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'Los cañones del atardecer'. La guerra en Europa, 1944-1945

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En Los cañones del atardecer, voluminosa obra del historiador estadounidense Rick Atkinson que concluye su trilogía sobre la Segunda Guerra Mundial, se reconstruye con pulso vibrante el tramo histórico que va desde el del desembarco en Normandí­a hasta la capitulación alemana en Reims el 7 de mayo de 1945, haciendo foco en el devenir táctico-militar y paralelamente en los pliegues de un arco emocional que va del heroísmo a la traición.

A setenta años de la finalización del emblemático conflicto bélico, la última entrega de la serie conocida como Trilogí­a de la Liberación -que arrancó en 2002 con Un ejército al amanecer y continuó en 2007 con El dí­a de la batalla- reconstruye el derrotero de los soldados aliados desde una perspectiva que alterna las precisiones sobre estrategia militar y decisiones tácticas con el relato subjetivo de los soldados que participaron en la contienda.

La obra, recién editada por Crítica, se inicia con el sangriento desembarco en Normandí­a el 6 de junio de 1944, una operación militar cuyo éxito, según define Atkinson, fue posible gracias a la "sorpresa, a un poderí­o abrumador y también a la incompetencia alemana".

El relato prosigue con la Operación Dragón, un operativo que permitió el desembarco entre Tolón y Cannes para aliviar la presión en Normandí­a, para luego adentrarse en el progreso de las tropas por Francia.

Atkinson es un periodista norteamericano que ha trabajado toda su vida como redactor del Washington Post, destacándose como corresponsal de guerra en las Guerras del Golfo, Irak o Afganistán. 

Distinguido en 2010 con el premio Pritzker -el más prestigioso de los que se conceden a la literatura sobre temas militares- el autor ha dedicado años a investigar en los más diversos archivos, pero su obra no queda atrapada en el repertorio de datos y cronologías, sino que va más allá para convertirse en un mapa emocional descarnado sobre en torno a los valores y disvalores que se despliegan en toda guerra.

"Ninguna experiencia ataca los sentidos como la guerra. Capturar en palabras cómo huele, suena y sabe la guerra es difí­cil -sostiene el investigador-. La guerra, este despiadado delator de caracteres, desenmascaró a aquellos hombres con tanta precisión como un prisma desmenuza un rayo de luz para descubrir su espectro interno", escribe.

El conflicto es narrado al mismo tiempo por los soldados, los generales, los corresponsales de guerra y testigos de la población civil, que dan cuenta de los aromas, el sonido y la textura de la batalla desde que el Ejército aliado entró masivamente en Normandí­a.

Atkinson no deja nada librado al azar y completa el enorme mosaico de voces con cifras que terminan de ilustrar la magnitud del conflicto: así, cuenta que se fabricaron 2.300.000 anteojos para que los soldados estadounidenses vieran con nitidez y que a los francotiradores alemanes se los recompensaba con 100 cigarrillos por cada 10 presas y con la Cruz de Hierro y un reloj de pulsera de Himmler por cada 50.

Entre las cifras notables, se consignan también los 15 millones de litros de gasolina que consumí­a a diario el Ejército y el millón de cigarrillos que se fumaba o intercambiaba por sexo a razón de "tres paquetes de Chesterfield por un servicio en Parí­s".

La obra, que casi alcanza las 1100 páginas, da cuenta también de la ampliación de los criterios de reclutamiento a medida que aumentaban las bajas entre soldados: al comienzo de la participación estadounidense en la contienda, un combatiente tení­a que tener al menos 12 de sus 32 dientes originales, pero ya en 1944 -a un año del fin del conflicto- se podí­a enviar al frente de batalla a un hombre ligeramente discapacitado, es decir, sin dientes, con un sólo ojo, sin alguno de sus dedos, o sordo de un oí­do.

La dirección narrativa de Los cañones al atardecer resulta por momentos un tanto confusa ya que Atkinson se traslada sin escalas de un frente al bando enemigo y los personajes suelen esfumarse sin demasiadas explicaciones pero la representación del caos y el horror de una guerra es bien certera.

El autor es taxativo a la hora de delinear las responsabilidades de los principales políticos y autoridade militares: por un lado objeta la torpeza militar de Eisenhower -aunque destaca su pericia como diplomático para articular todo el esfuerzo aliado- y por el otro no ahorra críticas al rol de los franceses Charles De Gaulle y Jean De Lattre.

"La batalla había puesto de manifiesto una vez más que la guerra nunca es lineal, sino más bien una empresa caótica y aleatoria de reveses y avances, torpeza e ímpetu, desesperación y euforia", señala Atkinson acerca de las Ardenas, el mayor enfrentamiento de los soldados de Estados Unidos.


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