El pueblo grita en París «Nous sommes la Republique». Multtitud de franceses se manifiestan por las libertades republicanas. Los gobernantes indignos que la traicionan cada día no son los protagonistas. Lo es el Pueblo. Pueblo y ciudadanía unidos bajo la bandera TRICOLOR. Son palabras que deben ir juntas. Cuando alguien habla de ellos y los separa de la República, lo que tenemos es un engaño colosal. Cuando se separan la República del pueblo se pierde su carácter democrático y popular originario.
Ha tenido que venir un odio ciego desatado por oscuros poderes para que aflore este sentimiento vivo de defensa de la convivencia y los valores republicanos. La extrema derecha lepenista se ha quedado fuera, por mucho que pretenden disfrazarse. Y es que ocurre que la República Laica no es enemiga de la religión, sino una forma de civilización que a todos ampara sobre la base de la universalidad de los derechos humanos, sobre la firme apuesta de que es la condición humana, sensible al ambiente, los valores, la educación, la que nos define y no la naturaleza, visión generadora de monstruos que comparten el fascismo, el neoliberalismo y los integrísimos religiosos.
No van a faltar tampoco los que, desde el poder económico y político real, buscan como excusa este ataque para aplastar toda ilusión de libertad fraterna que quede, pero hoy millones han salido a la calle a defender no el odio al diferente, sino la República de todos, laica y solidaria, la ley firme y valiente contra la violencia y la moral republicana. Alguna vigencia tienen todavía los principios republicanos cuando los gobernantes tienen que hacer fintas y engaños para traicionarlos.
Quizá sea una ilusión, pero es una que está en el corazón de millones. No hay otro camino. Son los valores de la Revolución Francesa, donde sin fraternidad no hay libertad y sin igualdad no hay democracia, que hoy agonizan a manos del horror neoliberal anglosajón y de ese bastardo de mil padres que es ell integrismo religioso. Se libra una guerra de aniquilación para aplastar el carácter universal de los derechos humanos y la fraternidad organizada como principio político esencial que vertebre la convivencia. El yihadismo es una de las criaturas bastardas creadas en ese combate como un instrumento y que hoy nos agrede en nuestra propia casa.
La lectura desde España es dolorosa por motivos añadidos. Ver marchar hoy en París a Rajoy en una cita republicana representa un acto difícil de calificar. Incoherencia, sí, desde luego. Como cuando un déspota cualquiera es invitado a un 14 de julio en los Campos elíseos, aunque tal vez algo más sutil.
Pobre España nuestra, perdido su destino, desorientados sus hijos, en manos de los de siempre, sin memoria. La excusa del terrorismo yihadista se va a emplear para controlarnos a todos, para aplastar nuestras libertades. El Yihadismo es un monstruo real, tan real como que ha sido creado, amparado y extendido por oscuros poderes, precisamente los enemigos más peligrosos de las libertades repúblicanas, pero hoy en España se nos cita al monstruo yihadista, pero se nos ocultan los valores republicanos, se niegan, se combaten, se desprecian.
Es significativo que en España no se citen como ejemplo o antecedente los ataques contra los trenes de Atocha, el mayor atentado integrista realizado en Europa hasta la fecha. Tampoco se ha recordado el atentado contra la revista El Papus y la miserable impunidad preñada de complicidades que estuvo detrás de ese ataque.
España sigue siendo un sitio extraño. Les es imposible a nuestros gobernantes afrontar su propia historia o mirar su propia imagen en el espejo y se obstinan en una narrativa que millones de compatriotas prefieren a la realidad. Incluso los que desean cambiar las cosas, en buena parte, escapan de toda conclusión que implique compromiso real. A los problemas derivados de la crisis, de la lucha de clases, de la evolución de la sociedad postindustrial y su impacto en los valores y la autoimagen colectiva e individual, del precario welfare state que nunca legamos a tener, tenemos que añadir el franquismo sociológico que nos incapacita en buena parte como sociedad para saber qué nos pasa y cómo podríamos salir de esta situación. Y es terrible comprobar que los que pretenden «poder» hacerlo, se limitan a emplear los prejuicios y temores de la multitud sin atreverse a combatirlos. En el caso de la amenaza yihadista, es obligatorio incluir en la discusión sobre su naturaleza y dinámica, una visión clara de lo que implica la educación pública, la laicidad, la separación entre Religión y Estado. Por supuesto que se ha de hablar mucho sobre esto, pero estos factores ¿no son acaso procedentes a considerar en un país sometido en el pasado a un régimen nacional-católico que asesinó a cientos de miles de personas? En España el concepto de laicidad del estado es duramente combatido. Es tan tabú como el propio concepto de república.
Cuando el yihadismo mató en Atocha a tantos madrileños, el estado español y sus gobernantes lo convirtieron en una mascarada miserable inventándose un autor que no existía por motivos interesados. No debemos olvidar cómo Enrique Múgica soltó en tv que el culpable del atentado eran las ikastolas y el nacionalismo vasco, cómo el gobierno presionó para hacer creer que fue ETA, la miseria moral del presidente y sus ministros, de todos aquellos que fueron sus instrumentos en aquella mentira cuando la sangre corría en Atocha, la absoluta falta de sentido democrático de estado que demostraron. ¿Lo han olvidado? Comparar la reacción institucional francesa con la española en circunstancias tan dolorosamente similares es muy pedagógico.
El ministro del interior español que afirmó que la bandera tricolor es un símbolo que incita al odio y a la violencia y ha logrado que quede a juicio de los policías el reprimir a quienes la porten en público, se manifiesta hoy en contra de los crímenes yihadistas y dice hacer lo que hace por nuestra libertad y seguridad. No es hipocresía, es estupidez, ignorancia y fanatismo. Los valores republicanos y sus símbolos, sr. Ministro incitan al odio, claro, en Charlie Hebdo lo saben bien, y los millones de franceses que gritan «Nous sommes la republique», igualmente. Los integristas odian la libertad y la República Laica. En España también.
Pedro A. García Bilbao