No puede ser casualidad que diez días después de montar el espectáculo de la Operación Araña (de la que nunca más se supo: ¿cuál es el paradero judicial de aquella operación televisada?) salga ahora el ministro del Interior anunciando que ha dado órdenes a la policía por si alguien ha cometido delitos en las redes sociales sobre el asesinato de Isabel Carrasco: “Son indeseables los que hacen estos comentarios. Dicen cosas que nos abochornan“. Fernández Díaz no está sólo: un diputado del PSOE pidió regular los comentarios en redes sociales y Alfonso Alonso (PP) explicó que “Twitter se está convirtiendo en un lugar poco recomendable“, pese a lo cual mantiene abierta su cuenta un Twitter, como si acudir a un lugar tan poco recomendable fuera obligatorio. [Nota al pie: estos tres señores son diputados y por tanto inviolables; si cualquier twittero comete delitos con lo que dice puede ser juzgado mientras que ellos tienen blindaje penal al respecto dado que su libertad de expresión está más protegida que la de los ciudadanos de a pie pero se permiten pedir que se controle más a quienes ya tenemos un código penal vigilándonos]
Más allá de que la orden de la que presume Fernández Díaz sea claramente ilegal (como explica la abogada Isabel López Elbal) lo que se está generando es un clima de opinión que haga suponer que las redes sociales son ese lugar que alteró la armonía y la convivencia fraternal para introducir el odio, la crispación, el insulto.
Uno puede recordar que poco antes de las redes sociales el PP acudía a manifestaciones en las que los carteles más habituales eran zETAp y se coreaba “Zapatero, con tu abuelo”, que el propio ministro del Interior (hoy tan preocupado por los comentarios bochornosos) comparó el aborto con el terrorismo, que Luis Montes era el doctor muerte y un nazi nazi nazi y Aznar dio publicidad a los libros de Pío Moa que ensalzaban los crímenes de Franco (“Franco no liquidó a los rojos, los escarmentó”). Manuel Fraga, autor de la campaña de propaganda fascista para justificar el asesinato del caballerete Julián Grimáu, murió siendo presidente de honor del Partido Popular. Uno mismo ha sido testigo de cómo la muchachada del PP gritó a las víctimas del 11M en la puerta del Congreso “¡Meteos vuestros muertos por el culo!” y de que en una de las primeras concentraciones exigiendo justicia por el asesinato de José Couso un tipo gritaba desde un coche “¡Asesinos!” a los concentrados [Segunda nota al pie: Igual a los familiares de una víctima de un crimen les ofende aún más que los insultos el hecho de que su gobierno cambie la ley para intentar lograr la impunidad para los autores del asesinato, como ha hecho el PP].
Ni la crispación, ni los insultos, ni las injurias, ni las calumnias llegaron con Twitter. En Twitter se dan, claro que sí: uno las ve con mayor intensidad cuando le retuitean Alberto Garzón, Cayo Lara o Carlos Bardem, por ejemplo, y llegan las respuestas de una porción de sus seguidores (una porción pequeña, claro, pero sus seguidores son muchísimos miles). Pero no es nada nuevo: los insultos a Pilar Manjón (nunca investigados ni objeto de operaciones arácnidas) no comenzaron cuando se abrió una cuenta en twitter hace escasos meses sino cuando una columnista de El País negó veracidad a su dolor por el asesinato de su hijo porque había ido a la peluquería antes de su comparecencia en el Congreso (algo que además de una gilipollez era mentira).
Twitter no ha traído la bronca ni el odio. No les preocupa eso. En general la injuria suele estar en muy poquitas manos: de quienes vomitaron mierda a raíz del asesinato de Isabel Carrasco los únicos que tienen cierto alcance cuantitativo son quienes también sueltan mierda en columnas de periódico y tertulias de radio y televisión: quienes son profesionales del vómito opinativo desde hace lustros.
Lo que les preocupa de las redes sociales es la pérdida del control de la comunicación. Llevan años perdiendo la capacidad de señalar malos sin respuesta. Hemos pasado de que nadie que no perteneciera a élites políticas o mediáticas pudiera ser escuchado más que por cuatro parroquianos de un bar a que cualquiera pueda difundir informaciones y opiniones y que algunos de ellos sean atendidos por miles de personas sin haber sido seleccionados desde arriba para crear opinión. Evidentemente muchísima gente no participa en redes sociales pero quienes sí participan y reciben otros puntos de vista los comparten en bares, círculos de amigos y familiares: lo mismo que antes sucedía con la prensa, que nunca fue leída por la gran mayoría de la población, pero tuvo un gran impacto creando hegemonía. Eso es lo que hoy se trastoca y lo que genera miedo en unas élites que pretenden tenerlo todo bajo control.
La red les da miedo no por que expandan mezquindad sino porque también expanden inteligencia. “Redes sociales” es un pleonasmo: toda red es social. Ya causó pánico la imprenta o la simple traducción de la Biblia a las lenguas ordinarias. No se puede entregar el pensamiento a los de abajo, no vaya a ser que odien a algo distinto de lo que hemos decidido.
Hugo Martínez Abarca
Fuente: www.martinezabarca.net