europa habrá sido un sueño de unidad roto, una vez más, por los intereses del norte de Europa, los países que nos quieren a los del sur convertidos en el Caribe Europeo, donde los ricos del norte vengan a veranear, a hincharse de sol y a ponerse púos de alcohol, paella y pescaíto frito, del mismo modo en que los americanos visitan Bermudas, Bahamas o Jamaica a presumir y hacer lo que en su país les está vedado.
Lo peor de todo es que en España tengamos a un presidente que está más allá de la Puerta Negra de Mordor que de la defensa de Minas Tirith. Eso sí, Roma no paga traidores.
José Antonio Gómez, autor de "EGO: La antítesis del socialismo".
Twitter: @joseangomhern