El cardenal Enrique y Tarancón, arzobispo de Madrid, había vuelto a ser el centro de la polémica. El día 23 por la mañana se iba a celebrar el solemne funeral por la muerte de Carrero Blanco en la basílica de San Francisco el Grande. Era la primera ceremonia, a raíz del asesinato del presidente del Gobierno franquista. Los ministros habían discutido entre sí sobre la conveniencia o no de que sea Tarancón quien oficie la misa. Incluso éste había recibido varias llamadas amenazadoras en el palacio arzobispal. Se trató de que le sustituyera el vicario general castrense, fray José López Ortíz, pero éste decide que no procede y que, dado que Carrero Blanco ha muerto en un cargo civil, debe celebrar el funeral el arzobispo de Madrid.
El dictador Franco llegó a la basílica de San Francisco el Grande, visiblemente emocionado y envejecido. La ceremonia transcurrió con normalidad hasta prácticamente hasta el final, en el momento de dar la paz, el ministro de Educación y Ciencia Julio Rodríguez y miembro del Opus Dei rehusó dar la mano a Tarancón.
La ceremonia finalizó cuando Franco fue a dar el pésame a la familia del almirante. Al estrechar la mano de la viuda, Carmen Pichot el genocida rompió a llorar por primera y única vez en público. No lloró ni se arrepintió jamás de los miles de asesinatos y delitos que había producido en su larga vida dictatorial, sin embargo si lo hizo cuando su querido amigo y compañero franquista Carrero Blanco voló por los cielos el 20 de diciembre de 1973.
Posteriormente el príncipe Juan Carlos de Borbón, visiblemente emocionado y luciendo un brazalete negro al igual que su amigo Francisco Franco, besó la mano de la viuda de Carrero Blanco y le ofreció su pésame.
Horas más tarde, el ministro Julio Rodríguez, se presentó en la Jefatura Superior de Policía para ofrecerse, solicitando un puesto en la milicia que estaba seguro se iba a organizar para vengar el asesinato de Carrero Blanco por parte de ETA.
Luis Egea
Fuentes Consultadas: Diario 16