Parece que no solo el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. También los partidos políticos, conjunto de animales -supuestamente racionales- son capaces de encumbrar y sostener al líder que tropieza dos veces en la misma piedra. Este es el caso de nuestro presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, y del Partido Popular. Siendo vicepresidente y portavoz del Gobierno, allá por noviembre de 2002, Rajoy presidió un gabinete de crisis de once ministerios con ocasión del hundimiento del Prestige en las costas gallegas, del que la mayoría de los ciudadanos tenemos muy ingrato recuerdo, por la descoordinación, falta de información y decisiones equivocadas que se tomaron, que expandieron el problema con nefastas consecuencias para el medio ambiente. Por cierto, de aquélla catástrofe ningún alto miembro del Gobierno central asumió con el tiempo responsabilidades políticas. Solo fue destituido Fernández de Mesa, delegado del Gobierno en Galicia, recompensado por Rajoy ocho años después con la dirección general de la Guardia Civil.
Un colega de Rajoy de aquel infausto Gobierno, Federico Trillo, a la sazón ministro de Defensa, gestionó seis meses después, en mayo de 2003, el peor accidente militar de nuestra Historia reciente, el del avión Yak42, como si de una película de terror se tratara, sometiendo a las familias de las víctimas a una macabra -por errónea y precipitada- identificación de muchos cadáveres, familias que tuvieron que soportar el desenterramiento de los cuerpos que velaron equivocadamente durante meses. De aquel desastre tampoco ningún alto miembro del Gobierno asumió responsabilidades políticas, que derivaron en oficiales del Ejército.
Menos de un año más tarde, marzo de 2004, Madrid sufrió el peor atentando terrorista de la Historia de España, con casi doscientos muertos y unos dos mil heridos. En la mente de casi todos los españoles estuvo la participación de nuestro país en la segunda Guerra de Irak, a la que nos abocó el presidente de Gobierno de cuyo nombre no quiero acordarme, a pesar de que la sentencia judicial no recogió expresamente esta causa para exculpar a aquel Gobierno –como a cualquier otro- de responsabilidad en los homicidios.
En estas tres catástrofes, nuestro actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ejerció de vicepresidente y portavoz de aquellos ejecutivos; muy a su pesar, deducimos hoy, dadas las escasas comparencias y ruedas de prensa que prodiga nuestro Presidente. Llegamos a octubre de 2014, a trece meses del final de la legislatura, y con Rajoy otra vez en La Moncloa y el PP otra vez en el Gobierno, los españoles sufrimos el conato de algo que puede convertirse en una catástrofe sanitaria de consecuencias impredecibles pero terribles: el virus del ébola. Todo, por ese especial empeño que le ponen los gobiernos del PP en empeorar todo aquel siniestro que puede empeorarse.
La pregunta que hay que hacerse, entonces, es la siguiente: ¿está la derecha española incapacitada para gestionar grandes accidentes, catástrofes naturales o sanitarias? ¿O es una generación concreta de políticos de centro-derecha la que demuestra, una y otra vez, su incompetencia en la gestión de grandes crisis ministeriales? Me vienen a la cabeza otros desastres gestionados por la derecha española: el síndrome del aceite de colza en 1981, el vertido de los residuos tóxicos de Boliden en Aznalcóllar en 1998, la crisis de las vacas locas en 2000, el accidente del metro de Valencia en 2006… En todos estos casos, y en los anteriores, la gestión de la derecha se ha caracterizado por la improvisación, la falta de control, el escaso rigor empleado en el primer enfrentamiento al problema, los errores en las primeras tomas de decisiones, la desorientación en la información transmitida a los medios y a la población -con el consiguiente alarmismo- cuando no la simple y llana mentira a la ciudadanía.
En el caso actual del contagio del virus del ébola a la enfermera Teresa Romero, más allá de las posibles causas o fallos de dicho contagio, lo que está transmitiendo pánico a la sociedad es la nefasta gestión ministerial de esta crisis sanitaria, por la descoordinación permanente entre autoridades centrales y autonómicas, por la falta de comunicación a la ciudadanía, por la ausencia de protocolos rigurosos para la atención de posibles pacientes infectados, y por la falta de prevención estricta de riesgos laborales en el personal sanitario. Todo un caos que está siendo retransmitido al mundo entero, vía Internet, aunque diga Rajoy que le dicen sus colegas europeos que lo está haciendo todo muy bien. Ya sabemos que el Presidente practica el estilo del avestruz: mantenerse en pie escondiendo la cabeza.
Si al Ministerio de Sanidad le falta ahora una cabeza visible, como dice el diputado de IU, Gaspar Llamazares, a la Consejería de Sanidad de Madrid le sobra un prepotente y despectivo gestor político, Francisco Rodríguez, que solo acierta a culpar a Teresa Romero de su infección y a los sanitarios de no saber manipular el traje protector contra el ébola. Este cráneo privilegiado, que diría Valle-Inclán, ya fue expedientado en los años noventa por una mala gestión en las Urgencias de un hospital madrileño. Toda una medalla para el puesto que ocupa.
La opinión mayoritaria en mi entorno es que el error se cometió al repatriar a los misioneros infectados de ébola. Y la mía, también, máxime teniendo en cuenta que estos religiosos querían seguir en sus misiones. ¿Acaso no era posible fletar uno o dos aviones-hospitales con los medios y el personal adecuado, que pudieran tratar a los enfermos en el lugar del contagio? ¿O construir un hospital de campaña en algún punto intermedio entre ambas misiones de países limítrofes, Sierra Leona y Liberia? ¿Acaso no se trasladan y levantan este tipo de hospitales en catástrofes naturales a las que acude el Ejército español en ayuda humanitaria? ¿Es que no se podía contar in situ con la ayuda y la experiencia de tantos médicos y cooperantes que llevan años enfrentándose al ébola en África?
La decisión que tomó el Gobierno de Rajoy de repatriar a los misioneros españoles ha sido de una irresponsabilidad extrema y gravísima porque, creo, había medios suficientes –sanitarios y militares- para tratarlos en origen. ¿Tuvo algo que ver en esa arriesgadísima decisión la manifestación contra el aborto que había convocada en Madrid un mes después de la primera repatriación, a la que presumiblemente acudirían algunos obispos? ¿Por qué, en el último momento, el papa Francisco prohibió a los prelados acudir a dicha manifestación?
Si la decisión de Rajoy de acercarnos el ébola en lugar de alejarlo ha sido torpe o interesada, el tiempo lo dirá. Desde luego, la gestión posterior del contagio de Teresa Romero ha sido nefasta e indecente, pues los españoles no nos merecemos una ministra que no toma la palabra en una rueda de prensa; ni siquiera nos merecemos que, las pocas veces que la toma, se trastabille constantemente. La ministra Ana Mato debe dimitir por incompetencia y cobardía manifiesta. Pero, además, si de la ocurrencia de este Gobierno se deriva una epidemia de ébola en España que se pueda convertir en una pandemia europea, la inmensa mayoría de los españoles estamos obligados a salir a la calle a exigir la dimisión de dicho Gobierno y la convocatoria de elecciones anticipadas. Dijo Rubalcaba hace diez años que “los españoles no se merecen un Gobierno que les mienta”, a lo que yo añadiría… “ni que les ponga en peligro”. Si el ébola se expande, los días del Gobierno de Rajoy deben estar contados.
FRANCÍ XAVIER MUÑOZ
Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial