El pasado mes de octubre comenzó el proceso de beatificación de 21 religiosos y laicos sevillanos que fallecieron durante la Guerra Civil. El arzobispo de Sevilla, Monseñor Juan José Asenjo, ha hecho hincapié en que “de ninguna manera pretendemos echar sal sobre viejas heridas que aún parecen abiertas en algunos lugares a pesar del tiempo transcurrido”. En esta línea, ha señalado que “tampoco pretendemos saldar las cuentas pendientes de quienes las dejaron canceladas perdonando a sus verdugos en un acto de generosa y extrema caridad”.
Sin embargo, la Iglesia Católica sigue siendo incapaz de superar su visión parcial sostenida desde hace 80 años, y parece dispuesta a que tal visión negativa persiga a los defensores de la legalidad de la II República siempre. En este uso político de reconocimientos religiosos se percibe su ausencia de indignación por la reparación a las víctimas del franquismo.
Que la iglesia santifique a quien le dé la gana, está en su derecho, pero a su vez, que admita cómo ella misma fomentó, toleró, apoyó y legitimó, sosteniendo la idea de Cruzada, a la sublevación militar y fue beligerante durante la Guerra Civil, aun a costa de perjudicar gravemente a algunos de sus miembros.
La iglesia sigue siendo beligerante, en su insólita respuesta a la Ley de Memoria Histórica, acudiendo a la beatificación de “mártires” de la Guerra Civil. Por cierto, entre ellos no se cuentan los sacerdotes ejecutados por el ejército de Franco; como el sacerdote encargado del Cementerio y deposito de la Diputación cercano al Campo Santo, D. Manuel Sáenz Morón, ajusticiado por Queipo de Llano por denunciar los procedimientos de los fusilamientos.
Una vez que la guerra terminó en su aspecto militar, la revancha de los ganadores continuó con la contundencia que todos conocemos. La iglesia, que se enorgullece de haberse forjado en el martirio, no tuvo compasión de los derrotados, al igual que no condenó los bombardeos sobre la población civil. Tampoco levantó nunca la voz contra las torturas salvajes ni las ejecuciones sumarias de posguerra, ni criticó las leyes represoras de la dictadura, siendo cooperadora necesaria en la represión. Muchos informes de sacerdotes condujeron directamente a los denunciados a los pelotones de ejecución o las prisiones. Esto no quiere decir que no hubiera excepciones.
En el caso de las beatificaciones los derechos que la iglesia invoca lesionan los de las otras víctimas, más numerosas, menos reconocidas e, incluso, silenciadas por tantos años de tiranía y de olvido posterior.
A estos 21 que se “dejaron matar sin resistencia”, sólo por no perder sus creencias religiosas, nosotros hubiéramos añadido: …. a todos los republicanos honestos sin delitos de sangre ajusticiados exclusivamente por sus ideas políticas. Las voces del silencio, los más de 14.000 sevillanos y sevillanas fusilados y enterrados en más de 130 fosas comunes (por ahora) por los traidores a la legalidad que juraron defender. Y no hablamos de víctimas de una guerra. No hablamos de trincheras ni ejércitos enfrentados. Hablamos de represión contra población civil, amarrada por las muñecas o los codos y llevada a tapias, cunetas y cementerios.
Monseñor Asenjo afirma, con respecto a los encausados, que “es un acto de justicia exhumar su memoria y poner sobre el candelero de la Iglesia la fidelidad heroica de estos cristianos”. Por ello afirmamos que hay mártires diferentes, no dejemos que nos engañen, desde el mismo momento que los asesinados por defender la legalidad frente a unos perjuros, yacen en cunetas, fosas comunes, campos, etc., siguen en el olvido oficial, mientras aquellos que ordenaron sus ejecuciones sumarias, sin juicio, sin garantía alguna, sus asesinos, están enterrados en basílicas a los pies de sus veneradas imágenes. Alguna de las cuales desfila procesionalmente llevando con orgullo el fajín de general del asesino perjuro.
La iglesia fue víctima, pero también verdugo, se dejó querer durante décadas por aquel caudillo del que obtuvieron generosos beneficios en años de terribles penurias -fusilamientos, cárcel, exilio, hambre y falta de libertades- para el pueblo español.
Nuestra postura no es de enfrentamiento contra nada ni contra nadie, cada cual puede honrar a sus muertos, pero, por favor, no se ofendan cuando los demás pidamos poder honrar a los nuestros, “pues no tenemos otra intención que cumplir con un deber de justicia y gratitud (Monseñor Asenjo)”, tal vez no fueran santos, pero fueron leales a sus ideas, fueron ciudadanos honrados, al contrario que sus asesinos.
Creemos que los aires renovadores de la Iglesia Católica que trae el Papa Francisco, son reales y sinceros. Es por ello que entendemos que ha llegado el momento de pedir perdón por su colaboración institucional con la siniestra dictadura franquista y sus crímenes y pedir perdón por otros mártires, algunos de los cuales todavía no han encontrado un reposo digno.
Seguimos esperando.
Rafael Luna Maguilla