Estoy convencido de que sobre la conciencia colectiva de la ciudadanía flota una pregunta que entre 1901 y 1902 fue formulada por Lenin, ¿Qué hacer? Es obvio que las circunstancias son otras y también que la perspectiva a afrontar es más perentoria aún que aquella. Cualquier persona que use el intelecto sin una ideologización dogmática no tiene por menos que interrogarse acerca de cuál debe ser el camino a seguir para salir de esta postración económica, social, política y de valores; de esta situación de anomia.
Es indudable que toda elucubración acerca del camino a seguir está predetermina por el objetivo. Y es aquí donde radica el núcleo del debate, la separación entre la quimera y la propuesta programática concorde con el horizonte deseado. Cuando las autoridades de la troika inciden una y otra vez en la afirmación de que las "reformas" deben continuar aunque no pueda hablarse hasta ad calendas graecas de recuperación del empleo, es que el horizonte no estaba en el cumplimiento de los DDHH, la carta Social Europea o el Título I de la Constitución de 1978 sino en el cumplimiento de unos parámetros, de unos índices, de unos porcentajes, estrictamente numéricos, que en absoluto tienen que ver, en primera instancia con el problema del paro, la precariedad y la exclusión social. Y digo en primera instancia porque la recuperación económica -si la hay- será imposible o sólo se referenciará a las grandes cifras que atañen a la minoría social que está beneficiándose de la situación.
Por eso, para poder abordar la respuesta que da título al artículo, se impone cambiar las referencias, las prioridades y sobre todo no confundir fines y medios. El fin de toda política democrática es por definición el bienestar social y el cumplimiento de la justicia social. Cuando se persiste en seguir manteniendo una política económica que una y otra vez mantiene encallada a la sociedad o se cambia de rumbo o se incurre en traición a la soberanía popular.
Julio Anguita
Fuente: El Economista