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Los maestros de la República

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Una de las principales figuras históricas que nos ha dejado la Segunda República es la figura del maestro y uno de sus logros (que pudo llevarse a cabo) es el intento de llevar la educación al pueblo. El intento de alfabetizar un pueblo ignorante, rompiendo por primera vez el monopolio educativo que estaba en manos de la iglesia, fue una de las grandes proezas que trajo la proclamación de la II República.

LA EDUCACIÓN DURANTE LA REPÚBLICA
La Constitución republicana de 1931 no consagró un capítulo expresamente a ello pero fue el texto que más extensamente se ocupó de los problemas de la educación. Proclamaba la escuela única, la gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza primaria, la libertad de cátedra y la laicidad de la enseñanza. Igualmente, establece que los maestros, profesores y catedráticos de la enseñanza oficial serán funcionarios y que se legislará en el sentido de facilitar a los españoles económicamente necesitados el acceso a todos los grados de enseñanza, a fin de que no se hallen condicionados más que por la aptitud y la vocación. 

Poco después de la proclamación de la república, el gobierno republicano-socialista comenzó la tarea de reforma del sistema educativo con los primeros decretos aprobados. 

En primer lugar se abordó el tema del bilingüismo en Cataluña, poniendo fin a la política represiva contra el catalán de Primo de Rivera. En segundo lugar, se comenzó con la reorganización del Consejo de Instrucción Pública, presidido por Miguel de Unamuno, asumiendo un modelo de escuela unificada, desde la educación infantil hasta la universitaria. La religión dejó de ser una materia obligatoria.

Los maestros vieron en la República la oportunidad de ejercer su labor como docentes, una labor vilipendiada hasta entonces. Decenas de maestros apoyaron las labores educativas republicanas viendo como su profesión era dignificada socialmente: Gracias a una labor ardua y entusiasta fue posible la alfabetización del pueblo. Esta labor sería cruelmente reprimida por el franquismo, quien realizaría un castigo cruel, sistemático y ordenado contra los maestros.

Durante la Segunda República se proyectó la construcción de 15000 escuelas, se triplicaron los institutos de secundaria, se crearon Misiones Pedagógicas, en las que participarían intelectuales como Lorca o Max Aub a través de compañías itinerantes de teatro (la Barraca) que llevarían la educación a los pueblos profundos y aislados de España.

Como recoge el Decreto de Creación del Patronato de Misiones Pedagógicas el propósito era"llevar a las gentes, con preferencia a las que habitan en localidades rurales, el aliento del progreso y los medios de participar en él, en sus estímulos morales y en los ejemplos del avance universal, de modo que los pueblos todos de España, aún los apartados, participen de las ventajas y goces nobles reservados hoy a los centros urbanos".

Dicho Patronato estableció bibliotecas y organizó sesiones cinematográficas, audiciones radiofónicas y discográficas, representaciones teatrales, exposiciones reducidas de obras de arte y museos circulantes. Otra de las funciones del Patronato era favorecer la formación del magisterio organizando cursos de perfeccionamiento destinados a los maestros de la zona, además de organizar conferencias y lecturas en las que se afirmasen los principios democráticos y se analizaran cuestiones relativas a la estructura del Estado y sus poderes, a la participación ciudadana, a la actividad política, es decir, conferencias que enseñaran a la gente valores cívicos y políticos, reivindicando la figura del ciudadano frente al súbdito.

LA FIGURA DE LOS MAESTROS 
La labor del personal docente durante la II República fue encomiable y en concreto la de los miles de maestros y maestras que desarrollaron su labor en pueblos y ciudades. Su labor de ser, durante todos estos años, la vanguardia de la cultura y los valores republicanos les supuso un gran coste personal. Cientos fueron asesinados por los secuaces del golpe militar de 1936, y decenas de miles fueron expedientados y/o apartados durante décadas de su profesión. Los más afortunados sufrieron el exilio.

Como bien retrata Josefina Aldecoa en su obra Historia de una maestra, los maestros tenían una clara convicción en la enseñanza y la eduación del pueblo: Es natural que queráis saber, antes de empezar, quiénes somos y a qué venimos. No tengáis miedo. No vamos a pediros nada. Al contrario; venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante y que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela ambulante donde no hay libros ni matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos. Porque el Gobierno de la República que nos envía, nos ha dicho que vengamos ante todo a las aldeas, a las más pobres, a las más abandonadas y que vengamos a enseñaros algo, algo de lo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden y porque nadie, hasta ahora, ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros. Y nosotros quisiéramos alegraros, divertiros casi tanto como os alegran y os divierten los cómicos y titiriteros…

Finalizada la Guerra Civil, Franco y sus seguidores comenzaron una depuración de profesores y maestros: desde el triunfo del franquismo, las cátedras y puestos docentes son ocupadas sistemáticamente por miembros del Opus Dei y falangistas. Miles de maestros se vieron forzados al exilio, otros muchos fueron apartados de la docencia y otros fueron fusilados.

Como bien dijo Julio Anguita: "Alguien dijo que la Guerra Civil la ganaron los curas y la perdieron los maestros. Acertaron plenamente con el aforismo."

Daniel Fernández Abella







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