En mayo de 2013 me enteré que don Eduardo Galeano iba a estar en Chicago, en dos presentaciones; una en el Museo de Historia y otra en el Museo Nacional de Arte Mexicano. Estaba de gira por Estados Unidos presentando su libro Los Hijos de los Días. Compré dos entradas e invité a mi hermana para que fuera conmigo, asistimos a la presentación que tuvo en el Museo de Nacional de Arte Mexicano.
Ahí estaba programado que su conversación fuera con Elena Poniatowska, y ella misma le entregara el Premio Elena Poniatowska, por impulsar la literatura en español, pero estaba enferma en esos días y fue una escritora peruana –Marie Arana- la que tomó su lugar.
Llegamos y colas y colas de personas esperaban afuera a que abrieran la puerta del salón, para mi sorpresa me encontré con varios de los líderes comunitarios que a cada rato salen en televisión y en los medios de información radiales y escritos, muchos líderes de migrantes indocumentados que encabezan las manifestaciones, que viajan seguido a La Casa Blanca y son quienes tienen las luces de los medios de comunicación en las palmas de sus manos.
Estaban ahí bien trajeados lo cual me sorprendió: con mocasines, sus corbatas y sus sacos, y conversaban con un lenguaje que no utilizan cuando están con la comunidad indocumentada, ahí estaban de eruditos, de intelectuales con un garbo de superioridad, con ese desazón que existe en quienes compiten constantemente entre ellos para demostrar quién es mejor, quién tiene más, que se codeaban con otros profesionales y catedráticos de universidades.
Muchos me conocen y fingieron no haberme visto aunque yo desde donde estaba los saludé, pocos respondieron a mi saludo. Yo no iba disfrazada de nada, soy Ilka en todos lados y mi léxico es el mismo, tampoco varía mi forma de vestir.
Pululaban los artistas: pintores, escritores, poetas, cantores. No estaban ahí con su característico estilo bohemio, al contrario con un ego que los distinguía. A varios conozco y me han alabado cuando me encuentran en eventos comunitarios y en manifestaciones, pero también cuando quise saludarlos se sintieron incómodos y algunos porque se vieron obligados hicieron un gesto a duras penas, otros me ignoraron completamente.
Yo estaba ahí con mi pantalón de lona, -de los dos que tengo ya desteñidos- mi único par de botas y mi morralito cruzado sobre el hombro.
Estaban ahí copetudos que lideran las organizaciones culturales de latinoamericanos en la ciudad. Conozco a varios y ahí hasta los ademanes cambiaron, las gesticulación cuando hablaban era distinta. Un aire de supremacía los envolvía. Yo en todos lados soy mil usos, no oculto lo que soy. Ellos ahí eran académicos, cultos, ninguno humano, humilde, sencillo como se muestran en otros lugares donde la luz del foco los ilumina. Se preguntaron seguramente: ¿qué hace una limpiadora de casas aquí entre la crema y la nata de los intelectuales latinoamericanos de la ciudad? Imagino, no sé, sus expresiones faciales decían tanto.
Fue una sensación agridulce para mí, un despertar. Siempre, debido a mi condición de paria desde mi infancia, por haber crecido invisible desarrollé un instinto que me permite ver las segundas intenciones en las personas a kilómetros de distancia, por lo general no me equivoco. No me voy con la primera finta, no me convencen las sonrisas dulces ni las palabras bonitas a la primera. He vivido las diferencias cuando alguien se me acerca con labias por mi oficio de escritora y poeta y también la forma en que me discriminan por mi oficio de limpiadora de casas. Aquella tarde confirmé que la mayoría de líderes están ahí porque es una excelente oportunidad para obtener contactos, ascensos, para ganar nombre a costillas de nosotros los parias, de nosotros los indocumentados.
Gente que tiene sus gafetes que la acreditan como VIP (abreviatura en inglés, very important person). Dueños de librerías latinoamericanas, imprentas y revistas. Promotores culturales con organizaciones registradas como “sin fines de lucro” que gracias a los donativos de varias instituciones y empresas que confían en su trabajo, compran sus carros del año y agrandan sus negocios personales y compran y compran casas que rentan para beneficio personal. Esos que son alabados por los medios de comunicación de sus países de origen, salen en primera plana como el orgullo latinoamericano que logró el sueño americano. Siguiente paso: un cargo político en el gobierno de su país de origen, la mayoría se va de cónsul…, o se tiran a cargos de gobierno del Estado.
Sentí un nudo en la garganta lleno de sal, una decepción, una frustración como indocumentada que soy, pronto se me quitó cuando vi aparecer a don Eduardo Galeano acompañado de la escritora con quien iba a tener la charla. Y llorécuando lo vi. Modesto, su forma de vestir como la de cualquier mortal, y me sentí representada totalmente, tenía una tranquilidad en su mirada y esa honestidad de quienes no disimulan, con una luz interior que iluminaba el salón.
Estaba un poco engripado y cansado pero leyó durante cuarenta y cinco minutos varios relatos de Los Hijos de los Días. Luego conversó algunos minutos con la escritora que también le entregó el Premio y se disculpó, dijo que no se sentía bien y que prefería retirarse. Yo lo entendí pero la mayoría no, se sintieron desairados, cómo era posible que se pusieron sus mejores galas para verlo y que él solo les diera una hora de tiempo, siendo ellos los meros encopetados de la comunidad intelectual latinoamericana en el Estado. No pude evitar reír cuando vi sus rostros.
Don Eduardo no necesitó vestirse de lino ni de fantasía para demostrar su calidad humana, su sola mirada llena de calor el alma. Sus letras hablan por sí mismas.
Dijo que no podía firmar autógrafos y que disculpáramos pero que en realidad no se sentía bien, y les cayó peor porque llevaban docenas de libros para que don Eduardo se los firmara. Comenzamos a salir mientras él se retiraba por otra puerta, ya me había alejado unos cincuenta metros del salón cuando le dije a mi hermana que me espera porque tenía que decirle algo, ¿a quién? Preguntó. A don Eduardo, y la dejé ahí y comencé a caminar entre el tumulto de personas que salía, me costó llegar de nuevo a la entrada del salón y justo se acercaba él con varios encargados de seguridad que lo custodiaban, gente lo rodeaba, observándolo sin decirle nada, le tomaban fotografías.
No le grité, no alcé la voz, pero cuando pasó frente a mí le dije con toda mi alma: qué hombre tan hermoso. Ya había avanzado y se detuvo, retrocedió y me buscó entre las personas, yo lo miraba directo a los ojos y él miró directo a los míos, me puso una mano en uno de mis brazos y me dijo unas palabras que guardo para la intimidad de mi alma, hasta el día en que me muera. Fue cuestión de segundos, pero el tiempo se detuvo para mí en ese instante. Supo a cabalidad por qué le dije que era hermoso. No me contestó por cortesía, me habló su corazón.
Me di la vuelta y me fui, mi hermana me esperaba unos pasos atrás y me preguntó: Negra, qué te dijo, desde que eras niña que no veía esa luz en tus ojos ni esa carita de alegría. Me dio por llorar. Ella condujo atravesando toda la ciudad y yo lloraba viendo por la ventana del automóvil el mayo de primavera que se llenaba de cerezos.
Así fue como conocí a don Eduardo Galeano y así fue como desperté a la realidad de los que utilizan a los indocumentados como comodín para alcanzar beneficios personales. No me sorprende ser discriminada, es por eso que mi maestría en la universidad de la vida es de discriminación y racismo.
Su relato –o micro cuento- Los Nadies, relata mi vida completa y la de mis padres, la de mis ancestros. La de mi arrabal.
Escribo para los nadies como yo, para los de periferia, para los de alcantarilla, para los del estigma de la indocumentación. Para mis hermanos de las barriadas obreras que nunca me leerán porque no saben leer ni escribir. Para ellos escribo, en representación. Es mi privilegio.
Ilka Oliva Corado
@ilkaolivacorado.