Los españoles somos un pueblo que su aguante no tiene límite. Somos un pueblo enfrentado e irreconciliable consigo mismo, donde las ideologías no han creado rivales sino enemigos. Enemigos dialécticos y enemigos de trinchera y barricada. Las ideologías políticas económicas y religiosas han desbordado las líneas del diálogo y la comprensión; pasando a perpetuar un conflicto fratricida. Aún vivimos muchos que para saber la verdad, no necesitamos de historiadores. Cada cual cuando orienta su mirada hacia el horizonte de sus antepasados más próximos, ellos nos cuentan cómo acontecieron los hechos. No es una cuestión exclusivamente política dentro de la alternancia normal de izquierda y derecha, no. Se trata de un conflicto donde los fanatismos religiosos y políticos forman un binomio irracional, difícil de digerir. Siempre con invictos y vencidos. Víctimas y verdugos. Con caudillos y salvadores de la patria, poseedores de la verdad absoluta. Donde la justicia se reclama encubierta de revanchismo y venganza y el perdón, la amnistía y el indulto tiene tintes de injusticia e intereses, fraude y caciquismo.
El pueblo llano cuando se expresa con libertad, logro alcanzado apenas cuatro décadas, "cada cual cuenta la feria como le ha ido en ella". Frase un tanto prosaica pero sabia en su contenido. Según sea más o menos pobre o más o menos rico. Su familia haya ganado la guerra civil o la haya perdido. Haya estado en el exilio o haya tenido un puesto en la dictadura y un sinfín de ejemplos reales como la vida misma. Pero el acontecer de la Historia nos dice que cada ciudadano del siglo XXI, viene precedido de sus antepasados que vivieron la monarquía, que el Rey de España se exilió y se proclamó la II República. Que un pronunciamiento militar la derriba y como consecuencia se produce un enfrentamiento fratricida durante tres años. Sí, entre hermanos, entre padres e hijos, entre vecinos y amigos. Y los vencedores imponen una dictadura que se prolonga a lo largo de treinta y seis años. Que cuando muere el dictador sus seguidores y los españoles venidos de la clandestinidad y del exilio, promulgan la Constitución Española; devolviendo al pueblo la soberanía usurpada en 1936. Pero no se piden cuentas al régimen que como todas las dictaduras cometió crímenes de lesa humanidad. Los negociadores de la Carta Magna incluyeron la fórmula de la monarquía parlamentaria. Cumpliendo el testamento establecido por la ley franquista que instauraba la dinastía Borbónica en la Jefatura del Estado.
Hablando vulgarmente la monarquía se introdujo con calzador y bajo la amenaza de involución. Hasta aquí se ha hablado de pacto constitucional, consenso para alcanzar la transición de la dictadura a la democracia; apelando al epíteto de modélica y con vocación de exportarla al mundo entero. Los éxitos políticos, económicos y de progreso del pueblo nadie lo discute, pero la reconciliación entre los españoles está por conseguir. Y resulta irritable que alguien no quiera reconocer que las heridas históricas lejos de cerrarse están sangrando y que el mundo de las apariencias, son solo eso, apariencias.
Con la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe VI, la clase política dominante, que algunos han pasado a clarificarla de La Casta, han pregonado a los cuatro vientos que el traspaso de poderes estaba plagado de normalidad. Normalidad jurídica y legal pero, quizás, no legítima... Porque mientras se han tolerado todos los signos, emblemas, calles, plazas, símbolos y esculturas franquistas y se ha hecho apología del franquismo hasta la saciedad, durante la entronización del heredero de la corona de origen franquista, la policía siguiendo instrucciones del Gobierno, ha prohibido exhibir signos y banderas republicanos, bajo la falacia de evitar enfrentamientos como si de dos bandos de hinchas se tratara. Mi ingenuidad me hizo creer que Felipe VI haría algún guiño hacia los republicanos. Porque mantener en la ignorancia real que el régimen de la II República fue un Estado de Derecho, un régimen legítimo y al mismo tiempo que se jura la Constitución no se condene la dictadura, es una amalgama de irregularidades difícil de digerir.
No voy a caer en el tópico de las dos Españas porque quizás hay más de dos, pero sí reconocer que mientras no se resuelva la cuestión de legitimidad de la monarquía en detrimento de la legitimidad indiscutible de la República, la reconciliación entre los españoles no será una realidad. Es evidente que para el gobierno de turno le interesará salvar el bache de la bajada de popularidad de la Casa Real, y seguir apuntalando un rey que viene del oscuro franquismo y que la juventud actual no comulga con la "santa y modélica transición". Felipe VI no olvidemos que si sigue reinando y mirando para otro lado, cumpliendo la falacia de conveniencia de que "el rey reina pero no gobierna", en lugar de tratar de retomar el tema por el cual los catalanes están en descuerdo con el Estado, el desafío catalán consumará su objetivo. Felipe V es persona non grata para Catalunya, el Gobierno y el Rey están a tiempo de que Felipe VI no lo sea.
Pedro Taracena