El pasado lunes en la Comisión de Economía y Presupuestos del Parlamento Europeo guardamos un minuto de silencio por las recientes muertes de las personas migrantes en el Mediterráneo. Al terminar, las y los representantes de nuestro grupo parlamentario (Izquierda Unitaria Europea GUE/NGL) solicitamos un receso de 10 minutos en la comisión para poder participar en la concentración que diferentes asociaciones pro Derechos Humanos y de migrantes habían convocado a las puertas de la Eurocámara. Solicitud que fue rechazada porque, según nos respondieron desde la mesa, ya habíamos manifestado nuestras condolencias con esos 60 segundos de silencio. Una actitud esta de las instituciones europeas y sus principales partidos que contrasta obscenamente con la sobreactuación que suele acompañar a otros desastres y tragedias.
Hace apenas dos meses todas las actividades europarlamentarias se paralizaron y su extensa plantilla y representantes fuimos convocados a manifestar pública e institucionalmente nuestro rechazo y condolencias ante la brutal matanza perpetrada contra el semanario satírico Charlie Hebdo. La gravedad del acontecimiento así lo requería. Sin embargo, no justifica un receso de 10 minutos la muerte de cerca de 1.000 personas frente a las costas europeas, macabro chorro de agua fría a un mar convertido en fosa común por el goteo incesante de muertes. Cuando hay condolencias de primera y segunda clase, lo que se nos está diciendo es que también hay muertos de primera y de segunda.
Algunas de las personas que perdieron la vida en el trágico accidente de Germanwings también eran emigrantes. En este caso, europeos. Pero nadie, ni medios ni instituciones, les trataron como tales. Eran simple y llanamente personas que habían perdido la vida. Sin embargo, que ahora solo nos refiramos a este millar de muertes por su condición de “emigrantes” y que su tragedia merezca menos tiempo y condolencias europarlamentarias no responde simplemente a una cuestión geográfica, del color de su piel ni tan siquiera de su capacidad económica. Lo que señalan estos pésames oficiales de segunda categoría no es otra cosa que la implicación indirecta de la propia Unión Europea y de sus políticas en estos y tantos otros naufragios y muertes en el Mediterráneo.
En octubre de 2013 la vergonzosa (no)gestión y posterior hundimiento mortal de un barco a la deriva cargado de solicitantes de asilo frente a las costas de Lampedusa mostró al mundo la responsabilidad de la política migratoria europea y la falta de voluntad política de las autoridades comunitarias a la hora de salvar la vida de aquellas personas que buscaban en Europa un refugio ante las persecuciones y riesgos que sufrían en sus países de origen. Personas que apelaban a esos mismos valores con los que la Unión Europea llena comunicados oficiales y pomposas ceremonias. Desde entonces se han sucedido las reuniones extraordinarias de ministros, las promesas oficiales y el anuncio de sucesivas operaciones destinadas a mejorar el control de fronteras.
Pero Eurosur, Tritón, Poseidón o la propia agencia Frontex no son más que eso: dispositivos de control y vigilancia cuyo último fin es evitar que inmigrantes irregulares alcancen las costas europeas. Valga como ejemplo un informe publicado por Frontex en 2008, disponible en la web de la Comisión Europea, en el que se defendía que las fronteras comunitarias permaneciesen abiertas para el comercio y la circulación de las personas, pero cerradas para las actividades criminales. Nada que objetar si no fuese porque, renglón seguido, se incluía, entre esas actividades criminales, a la “inmigración ilegal”. Así de claro: cuando no se circula por los canales regulares que la propia UE dificulta y cierra a millones de personas, recurrir a otras vías para tratar de llegar a Europa conlleva, según Frontex y la Comisión Europea que la auspicia, perder la condición de persona y adquirir automáticamente la de criminal e ilegal.
Pero nada de esto nos dirán estos días, empezando por la reunión extraordinaria que celebran hoy mismo jefes de Estado y de Gobierno y ministros de Exteriores de los 28 para lanzar medidas urgentes contra las cientos de muertes recientes que, sin embargo, no merecen recesos de 10 minutos en el preciado tiempo europarlamentario. Hoy escucharemos que hacen falta más medidas de rescate y salvamento que complementen la vigilancia de fronteras (algo necesario, claro, pero insuficiente), que los únicos culpables de esta tragedia son las mafias que trafican con personas y que la solución pasa por más cooperación internacional con los países de origen. Pues no. O más bien sí, pero no solo.
En este y en tantos otros ámbitos, la UE tiene un problema fundamental de incoherencia de políticas públicas. Por un lado dice defender los Derechos Humanos, la democracia y la cooperación al desarrollo en sus relaciones con los países del sur, pero mientras tanto practica una política exterior militar, migratoria o comercial que genera violaciones de esos mismos Derechos Humanos, pobreza y desigualdad en esos países. Esas son las causas que generan emigración. Más allá de que existan conflictos armados en sus países, la mayoría de las personas que cruzan el Mediterráneo deberían ser considerados refugiados económicos, en muchos casos precisamente como consecuencia de la política exterior europea. Por eso la responsabilidad de la UE es central. Sin embargo, no solo no la asume, sino que se limita a llenar el Mediterráneo con patrulleras, vallas con concertinas y CIEs. La Europa fortaleza apenas nos deja ver la supuesta Europa social y de bienestar que se esconde detrás.
Mantener relaciones comerciales justas con los países de origen de estos migrantes, condonar deudas externas ilegítimas y cesar las injerencias, tanto militares como diplomáticas o económicas, que la UE sigue ejerciendo, cual escenario neocolonial, es la única política migratoria justa y efectiva que puede plantear Europa si realmente quiere responder a las causas estructurales de estos flujos migratorios desesperados que arriesgan su vida por encontrar un futuro mejor. Todo lo demás son solo parches para salir del paso. Como siempre, es y será cuestión de voluntad política
Miguel Urbán