José Marfil, de 93 años, combatió en la Guerra Civil, en la II Guerra Mundial y conoció los campos de concentración del sur de Francia, primero, y de Mauthausen, tiempo después. Su padre, de idéntico nombre, fue el primer español fallecido en el campo de concentración nazi
Él ya no cree en dios. Dejó de creer en esta posibilidad durante la Guerra Civil española. Ahí conoció por primera vez la crueldad que acompaña de manera intrínseca al ser humano. No fue esta la única vez. José Marfil (Rincón de la Victoria, 1921) conoció con apenas 20 años una Guerra Civil, el exilio forzoso, los campos de concentración franceses, la II Guerra Mundial y varios campos de concentración de la Alemania nazi. Sin embargo, ninguna de estas experiencias se puede comparar en crueldad a lo que vivió y conoció en el campo de Mauthausen y de Gusen (Austria). "Allí ya no eramos hombres. Eramos gente a eliminar", asegura.
Con este curriculum y con 93 años, José Marfil, viudo desde hace unos años, afirma esperar tranquilamente la llamada de la muerte. Él está en paz y aunque ya no crea en dios sí que tiene una conversación pendiente con él. Afirma que si algún día el apóstol San Pedro le abre las puertas del cielo, él pedirá una audiencia privada con el dios todopoderoso. "Lleva 2.000 años prometiendo un mundo bueno y no ha hecho nada. Quiero decirle que lo haga, que cumpla con sus promesas porque esto que tenemos ahora ni es mundo ni es nada", señala José Marfil en una entrevista concedida a Público.
Marfil ha acudido a España, quizá por última vez, para ver la obra de teatro El triángulo azul, que se representa hasta el 25 de mayo en el Teatro Valle Inclán de Madrid. La obra narra cómo los españoles de este campo de concentración fueron capaces de esconder las fotografías que más tarde sirvieron para mostrar al mundo el horror de la barbarie nazi. Mención especial en esta obra tiene su padre, de idéntico nombre, que ha pasado a la historia como el primer español que falleció en los campos de la muerte nazis y a cuya memoria se dedicó un minuto de silencio en el mismo campo de Mauthausen.
"Mi padre era inspector de Aduanas y seguía al Gobierno de la República. Sé que hizo todo lo posible para tener un gobierno republicano en España y cumplió con su deber hasta el final", asegura Marfil, que señala que en el campo le contaron que su padre "impuso disciplina" recordando a los españoles que "no eran presos comunes" sino "soldados de la República".
Marfil lamenta que a él, el fascismo, le robó la época más bonita de su vida. La época en la que más tenía que haber reído y donde debía descubrir, entre otras cosas, la sexualidad. Recuerda entre risas cómo con 20 años se le acercó una joven y él no sabía qué tenía que hacer. "Estaba parado como un palo", ríe. La suya fue, sin duda, la generación peor parada de todo el siglo XX. José fue movilizado por el Gobierno de la República entre 1938 y 1939 en la llamada Quinta del Biberón. "La guerra ya estaba perdida cuando me llamaron", asegura. Después se exilió a Francia y acabó en el campo de internamiento de Argelès-sur-Mer.
Poco después, con la Alemania nazi amenazando al gobierno republicano de Francia, Marfil se enroló en las filas del ejército francés en la Novena Compañía que se formó para ser incorporada al 22 Regimiento de Ingenieros. Fue en este regimiento donde se reencontró con su padre, que había caído en otro campo francés. Juntos volverían a luchar contra el fascismo. Esta vez en Bélgica, pero para su desgracia, padre e hijo volvieron a perder. Capturados por el ejército nazi, Marfil recorrió varios campos de concentración de prisioneros de guerra para después ser enviado a Mauthausen con el resto de españoles.
Su padre, por contra, fue enviado a este campo nada más ser capturado ya que no tenía fuerzas ni para andar. Cuando José Marfil, hijo, llegó al campo su padre ya había fallecido. "Cuando nuestro regimiento cayó me mandaron a un campo de prisioneros de guerra. Allí no sufrí tanto. Trabajé como carpintero y salía del campo para trabajar. La comida no era abundante pero estaba bien. En Mauthausen todo era diferente. Allí se iba a morir. Nos dijeron que íbamos a morir todos. Cuando yo llegué, mi padre ya estaba muerto", recuerda.
En su honor, los españoles del campo guardaron un minuto de silencio. José Marfil hijo llegaría meses más tarde a Mauthausen y escucharía "con orgullo" las historias que el resto de presos le contaban de su padre. Eran las navidades de 1940 y le tocó pasar la cuarentena en el bloque 17, donde los colchones y las mantas estaban llenas de piojos. Ahí José se contagió de sarna y en un control de las SS fue clasificado como sarnoso y el oficial de turno de la SS pidió que lo eliminaran.
EL ALEMÁN QUE LE SALVÓ LA VIDA
Por suerte para José, el jefe del bloque 17 se apiadó de él e intervino para señalar que el preso en cuestión "aún era muy joven" y podía "trabajar bien". Finalmente, el secretario no apuntó su nombre en la lista de presos que debían ser enviados a las duchas. Aquel alemán del que nunca más ha vuelto a saber nada le salvó la vida. "Yo no hablaba nada alemán pero lo miraba y seguramente él pudo comprender que yo le estaba diciendo 'gracias, gracias, gracias'", recuerda este hombre, que recuerda que aquel jefe de bloque le servía una doble ración de comida dos veces por semana. "Eran cucharadas extra del fondo de la cazuela. El resto de la comida era como agua, pero aquellas cucharadas del final estaban más densas. Era como gasolina en mi cuerpo", recuerda hoy.
Ese mismo jefe de bloque fue el que terminaría destinando a José al comando especializado de carpintería, su verdadera profesión fuera de los campos de concentración. Primero fue asistente, después le nombraron titular. Así, día tras día, semana tras semana, la Alemania nazi perdió la guerra y los campos de concentración fueron quedando vacíos. Allí, sin embargo, quedaban los españoles. Los que nadie reclamaban. Los que no tenían un país al que volver. "Eramos apátridas. No teníamos patria, nadie nos quería. Franco no quiso recuperarnos y nosotros eramos gente a liquidar. Finalmente, han reconocido que fuimos soldados que lucharon en el ejército francés y me han hecho la carta de combatiente", señala José.
ALERTA FASCISTA
Desde que terminó la II Guerra Mundial, José ha vivido en Perpignan como carpintero. A pesar de toda una vida en Francia, este hombre no se siente francés "pero tampoco español". "No me siento de ninguna parte", asegura José, que cierra su discurso advirtiendo del avance de la ideología fascista en Francia, en particular, y en Europa, en general.
"Siento que el devenir es peligroso para la juventud. Hay que tener cuidado porque hay criminales que están formando grandes partidos. Tenemos que ser conscientes de lo que son capaces de hacer. Se comienza eliminando al molesto y se termina con seis millones de muertos. Es una evolución. Está gente de la que hablo puede estar ahora en el Gobierno. Lo temo. Nadie dice nada. Nadie recuerda nada, pero yo estuve allí y sé lo que fue aquello", advierte Marfil, que cierra su discurso asegurando que los criminales "siempre se esconden" como en la II Guerra Mundial: "El papa también se escondió cuando Alemania perdió la guerra. Parecía que nadie sabía nada de lo que ocurría en los campos de concentración".
Alejandro Torrús
Fuente: www.publico.es