Seguramente llevado por la inmediatez de la afiliación al PCE; pasional, como siempre he sido y seré y por un mucho de admiración, que me pareció frustrada, hace algún tiempo, en este mismo blog, escribí un artículo en contra de la postura defendida por Julio Anguita cuando presentó su Frente Cívico. Bien es cierto que en otras muchas ocasiones esa admiración y esa misma pasión me llevaron en anteriores y sucesivos artículos a defender otras afirmaciones que ha realizado a lo largo de todo este tiempo.
No podía comprender cómo el inventor de IU declaraba, al mismo tiempo, la incapacidad de IU para lograr una mayoría electoral y defender una serie de puntos, los diez famosos puntos sobre los que llegar a un acuerdo de mínimos, que ya desde antes venía defendiendo la Federación de izquierdas, la izquierda real, como hemos dado en llamar a aquellos grupos políticos posicionados a la izquierda del PSOE, desde que descubrimos que el PSOE defiende con sus actos y no pocas palabras la misma práctica político-económica que el PP.
Pues donde dije Digo, digo Diego. Ya saben, de sabios es rectificar, etc. No. No voy de sabio por la vida. Muy al contrario voy de aprendiz confiado siempre y, por eso, en más de una ocasión, me las llevo juntas en el mismo sitio, me siento solo en ocasiones, me deprimo y vuelvo a levantarme tras una nueva vuelta de tuerca, al otro lado de ese lugar al que creía haber llegado definitivamente, haciendo evidente que esto de vivir es un puro aprendizaje sin fin, un duro dejarse la piel apasionadamente tras la utopía, sintiéndome libre.
Tras unos años de militancia que no he interrumpido, he podido observar la magnanimidad de aquellas palabras sobre las ideas y sobre las personas, sobre las lealtades y las servidumbres, que, en ocasiones también me han dado pie para reflexionar desde aquí. Todo esto me ha llevado al convencimiento íntimo y personal de qué poca cosas nuevas hay bajo el sol y de cómo las organizaciones tienden a la autocondescendencia y las servidumbres, y muchas veces pasan de ser una mera herramienta a un fin en sí mismas, al menos para muchas personas que las pueblan. He podido observar cuán elásticas son las normas según quien las haga obedecer y hasta qué punto es fácil que una mayoría apruebe algún informe de gestión que no hay por dónde cogerlo. Qué lejos, incluso en formaciones de esta índole, se encuentran las organizaciones de las gentes cuando se trata de dilucidar asuntos del para-poder, cuánto miedo da representarlas entonces, y sobre todo cuánto pudor pedir la confianza, para desde ellas, representar, en este caso, a quienes más necesitan.
Las últimas palabras de Julio, que sigue erre que erre con su visión de la realidad, avisan del desfase de las organizaciones respecto de las formas y, tal vez, los objetivos de las mismas respecto de una sociedad, en la que al menos una parte nada desdeñable, ha girado tomando conciencia de su ser político. Las organizaciones se han quedado anticuadas. Estoy de acuerdo con el viejo maestro cordobés, como digo que estoy de acuerdo con todo aquello que viene defendiendo desde que tuvo conciencia ética, más allá de errores humanos y por lo tanto dispensables en él como en cualquier otra persona.
No oímos. Queremos representar pero no nos ponemos antes en la piel de los hipotéticos representados. Asistimos a concentraciones, manifestaciones, marchas, con nuestras banderas, consignas y pancartas, tras las que suelen ir las caras visibles de nuestras organizaciones y sus acólitos y, fuerte, gritamos. Pero no oímos. De hacerlo seríamos mucho más democráticos, mucho menos prepotentes y no tendríamos que buscar afiliación, porque, sencillamente, por aquello que hiciéramos realmente con quien decimos que nos necesita, nos conocerían, y vendrían hacia nosotros, con la convicción de que serían escuchados.
Si, es cierto que debemos cambiar actitudes, pero no como en otro tiempo algunos lo hicieron para ganar rédito electoral, sino para ganar corazones y que jamás seamos traicionados. El espectáculo que la izquierda real está mostrando para unas elecciones importantes y más allá de eso, de lectura entre líneas es, realmente deprimente. Y por lo tanto es cierto. Aquello que no hagamos las gentes nadie lo hará por nosotros.
Manuel Bermúdez
Fuente: Rojo Utópico