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Marzo de 1939: Los últimos días de una República que se desangra

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El catedrático Ángel Bahamonde publica Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado, una obra que analiza la sublevación militar contra el gobierno que presidía Negrín y las últimas semanas de la Guerra Civil a través del análisis del abundante material presente en las causas abiertas a los militares de las filas republicanas 

Coronel Casado
El 23 de marzo de 1939, hace hoy 75 años, representantes del Consejo de Defensa enviados por el coronel Casado, que acababa de perpetrar con éxito un golpe de Estado en la España republicana, y del general Francisco Franco se reunieron en el aeródromo burgalés de Gamonal. El objeto de tal encuentro era pactar las condiciones de rendición de la República. El coronel franquista Luis Gonzalo dejó claro, sin embargo, que allí no se iba a negociar o debatir nada, sino a obedecer las órdenes procedentes del Cuartel General del Generalísimo, y estas tenían un único objetivo: la rendición incondicional del "ejército rojo". El coronel Casado había caído en la trampa de Franco. No habría paz para los republicanos. Tampoco una vez terminada la Guerra Civil.

"El coronel Casado pecó no de ingenuidad por aferrarse a las migajas de piedad que parecía regalar Franco en sus concesiones, sino de soberbia y deslealtad, por su deseo de imponer la razón militar sobre la civil, y de otorgar superioridad a lo que no era estrictamente su deber. Ni el deber de Franco era destruir un poder legítimamente constituido, ni lo era el de Casado", escribe Ángel Bahamonde, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid, en la obra Madrid 1939, la conjura del coronel Casado (Ed. Cátedra), que verá la luz en el mes de abril.

El principio del fin de la República había comenzado apenas tres semanas antes, la noche del 5 de marzo de 1939. El coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, perpetró esa noche un golpe de Estado en la zona republicana sublevándose contra el Gobierno presidido por el doctor Juan Negrín. El anuncio había sido realizado ante los micrófonos de Unión Radio junto a Julián Besteiro (PSOE). El golpe era el resultado de una estrategia conspirativa que se venía elaborando desde febrero de 1938, tras las derrota en Teruel, y que tenía por objetivo terminar con la Guerra Civil con una paz honrosa para los vencidos.

Franco, sus servicios secretos y la llamada quinta columna de Madrid habían ido alimentando esta ilusión entre los militares de carrera que habían sido fieles a la República. De hecho, en el mes de febrero de 1939 la quinta columna madrileña había transmitido a Casado y a Besteiro una especie de declaración de clemencia que se conoció con la denominación de Concesiones del Generalísimo. Casado y un nutrido grupo de militares profesionales creyeron en la benevolencia de Franco y soñaron con un abrazo entre militares de uno y otro bando que pusiera fin a la Guerra Civil.

El coronel, dice Bahamonde, entendía que tras la sublevación contra el gobierno de Negrín y la expulsión y persecución de los comunistas de cualquier puesto de responsabilidad política y militar había cumplido la parte del programa convenido con Franco para llegar a una paz sin vencedores ni vencidos, "salvo para los comunistas, verdaderos chivos expiatorios". Era el momento, pues, de la segunda fase: "Las negociaciones entre los compañeros de armas, el nuevo abrazo de Vergara", escribe Bahamonde.

Las esperanzas de Casado, sin embargo, no tenían un fundamento real. Después de treinta y tres meses de guerra virulenta, acompañada de duros castigos a la retaguardia republicana, ningún indicio "hacía razonable la sola idea de que Franco deseara la paz, y menos una paz honrosa que dejara un aliento de dignidad a su enemigo". Así, en la reunión mantenida en aeródromo de Gamonal, Franco, a través de sus emisarios, dejó claro que no admitiría "cualquier tipo de limitación del triunfo final".

"El lenguaje ambiguo de las concesiones se transformó en letra muerta. No existiría ninguna clase de garantías verbales, ni por escrito. Tampoco se facilitaría el éxodo masivo de responsables,salvo para Casado y los miembros del Consejo", señala el historiador.

La ofensiva final
A primeras horas de la madrugada del 26 de marzo, tal y como estaba previsto desde el día 21, es decir, desde dos días antes de la primera reunión de Gamonal, Franco ordenó la puesta en marcha de la última ofensiva de la guerra. El radiograma enviado a Casado fue el siguiente: "Ante la inminencia del movimiento de avance en varios puntos del frente, en algunos de ellos imposible de aplazar ya, compete a fuerzas en línea enemiga ante preparación artillería o aviación, saquen bandera blanca, aprovechando la breve pausa que se hará para enviar rehenes con igual bandera, objeto: entregarse utilizando instrucciones dadas para la entrega espontánea".

A las cinco de la madrugada comenzó la ofensiva por la zona de Pozoblanco, sin encontrar resistencia republicana. A las 9:15 horas Casado envió un comunicado a Franco con el intento de frenar la ofensiva. Franco no contestó y continuó con la ofensiva bautizada como "de la Victoria".

El 30 de marzo Segismundo Casado abandonaba España por el puerto de Gandía en una salida "excepcional y privilegiada". "Fueron sus valedores el propio ejército franquista y la marina británica", escribe Bahamonde. No sucedió lo mismo con la multitud de población civil que se agolpaba en los puertos, que una vez más fue abandonada a su suerte por la comunidad internacional y sufrió la represión del régimen franquista. Había terminado la guerra pero no había llegado la paz.

Alejandro Torrús





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