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La última alumna de Antonio Machado

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Carmen Ramírez solo tenía 12 años cuando Antonio Machado le daba clases de francés en el Instituto Calderón de la Barca en el Madrid de antes de la guerra. “Era un hombre dulce que hablaba a los alumnos con mucha humanidad”, declara. En sus clases, inspiradas en los principios de la Institución Libre de Enseñanza, impartía lecciones en clases mixtas de alumnos con ansias de cambiar el mundo. Su traje de chaqueta negro, su semblante serio y a la vez hospitalario. Ese es el humilde retrato que esta alumna del poeta mantiene en su recuerdo a sus ya 90 años. En el curso lectivo 35 /36, Machado hablaba de los avances de aquella República del Frente Popular, que muy pronto y sin nadie saberlo, empezaría a truncarse. Al iniciarse la contienda, la familia de Carmen huyó hacia Valencia junto a su madre y sus tres hermanos. Machado haría la misma ruta pocos días después. Macharía más tarde hacia Figueres, donde cruzaría hasta Francia, al igual que Machado y su familia. La joven se trasladaría definitivamente a la ciudad francesa de Chambéry. Su profesor, Antonio Machado, moriría a pocos kilómetros de la frontera días después. Carmen no volvería a España hasta el año 1979 y tardaría años en conocer la noticia de la muerte de su estimado profesor.

“Si la guerra no hubiera estallado, me habría encantado dedicarme a la escritura como él”. Carmen Ramíren habla con admiración y gran respeto del poeta Machado. Su padre, Ángel Ramírez Rull, militar en la República, escribía poesía en sus ratos libres para su madre y seguía con orgullo la carrera del poeta. “Cuando marchamos para Valencia, mi padre contactó con él para poder visitarlo”, aclara. Solo cuando se acercaba el final de la guerra, Carmen y sus hermanos huyeron a Francia, dejando atrás a su querido padre. Así lo refleja en su cuaderno cuando lee este extracto fechado el 1 de febrero de 1939. “Cada kilómetro nos separa un poco más de nuestro padre y de la mártir España. ¿Qué pasará luego? ¿Se salvará mi padre? De allí se marchaba al frente a continuar la lucha”.

A través de sus intensos ojos azules, Carmen refleja una historia que comienza con la huida hacia el exilio en 1939: “Cuando llegué a Francia recuerdo cómo un senegalés se acercó vestido de uniforme francés, preguntando si en el camión que nos llevó hasta la frontera había hombres para sacarlos de allí”. Tras su llegada a la estación de Bouleau Perthus, Carmen recuerda, a pesar los años, el intenso frío de aquellos días cuando “tuvo que quedarse a la intemperie”. Tampoco olvidará la primera comida caliente de semanas, gracias a la hospitalidad de una familia francesa de la zona. Sus hermanos y su madre probaron patatas guisadas y un vaso de leche.”Mi madre estaba indignada. No podía creer el trato que nos dieron los franceses”.

Todo su periplo desde la salida de Madrid hasta su llegada a Francia queda reflejaba en un pequeño cuaderno de hojas amarillas que aún hoy conserva: “Cruzó conmigo la frontera y nunca lo he perdido”. Esas anotaciones fueron pasadas a un libro, que se publicó en el año 2006 bajo el título Memoria de una niña exiliada. Un amigo de las clases en aquella etapa machadiana, Eduardo Haro Tecglen, escribió su prólogo, donde la describe como una mujer discreta y sencilla aunque testigo de un complicado tiempo.

El padre de Carmen Ramírez logró salir con vida de España. Se reuniría con su familia meses después. “Es una anécdota curiosa pero en aquella época los periódicos franceses ponían el nombre de refugiados que se buscaban por el país. Era la única forma de encontrarlos”. Una vecina llamó corriendo a su madre y le dio la noticia. El nombre de Ángel Ramírez salía entre sus páginas.

A sus 20 años se enamoró de un chico francés de familia anarquista en Chambéry. Se llamaba Gaby y vivía en una casita vecina a la de Carmen. “No se lo dije en el momento porque era mayor que yo y tenía novia”, rememora entre risas. A los pocos meses aquel joven rubio y apuesto sería trasladado con la ocupación nazi a un campo e concentración de la zona polaca de Silesia, donde se encontraba el campo de Auschwitz. Salió con vida tres años después. Carmen recuerda con tristeza, cómo los padres de Gaby tenían que redactar las cartas en alemán para que llegaran al campo de exterminio. Si las mandaban en otro idioma, iban a la basura. “Yo trabajaba con los alemanes en un enfermería y había aprendido rápido el idioma. Se gastaban un dinero en un intérprete por cada carta y yo me ofrecí voluntaria a escribirlas”.

En enero de 1946 Carmen y Gaby se casaron en Francia y tuvieron dos hijos. Su madre volvió a España tras quedar viuda en 1972. Carmen se trasladaría con la democracia, siete años más tarde.

“Cuando cierro los ojos aún recuerdo los bombardeos de mi casa de Madrid en la calle Isaac Peral”, destaca antes de finalizar la entrevista. A pesar de su avanzada edad, se encuentra bien de todo, aunque a veces le falle “un poco el corazón”. Conduce su coche, vive sola y está empezando a escribir su diario en francés para un homenaje en el país vecino. “Allí nos tienen mejor considerados y guardan la memoria de los refugiados españoles y de lo mal que lo pasamos”, afirma enseñando la foto de la tumba de Machado, que para ella no es solo el poeta, es también su profesor, al que recuerda como una víctima más de aquella etapa negra de España.
María Serrano








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