Se acerca el día 24 de enero, una fecha que para los progresistas y los demócratas debería estar marcada siempre en el calendario. Se acerca el 38 aniversario de los asesinatos de los abogados de Atocha. En estos días pasados hemos vivido una situación muy similar con las ejecuciones de los periodistas de Charlie Hebdo. Ambos casos tienen algo en común: los muertos fueron ejecutados por la intolerancia. En España por parafascistas que no soportaban la libertad hacia la que se avanzaba; en Francia, por radicales yihadistas que no soportan las libertades que disfrutamos en Occidente, libertades que, por cierto, algunos gobernantes quieren limitar o han limitado con leyes como la española.
Por otro lado, en la España actual vemos cómo se vilipendia todo lo relacionado con aquellos años. Se habla de Régimen del 78 de manera despectiva. Todos aquellos que desprecian la Transición están insultando a quienes dieron la vida por la democracia que ahora tenemos. Es cierto que el proceso quedó inconcluso por las circunstancias sociopolíticas del momento. Es cierto que la Transición fue el arranque de un cambio que, una vez asentado el régimen democrático, los dirigentes no han ido adaptando a medida que pasaba el tiempo. Pero también es cierto que esa actitud acomodaticia ha sido la tomada por el pueblo, por la ciudadanía al no hacer las reivindicaciones que ahora hacen de mayor participación. Ha tenido que venir una crisis económica salvaje y un gobierno ultraconservador y ultraliberal para que esas reivindicaciones de regeneración sean fuertes y la presión haga que los partidos se lo replanteen. Por tanto, en España hay una responsabilidad global, no solo de la clase política. Sin embargo, de ahí a hablar de Régimen, como si estuviéramos hablando de una dictadura hay un trecho muy amplio y, sobre todo, una incultura histórica y una falta de respeto a quienes propiciaron el cambio y a quienes lo han mantenido durante 40 años, sean de la ideología que sean.
Perdón por salirme del asunto principal. En este artículo haré un pequeño resumen de aquellos días de enero de 1977 que tan bien fueron retratados por Juan Antonio Bardem en su película Siete días de enero, unas semanas que pudieron provocar una nueva guerra civil y dar al traste con todo el esfuerzo realizado por políticos y ciudadanos para que España fuera un país democrático.
Acababa de comenzar el año 1977. En España se veía la luz después de casi 40 años de vivir bajo una dictadura en la que las libertades eran nulas. El día 15 de diciembre de 1976 los españoles hablaron: querían un cambio, querían libertad. El apabullante respaldo del pueblo a la Ley de Reforma Política presentada por el gobierno de Adolfo Suárez encendió las alarmas de la extrema derecha, del búnker, de los nostálgicos del franquismo, y eso era algo que no se podía permitir, que España pudiera sobrevivir sin el yugo del Régimen. Y actuaron. De igual modo los terroristas de ETA y GRAPO seguían con su campaña de terror con múltiples atentados y secuestros, como el de Antonio María de Oriol y Urquijo, representante éste del franquismo ortodoxo y Jefe del Consejo de Estado. Por otro lado, la izquierda y las fuerzas democráticas, por entonces ilegales, se habían unido en la Plataforma de Organismos Democráticos para unificar los intentos de negociación con el gobierno con la fuerza de la calle con huelgas políticas. España entraba en la fase final del proceso de cambio de la dictadura a la democracia en ese mes de enero de 1977. Sin embargo, la semana del 23 al 29 de enero estuvo a punto de crear una situación de involución política que pudo tirar al traste todo el trabajo realizado para llevar a España a un Estado de Derecho sin violencia.
Ya había habido en el año 1976 situaciones de violencia que habían puesto en peligro el proceso. En primer lugar los sucesos de Vitoria, donde varios trabajadores murieron por disparos de la Policía mientras realizaban una asamblea en la iglesia de San Francisco. En segundo lugar la tragedia de Montejurra donde las dos facciones del Partido Carlista se enfrentaron con la pasividad de la Guardia Civil. Todo ello jalonado con la violencia de comandos de ultraderecha, con el terrorismo de ETA y GRAPO, con la presión de Fuerza Nueva en la calle, con el temor a la rebelión del ejército, con la aparición en rueda de prensa en Madrid y posterior detención de Santiago Carrillo, con el Congreso del PSOE en un hotel del centro de Madrid, etc. Demasiados ingredientes para un cóctel. Sin embargo, lo peor estaba por llegar.
El día 23 de enero había convocada en Madrid una manifestación Pro-Amnistía. El búnker no podía soportar que los rojos se manifestaran por la capital ni que tuvieran cada vez más presencia en la vida pública. En una de las calles aledañas a la Gran Vía un guerrillero de Cristo Rey asesinaba por la espalda de un disparo al estudiante Arturo Ruiz y hiere de gravedad a Florencia Marcano.
El 24 de enero es convocada una manifestación de repulsa al asesinato de Arturo Ruiz y ahí muere la estudiante María Luz Nájera. La Policía Armada cargó contra los manifestantes y un bote de humo le impactó en la cabeza muriendo en la entrada de la calle Libreros. Pero ese día 24 ocurrieron más cosas. GRAPO anunció que había secuestrado al general Villaescusa. Este secuestro era una provocación directa al Ejército. Hay que tener en cuenta que los terroristas tenían aún retenido a Antonio María de Oriol y Urquijo, es decir, que GRAPO estaba lanzando su provocación hacia el búnker y hacia el Ejército.
Sin embargo, el hecho más trágico se produjo ese día por la noche. Por aquellos días en Madrid se estaba desarrollando una huelga en el transporte privado. Los huelguistas tenían una asamblea en un despacho de abogados laboralistas de la calle Atocha. Una vez finalizada dicha reunión, en la que se decidió continuar con los paros, varios letrados se quedaron en el despacho en espera de que hubiera algún rezagado de los huelguistas. Llamaron a la puerta y entró un comando de la ultraderecha al grito de Todos de pie contra la pared y esas manitas bien arriba.Registraron los despachos y cortaron los cables del teléfono. Después de esto dispararon contra los abogados matando a 3 de ellos(Enrique Valdevira, Luis Javier Benavides y Francisco Javier Sauquillo), un estudiante de derecho (Serafín Holgado) y un administrativo (Ángel Rodríguez Leal), además de herir gravemente a otros 4 letrados (Miguel Sarabia, Alejandro Ruiz-Huerta, Luis Ramos y Dolores González, ésta esposa de Sauquillo). Los terroristas iban en busca del dirigente de CC.OO. Joaquín Navarro que había salido del local unos minutos antes. El comando terrorista de ultraderecha estaba integrado por miembros de Guerrilleros de Cristo Rey y de neofascistas italianos entre los que se encontraba Carlo Cicuttini, miembro de la organización Gladio (liga anti-comunista dirigida por la CIA). Los asesinos, creyendo que tenían la cobertura de las fuerzas de seguridad del Estado, tal y como ocurrió en la tragedia de Montejurra, ni siquiera se tomaron la molestia de irse de Madrid. A los pocos días fueron detenidos.
La reacción fue inmediata. Esa noche en Madrid se cortaba el silencio. Se esperaba una reacción violenta del Partido Comunista que, afortunadamente, no se produjo. El peligro de una confrontación civil estaba a flor de piel. El empresario, catedrático y amigo de Santiago Carrillo, Teodulfo Lagunero, afirmaba que ninguna persona comprometida con la democracia durmió esa noche en su casa. Se esperaba lo peor. El gobierno tenía miedo, mucho miedo y por ello prohibió en principio la exposición de los cuerpos de los asesinados en el Colegio de Abogados. Más tensión porque los letrados, incluso los que ideológicamente se encontraban distantes con los muertos, presionaron a Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación y al final se instituyó la Capilla Ardiente. El Partido Comunista quería que el entierro fuera público. El gobierno tenía miedo de que aquello degenerara en incidentes. Al final se pactó que se llevaran los féretros desde el edificio del Colegio de Abogados hasta la plaza de Colón. El PCE hizo una demostración de fuerza y seriedad como nunca se ha visto en España con la consigna del silencio. Impresionan aún las imágenes en las que cientos de miles de personas se echaron a las calles de Madrid y sólo se escucharan los motores de los helicópteros. Silencio absoluto.
Sin embargo, los acontecimientos luctuosos no finalizaron ahí. Varios miembros de la Policía Armada y de la Guardia Civil fueron asesinados por el GRAPO.
Como se puede ver en esta cadena de desgracias acumuladas en el periodo del 23 al 29 de enero de 1977 la transición a la democracia estuvo a punto de degenerar en un nuevo enfrentamiento entre españoles: los que querían que España recuperara la libertad democrática y los que querían perpetuar el Régimen franquista. Por suerte la templanza de los demócratas y de las instituciones fue la adecuada y el tortuoso camino de España hacia un Estado de Derecho continuó hasta la situación que tenemos hoy día.
José Antonio Gómez
Twitter: @joseangomhern