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Largo Caballero, el tesón y la quimera

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Desentrañar el último libro de un gran historiador como fue Julio Aróstegui (Granada, 1939 – Madrid, 28 de enero de 2013), cuyo fallecimiento está aún muy reciente, es una tarea hermosa y dolorosa. La envergadura del trabajo realizado en este libro es inmensa, casi mil páginas, con notas y bibliografía incluidas, lo que la convierte en una de sus grandes obras, a la que dedicó treinta años. La figura elegida para un trabajo tan exhaustivo es Francisco Largo Caballero, líder socialista y sindicalista, que marcará la historia del movimiento obrero español de forma indeleble.

El lector se encontrará a través de sus páginas no sólo con su minucioso desentrañamiento de su figura política. También cruza con él los numerosos caminos históricos que implican la vida colectiva de acción pública de nuestro país.

Desde sus primeras páginas, se lee la historia del Madrid menestral de su infancia, entre los finales de siglo XIX e inicios del XX., dentro de un urbanismo social que ha transformado a los entonces barrios proletarios, en territorio de clases medias madrileñas, como Chamberí o Dehesa de la Villa. A la edad de siete años, como buen niño proletario, Francisco Largo Caballero inicia su andadura laboral a salto de mata entre diversos oficios desde el más bajo escalafón laboral. El aprendizaje laboral va en paralelo a “la toma de conciencia…en el seno de la progresiva percepción de las relaciones sociales” (p.55), según las palabras del autor de esta biografía. Con este primer conocimiento de su persona nos encontramos con que “Largo Caballero nunca fue un obrero ilustrado”, (p.59) una expresión más de un proletariado con un bajo nivel de instrucción o analfabeto, muy alejado de la clase obrera de los países industriales donde sí había progresado la universalización de la educación básica.
Con Largo Caballero se cuentan las vértebras del movimiento obrero en España, su evolución interna y su acción política externa

La depauperada situación de los obreros en ese y otros ámbitos, le llevó a una lucha sin pausa que incluía la mejora de la asistencia sanitaria. La inauguración de la “clínica operatoria” de la Mutualidad Obrera, de la calle Eloy Gonzalo, también en Chamberí, le enorgullecía especialmente. Si la viera hoy dentro del sistema sanitario público pero sin recuerdo alguno de ello, tendría ese sabor agridulce que tanto nos acompaña en la desmemoriada España de nuestros días.

La lucha por las reformas sociales, presente en el Instituto que toma dicho nombre al despertar el siglo XX, abrió el telón institucional a la realidad de la vida de los trabajadores. De su experiencia saldría el primer salto a la vida municipal, que le incorporaría a una concejalía del Ayuntamiento de Madrid, en 1905, como representante del distrito donde siempre había vivido. Los lazos familiares que le acompañan en esta andadura vital señalan una unión con un descendiente y un matrimonio con cuatro hijos.

LAS VÉRTEBRAS DEL MOVIMIENTO OBRERO ESPAÑOL
Con Largo Caballero se cuentan las vértebras del movimiento obrero en España, su evolución interna y su acción política externa. En uno de sus primeros momentos, contra la guerra de Marruecos y lo que la envolvía. La aberrante redención en metálico que dejaba la obligación de las armas sólo para los pobres y contra los negocios “de alcurnia”, como eran los traslados marítimos de tropa con la Compañía Transmediterránea. En esa lucha deslinda su territorio político respecto al creciente republicanismo urbano y artesano.

Julio Aróstegui se detiene en el duro enfrentamiento entre una socialdemocracia de la que participa, que ya se había aposentado en la Segunda Internacional y la recién nacida Tercera. La conmoción provocada por la Primera Guerra Mundial, cuyas ondas van mucho más allá de los países beligerantes, obliga a posicionarse a cada una de las “secciones” (países). En ello, Largo Caballero defiende la senda de Pablo Iglesias, desechando la firma de las 21 condiciones de Moscú.

Una de las sorpresas y logros que nos depara esta investigación es el derribo de uno de los tópicos más recurrentes respecto a Francisco Largo Caballero. La calificación de el “Lenin español”, según el autor, no se corresponde con una trayectoria ideológica de radicalismo por parte de Largo Caballero, sino de pragmatismo: “Yo he sido siempre un hombre caracterizado en la organización como reformista (…) Me avergonzaría de hacer declaraciones revolucionarias y luego actuar como oportunista o arribista”(p. 156).
La calificación de el “Lenin español”, según Aróstegui, no se corresponde con una trayectoria ideológica de radicalismo por parte de Largo Caballero, sino de pragmatismo

Sólo así podemos entender al Largo Caballero posterior, el que interviene en primera línea política en la República Entretanto, su acción política hacia el interior de la organización socialista, le permite mantener un liderazgo con la capacidad de lidiar entre las corrientes internas del partido, tanto en el ámbito sindical como de la organización. Besteiro, Prieto y Largo Caballero (y el Dr. Negrín, a partir de la guerra) son las tres grandes líneas políticas que van a determinar la vida socialista hasta bien entrados los años 40. Aróstegui lo establece taxativamente: “(…) nunca hubo en las filas socialistas y, por tanto, tampoco en las del caballerismo, una verdadera «teoría» de la revolución. La orientación absolutamente pragmática, la «táctica», no se detendría ante la práctica oportunista y cuidaría siempre de la potenciación y preservación sistemática de la «organización»” (p.160)

Las sinuosidades de la táctica del Partido Socialista y de la UGT es lo que lleva a la organización a una colaboración con la dictadura de Primo de Rivera, de la que no se sacude hasta 1928. La dinámica de colaboración a cambio de mejoras para la clase obrera sólo se rompería con cuando se inicia “el proyecto de una Asamblea Consultiva y una nueva Constitución cercana al corporativismo fascista”(p.205)

REPÚBLICA BURGUESA O REVOLUCIÓN SOCIAL
Un estudio somero nos llevaría a pensar la reivindicación de la República como algo inherente al movimiento obrero y, sin embargo, fue uno de los objetivos más debatidos en su seno.

La construcción de una alternativa en solitario o en conjunción con otras fuerzas recreó constantemente los debates que determinaron el rompimiento con la Dictadura. La consideración de que el apoyo a un cambio de régimen que trajera la República con una democracia burguesa, era un camino para un gobierno obrero. Luego, el camino ideológico para llegar a lo que Caballero expuso en 1933, “ser socialista es ser republicano. Porque no puede haber socialismo sin República” (p.215), fue abrupto.
Largo Caballero asume encabezar el primer gobierno de Frente Popular. Cuando los rebeldes estaban a las puertas de Madrid, bombardeada de forma inmisericorde, toma una decisión (nunca en solitario, siempre en relación con las restantes fuerzas) de cambiar el modelo de defensa: ni retorno a un ejército regular tradicional, ni ejército de voluntarios, sino ejército popular regular

Los republicanos como partidos eran compañeros de viaje o competidores ante un electorado con elementos comunes y la República, como sistema, era cuestionable en tanto burguesa. Esta contradicción se resuelve en el discurso socialista. Entre “los trabajadores no deben hacer otra revolución que la suya” y el “es preciso subir el primer escalón (la democracia burguesa) para llegar al último (el gobierno del proletariado)” (217) dio como resultado una “República de trabajadores”, tal como reza el primer artículo de la constitución republicana de 1931, fruto de la elaboración de todas las fuerzas antimonárquicas en el poder.

En ese camino corto pero intenso, quedaba atrás el gran fiasco de la huelga general del 15 de diciembre de 1930, que no desechó una sublevación militar para derribar la monarquía. El fracaso condujo al Comité Revolucionario que fraguaba la revolución política a la cárcel, pero aquello no fue más que una piedra en el camino. La República del 14 de abril llegó limpia de hipotecas militares y de cualquier derramamiento de sangre, por la vía democrática y con un indiscutible apoyo popular.

Aróstegui lleva con gran precisión el pulso de discusiones en los organismos internos del sindicato y del partido, la intervención de distintas personalidades, algunas absolutamente periclitadas para el gran público como la de Gabriel Morón, y la relevancia de la prensa como altavoz de estas polémicas y sus inherentes debates.

Cuando el concepto de reforma no iba acompañado de otra explicación que no fuera un cambio trascendental para los trabajadores, la coparticipación en el primer gobierno de la Segunda República produce una legislación en cascada que revoluciona la vida de los trabajadores: los Comités Paritarios entre trabajadores y propietarios, incluso en la agricultura, las leyes sobre Cooperativas, el Seguro de Maternidad y toda una batería de medidas en favor de un mundo del trabajo donde el trabajador tuviese capacidad decisoria sobre la producción, lo que se llamaba “control obrero”, volviendo a las raíces socialistas más puras. Fue esa obra realizada desde el ministerio de Trabajo caballerista y torpedeada en todo lo que pudo desde la derecha, la que lleva al abandono de la coalición del primer Gobierno republicano.

En el terreno interno, la salida o permanencia de los ministros socialistas centra un debate que queda oscurecido con el drama de Casas Viejas, uno de los primeros grandes artificios propagandísticos de la derecha que se fabrica desde Prensa Española (ABC y Blanco y Negro) y que contribuye al descrédito de la República y de Manuel Azaña, en particular. La obra publicada por Tano Ramos, El caso Casas Viejas. Crónica de una insidia (1933-1936), Barcelona, Tusquets, 2012, obtuvo el merecido XXIV Premio Comillas y revoluciona las interpretaciones de lo sucedido.

La subsiguiente crisis de Gobierno determinó la convocatoria de elecciones legislativas ante la cual, según Aróstegui, “una preocupación fundamental fue la de destacar que su obra (Largo) no estaba terminada (p.327). Es en este periodo en el que se empiezan a oír las vivas al “Lenin español”. En este punto, Aróstegui polemiza con el profesor Juan Francisco Fuentes, autor de una magnífica biografía de Caballero que le precede (Largo Caballero, el Lenin español, Madrid, Síntesis, 2005). El autor rechaza la utilización del apelativo sin profundizar en lo dicho, hecho y escrito realmente por el personaje. Para ahondar en ello, el profesor Aróstegui no deja de señalar a Marta Bizcarrondo, como la autora de un espléndido trabajo historiográfico sobre la estrategia socialista durante la Segunda República.

La participación del Partido Socialista en la revolución de octubre de 1934 se plantea como el recurso a una quimera insurreccional para impedir el avance del fascismo hacia el poder político. En el marco internacional, a lo largo de 1933, se había definido el nuevo statu quo internacional, que determinó la suerte de la España democrática. El triunfo electoral de Hitler modificaba la correlación de fuerzas en el escenario europeo. Una vez más, Largo Caballero acabaría en la Cárcel Modelo donde habría más de una reunión de la Ejecutiva de las organizaciones socialistas. Lo ocurrido en Asturias vuelve a poner en primera fila, la necesidad de unidad de las fuerzas obreras y burguesas dentro de una alianza electoral, cuyo fruto se verá en la convocatoria de las elecciones de 16 de febrero de 1936.

LOS QUE ROMPEN LA BARAJA DE LA DEMOCRACIA
Tras la victoria del Frente Popular, resulta sorprendente descubrir la intensa vida partidaria en los meses previos al golpe militar. Mientras, los sediciosos desarrollaban sus lazos bajo sordina pero de manera ininterrumpida. En estos meses se ve la dificultad del Largo Caballero director de las masas obreras afiliadas al socialismo, frente al hombre de Estado que tiene que dilucidar si forma o no parte del gobierno de la Nación y si ello conllevaría la renuncia de los objetivos sociales que la derecha consideraba una provocación.

Las consideraciones finales llevaron a los socialistas a no participar en el gobierno Giral, que quedó aún más debilitado en una circunstancia crítica. Sólo la caída previsible de la capital de la Nación ante los rebeldes, llevó a una reconsideración total de la política y – ahora sí – promover un gobierno real de Frente Popular, que asumirá el poder el 4 de septiembre de 1936, al que se sumarán dos meses más tarde, los ministros anarcosindicalistas. Algo que Aróstegui considera que este “viraje de la organización anarquista hacia la plena colaboración política, nunca fue entendido por las masas confederales”.

Largo Caballero actúa de manera contundente ante la urgencia de la situación y asume encabezar el primer gobierno de Frente Popular. En el terreno de la defensa, cuando los rebeldes estaban a las puertas de Madrid, bombardeada de forma inmisericorde bajo sus órdenes, toma una decisión (nunca en solitario, siempre en relación con las restantes fuerzas) de cambiar el modelo de defensa: ni retorno a un ejército regular tradicional, ni ejército de voluntarios, sino ejército popular regular.

Estas decisiones tan controvertidas fueron consultadas y autorizadas por la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista. Aróstegui acude a las “Notas Históricas”, firmadas por Largo Caballero, para zanjar la controversia en torno a ello, en las que subraya que “por los motivos que fuesen estuvieron conformes con todo”. Es el Gobierno de Largo Caballero y no el del Dr. Negrín, quien inicia la centralización de la autoridad del Estado, desmoronada por el golpe militar y la reconstrucción de un ejército regular de nuevo cuño – quizás de fusión – donde estaba presente la figura del comisario político.

La primavera de 1937 y su crisis de gobierno es la que determina el último fulgor de poder de Largo Caballero. Para Aróstegui, de ahí partió su derrota política personal y de su corriente que quedó fuera, lenta pero inexorablemente, de todos los bastiones de poder, salvo la Asociación Socialista Madrileña.

Aróstegui explica la insurrección armada en la retaguardia barcelonesa ocurrido por la minusvaloración que hizo de los asuntos de Cataluña Largo Caballero, que consideró que “era un simple problema de orden público, cosa de la Generalidad (…)”. En el trasfondo estaba, según el propio Azaña, los abusos e insubordinaciones del máximo órgano de gobierno catalán. Una vez consumado el conflicto armado, Aróstegui interpreta que Largo Caballero reacciona tardíamente sin que pareciera entender la gravedad de la situación” (p. 583) porque se encontraba sumergido en los preparativos de la proyectada ofensiva de Extremadura.

LA SOLUCION REPUBLICANA, PRINCIPAL MENTORA DE NEGRÍN
Tras lo ocurrido, existe una nueva relación entre las fuerzas políticas y sindicales y la estrella política del Dr. Juan Negrín, sale reforzada. El que fuera su correligionario no deja de recibir denuestos de Largo Caballero, que le califica de “cínico consumado”. Tampoco Azaña se libra de calificativos negativos y se refiere a él, en varias ocasiones, como “consumido por el miedo”. La innegable “nueva situación nacional e internacional le deja al margen. La Unión Soviética, única proveedora de armas de la República, no es la que promueve el ascenso de Negrín. Aróstegui aporta con claridad determinante, que es la “solución republicana” la que se convierte en principal mentora de Negrín (p.610) con el apoyo de los comunistas, pero no únicamente por ellos.

La derrota militar de la República dejó un escenario de tragedia griega que incluyó a sus protagonistas de primera fila, como Largo Caballero, pero también para todos y cada uno de los que, en alguna medida, participaron de su vida. Largo Caballero afirmaba con estas palabras “¡qué amargo iba a ser el pan de la emigración para alguno de nosotros”!

Entre la masa de penitentes que huían de la represión que caía sobre los vencidos, el 29 de enero de 1939, Largo Caballero, sus tres hijas y su concuñada abandonaban España por la frontera francesa. Poco sabían de Ricardo, hijo de la primera unión de Largo Caballero y de Francisco, en manos del enemigo. Atrás quedaba la sepultura de su esposa, Concha, fallecida años atrás.

Con dificultades muy parecidas a las de tantos exiliados, el reconocimiento de la condición de refugiados significó un rosario de penalidades e ingratitudes del gobierno francés, del que ya nada podían esperar. Al final, se encontraba con la división propia del socialismo español entre prietistas, besteiristas, negrinistas y caballeristas, mientras el mundo europeo conocido moría en manos de la invasión hitleriana.

Como tantos, la América hispana parecía la única tabla de salvación pero ya era muy tarde para alcanzar los barcos que hacían posible el traslado. Largo Caballero tiene que responder judicialmente a las demandas de extradición de Franco que alcanzaban a dos mil personas. En 1943, ya no había lugar seguro en Francia para los refugiados españoles. La Gestapo lo detiene en territorio del gobierno títere de Vichy y lo envía al campo de concentración de Sachsenhausen, al norte de Berlín.

La primavera de 1937 y su crisis de gobierno es la que determinó el último fulgor de poder de Largo Caballero. Para Aróstegui, de ahí partió su derrota política personal y de su corriente que quedó fuera, lenta pero inexorablemente, de todos los bastiones de poder, salvo la Asociación Socialista Madrileña.

Tras dos años de reclusión se encontraría entre los miles de deportados que salían a pie de su cautiverio. Su salud se le presenta como el gran problema para enfrentar la nueva vida. Tanto es así que debe volver al campo hasta que entren las fuerzas de liberación. Con setenta y cinco años y un gravísimo problema de salud que termina con la amputación de una pierna, no parece haber futuro para él ni para la recuperación de la democracia en España, con ayuda internacional.

A pesar de esta situación, los últimos meses de vida de Largo Caballero le reincorporan a la vida política del exilio. Como herederos de una democracia fenecida a manos de un ejército sedicioso, fuera de España persisten las divisiones. El nuevo marco político tiene su nudo gordiano en el retorno a la República y el apoyo de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. En ese marco, según Aróstegui, “el Gobierno republicano (en el exilio) actuaba como freno de cualquier iniciativa que no fuese el traspaso de poder desde Franco hacia la República”

Pero la resolución final del dilema estaba ya fuera de las manos del exilio. Los países aliados, que ya se habían lavado las manos durante la guerra de España con el Comité de No Intervención, se decidían por una diplomacia de declaraciones pero sin tocar a Francisco Franco.

Francisco Largo Caballero, masacrado por la cirugía, muere en París el marzo de 1946, con la única compañía familiar de su hija Carmen y el desfile de correligionarios ante una gran personalidad “para cerrar toda una era en la historia del movimiento obrero español”

Título: Largo Caballero
Autor: Julio Aróstegui
Editorial:Debate, Madrid 2012


Mirta Núñez Díaz-Balart es historiadora. Profesora titular de Historia de la Comunicación Social, en la Universidad Complutense de Madrid y Directora de la Cátedra de la Memoria Histórica del siglo XX.



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