Todos sabemos que un partido político es la libre (cuando hay democracia plena) asociación de unos ciudadanos que se agrupan y organizan orgánicamente, con unas estructuras, estatutos, reglamentos, tácticas y estrategias con la finalidad de conseguir determinados objetivos políticos y sociales.
Los hay que se agrupan y organizan para la toma del poder político, bajo promesas y programas de servir al bien público, pero una vez instalados gracias al fraude electoral (fraude que deriva de las engañosas promesas al electorado para luego no cumplirlas), entienden el bien público como la mejor forma de servirse y beneficiarse de ese poder casi omnímodo y compensatorio de los servicios que prestan a las clases dominantes, en el caso de nuestro país: la rancia aristocracia monárquica, los terratenientes, la gran banca, el corrupto empresariado, la iglesia católica y el militarismo imperante. Sin duda aquí entran todos los que han pisado las Cortes españolas desde la llamada transición, destacando el consorcio PP-PSOE.
Los hay de naturaleza autonómica, nacionalista o incluso regionalista que lo hacen con las promesas de conseguir para sus congéneres mayores cuotas de gobierno frente al centralismo madrileño. Aquí si que se da un baturrillo de difícil inteligencia y clasificación, unos de izquierda (como si la izquierda pudiera ser nacionalista, condición propia de la burguesía local frente a otras) , donde se mezclan pequeños conatos de honradez política con pillerías que sobreviven a todos los soles. No hace falta que cite a nadie, en la mente de todos están.
Frente al asco y la desilusión en lo que hasta hora ha ofrecido nuestro singular sistema político han surgido nuevas formas políticas de naturaleza asamblearia, que ya no hablan de clases sociales sino de castas, de un sistema de castas a las que hay que arrojar del mundo de la política por el mal que hacen a toda la colectividad ciudadana. Una vez desplazadas se podrá retomar el pulso social, corregir los abusos, repartir el trabajo, re-ordenar los impuestos y apretar a los ricos abusones que hasta hora han tenido manga ancha. Parece que la sociedad desengañada de bipartidistas y pseudo-nacionalistas les está dando su confianza día a día y todo apunta que es posible conquisten el poder político. Si tal cosa lograran es de esperar que la administración y disfrute de una buena gestión vaya en beneficio de todos los ciudadanos y no vuelva a ser una tomadura de pelo como hasta hora han hecho los políticos que han ido pasando por la gobernancia.
Por último estamos los nostálgicos de la República, los que creemos que abolida la monarquía y sus fastos, que la patria no es un cortijo de nadie y que con una democracia política radical y laica es posible encontrar las soluciones a una buena convivencia, a un reparto del trabajo, a una educación e instrucción pública para todos, a una sanidad inmejorable, a un sistema de pensiones justo, a un progreso social y ciudadano sin parangón alguno con respecto a los países que nos rodean. Y sin embargo somos los que peores resultados electorales cosechamos, los más ignorados y desconocidos por los medios de comunicación, los que no contamos en las encuestas de opinión...
Algo no estamos haciendo bien, aparte de nuestros modestos medios para influir en la opinión publica, somos como muchos ratoncitos a los que un gran gato, el sistema, devora fácilmente. Muchas banderas tricolores al viento y pocos resultados organizativos. La ciudadanía en general pasa bastante de nosotros... ¿o somos nosotros con nuestras “capillitas” y “partiditos” cada cual mas “verdadero” y “mejor” los que estamos pasando de la ciudadanía?.
Mientras no resolvamos nuestras contradicciones y divisiones nos damos de narices con la realidad social y no avanzamos, la República como el mejor sistema político de gobierno se diluye en la memoria y en quehacer cotidiano del ciudadano va ocupando cada vez menos espacio. Tenemos un reto pero quizás no estamos, pese a nuestras dotes de autosuficiencia, preparados.