La gran mayoría de artículos publicados en los mayores rotativos escritos en España a raíz de la abdicación del Rey Juan Carlos I se han centrado en los méritos de un sistema político-institucional monárquico versus otro republicano, presentando una lista de argumentos a favor y en contra de cada sistema. Ni que decir tiene que la gran mayoría de artículos permitidos ha sido a favor de la Monarquía, con muy pocos a favor de la República. No desmerezco la importancia de este debate (si es que se puede definir como tal), discutiendo la validez de uno u otro sistema. Tal debate, sin embargo, tiene el riesgo de un cierto academicismo, pues puede aparentar centrarse en las virtudes de un sistema político-institucional basándose en los méritos de los argumentos, ignorando el contexto político que determina el mérito o demérito de cada alternativa. Es decir, discutir los méritos de una monarquía tomando Suecia, por ejemplo, como punto de referencia, sin analizar el contexto político e histórico que determinó la existencia de la Monarquía en aquel país, es un ejercicio de limitado interés si el objetivo de la discusión es analizar su aplicabilidad en España, donde la historia y el contexto que determinó la Monarquía son totalmente distintos. Solo olvidando este hecho se puede concluir que una sociedad pueda ser muy democrática y muy desarrollada socialmente, y tener una monarquía. Así, muchos de aquellos que hoy defienden la Monarquía (la mayoría definiéndose como republicanos, lo cual hacen para intentar ganar mayor credibilidad), ignoran que esta monarquía que tenemos no es una monarquía cualquiera homologable a cualquier monarquía europea.
En estos argumentos pro-monárquicos se olvida que la Monarquía española está basada en un golpe militar apoyado por el nazismo y el fascismo internacional, en contra de un Estado republicano con un gobierno democráticamente elegido. Sin ese golpe militar, hoy España no sería una monarquía: sería una república. Es más, esta Monarquía se diseñó para que fuera el centro del establishment español, es decir, la estructura de poder económico, financiero y político del país. Y el Monarca (que lideraba las fuerzas conservadoras que controlaron la transición de la dictadura a la democracia) guió y dirigió tal proceso. Tanto el Rey como la Monarquía tienen una responsabilidad directa en las limitaciones que dicho proceso determinó, es decir, las enormes insuficiencias de la democracia española y las grandes insuficiencias de su Estado del Bienestar.
¿Es posible una segunda Transición bajo la Monarquía?
La crisis actual, con su enorme impacto político, ha causado un gran deterioro de aquel establishment y de la Monarquía que lo apuntaló. Pedir, pues, la continuación de la Monarquía, es pedir que el establishment conservador continúe dominando el Estado español. Y es ahí donde el debate debería centrarse. ¿Existe hoy la posibilidad de hacer una segunda Transición, de la democracia incompleta a otra más madura, que conllevara la corrección del enorme déficit de bienestar de la población española, manteniendo la Monarquía? Este es el punto clave que no centra el debate, y debería hacerlo.
Mirando el panorama y la situación política, es difícil no ver que hay un enorme enfado y desafección de la población hacia el Estado, incluyendo la Monarquía, del cual es el centro. Y existe una amplia percepción de que este Estado y su Constitución no son instrumentos válidos para realizar las profundas transformaciones que la población desea. Y también existe la percepción de que aquellos que promueven con mayor intensidad el statu quo (la gran patronal bancaria, la gran patronal, los grandes grupos mediáticos, la Iglesia Católica, el Ejército) son también los defensores de la Monarquía y sus principales paladines. ¿Creen los autodefinidos republicanos que defienden la Monarquía que con esta Monarquía vamos a poder tener una auténtica segunda Transición? Debería ser obvio que la persistencia de la Monarquía será un dique frente a grandes cambios.
Ni que decir tiene que el fin de la Monarquía no quiere decir el establecimiento de una República. Y ahí hay diversas versiones, pues una III República podría transmitir una visión de España que no fuera .profundamente justa y democrática, y que no fuera sensible a la plurinacionalidad del Estado español. Hemos leído artículos, incluso en Público, de fervientes republicanos del centro de la Península que han dejado muy intranquilos a republicanos “periféricos”. Una República no puede ser el sistema político español que tenga, en lugar del Rey, un Presidente democráticamente elegido. Aun cuando ello sería un paso positivo, lo que se requiere es un sistema mucho más democrático, mucho más justo, y mucho más sensible a la riqueza y diversidad de los pueblos y naciones que lo componen, basado en el policentrismo, en lugar del centralismo, y respetuoso de la riqueza plurinacional del Estado español, lo cual no ocurre ahora, y es más que improbable que ocurra bajo la Monarquía. Esta República exigiría un cambio sustancial en la distribución del poder de clase social, de género y de nación, al que el establishment español se opondrá por todos los medios, incluida la fuerza física. No pasa desapercibido que el nuevo Monarca vaya a ser el Jefe del Estado y de las Fuerzas Armadas. Y tampoco es un tema menor que haya escogido llevar puesto su uniforme militar en su nombramiento, para que quede claro, por si alguien no se había dado cuenta. ¿Que no lo entienden? Representa el establishment español de la España uninacional, con escasa conciencia social y temerosa de la democracia directa participativa, tolerando solo una democracia representativa poco proporcional y muy vigilada, con una carencia casi total de pluralidad en los medios. Así de claro, aunque esto, usted, lector, no lo leerá en los medios. En ninguno de los rotativos más importantes del país este artículo sería publicado. Y a esto le llaman democracia. Agradecería que este artículo fuera ampliamente distribuido.
Vicenç Navarro
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universidad Pompeu Fabra
Fuente: www.vnavarro.org
Este artículo fue publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 17 de junio de 2014