Ignoro si por haberse convertido desde 1978 la festividad del 23 de Abril en un muestrario de puestos de bocadillos en la Campa de Villalar, lo cierto es que empezamos a discutir, no con excesiva insistencia y profundidad, sobre si existe “sentimiento nacional” en Castilla y León o si lo existente es tan solo un foco de irradiación de “lo español”. Quizás por la poca literatura al respecto, me atrevo a afirmar que en la historia reciente, lo más parecido a un sentimiento castellano, o un sentimiento castellano y leonés fue el primer Villalar, el de 1976, sí, aquel en que la Guardia Civil cargó a caballo y con sable contra quinientos manifestantes que reivindicábamos, en pleno debate autonomista, no otra cosa que una estructuración territorial favorable al acercamiento de los centros de decisión al ciudadano. Pero, al margen de tal anécdota, conviene precisar que en nuestra región confluyen un sinfín de despropósitos, algunos compartidos con otras “construcciones regionales”, que han concluido en un chapucero, al tiempo que inoperante y desvinculado del interés popular, mapa autonómico.
En primer lugar y como factor más conflictivo, la elección del fenómeno “comunero” para centrar las celebraciones se nos presenta como lo que en su día fue, la búsqueda deprisa y corriendo de un “símbolo aglutinante” de la sensibilidad castellano y leonesa, sin reparar en la oportunidad o acierto de tal precipitación. Precisamente la historiografía hispana trata tal fenómeno desde perspectivas muy distantes: desde considerar la rebelión como un movimiento popular, pasando por pequeño burgués hasta identificarlo con los intereses de la pequeña nobleza urbana e incluso con las grandes familias nobles; pero, en cualquier caso, ninguna coincidencia entre el movimiento comunero y un sentimiento patrio castellano Es decir, la discrepancia en torno al movimiento comunero es evidente y hasta dominante.
Con la misma precipitación se pretendió construir Castilla y León sobre criterios estrictamente geográfico-economicistas,la Cuenca del Duero, despreciando sensibilidades y hasta criterios técnicos de relativo peso, pero siempre, eludiendo un debate entre la ciudadanía que, en última instancia es la única depositaria de los errores y carencias de nuestros políticos. Así, por citar solo alguna de las heridas que el proceso dejó abiertas, El Bierzo es la única región natural histórica en Europa que no goza de tal consideración y reconocimiento. Por intereses puramente partidistas se edificó un tan arbitrario como precipitado compendio, amalgama de varias materias, en torno a algunas de las actuales regiones limítrofes de Castilla y León a fin de justificar su no inclusión en el proyecto castellano. Así, resultado de tanta mediocridad, San Millán de la Cogolla (Rioja), cuna del idioma castellano, pues no es Castilla.
Pero por otro lado, mientras los sentimientos nacionales de la “periferia” hispana se han forjado, entre infinidad de factores, en la hostilidad del centralismo hispano a cuyo frente figuraba la Corona castellana, Castilla ha ido forjando una mentalidad colectiva servil asociada a los intereses de la Corona, bien sea porque el poder ya se encargaba de “ideologizar” a las levas en contra de un enemigo abstracto pero real o bien, porque, a falta de concebir España, Castilla ha representado ese intento a la vez integrador y opresor pero siempre indefinido. Castilla se ha edificado sobre estructuras de poder, sobre religiosidad subsidiaria y sobre un carácter, sobrio por obligación, forjado en torno a dichas características especialmente penetrantes. No hay, pues, un sentimiento castellano sino un sentimiento de sumisión al poder que hoy podemos identificar con “lo español”. Sin embargo, los sentimientos nacionales periféricos; con tener raíces y explicaciones históricas más o menos consistentes pero, entre ellas, distintas y diferenciadas; sí que se fortalecen, toman aire en la hostilidad manifiesta del poder central.
La estupidez siempre ha estado instalada en nuestros gobernantes quienes, alardeando de ello, se han encargado de demoler puentes de entendimiento. Reivindicamos un VILLALAR 2015 que, en principio, cuestione el actual mapa autonómico y, sobre todo, los criterios que prevalecieron en su diseño. Como tantos factores de nuestra convivencia: trabajo, vivienda, forma de Estado, laicismo, etc., la estructuración territorial del Estado pasa, debe pasar, por un nuevo período constituyente pero, esta vez, protagonizado por la ciudadanía. De tal deseo se deduce que nuestra visión es integradora. Pensamos que el protagonismo de la ciudadanía en la vida política no solo será solución eficaz de los ancestrales problemas que caracterizan el embrión de una España más oficial que real, sino que será el factor aglutinante de tan diversas y hoy distantes sensibilidades nacionales.
José María Lafora