Conocí a Carlos París en unas jornadas de debate que la Fundación de Estudios Marxistas organizó en la Universidad de Granada a finales de los años 80. Carlos era una autoridad académica, el catedrático que había fundado el Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma, el decano que había simbolizado la defensa de la democracia social en los años de la Transición y el autor de libros como La universidad española actual (1974), Crítica de la razón nuclear (1984) y Tecnología y violencia (1985), que yo había leído con mucho interés en mi formación académica y humana. Es decir, Carlos era un maestro buscado.
Carlos París |
Su conversación respondió enseguida a la imagen que me había hecho de él a través de sus ensayos. Carlos París encarnaba el vivo ejemplo no ya de un intelectual comprometido, sino de que el saber y el rigor universitario son inseparable de una larga y siempre renovada historia de emancipación humana. No era un tecnócrata de lo suyo, sino un ciudadano dedicado a la filosofía, a la meditación sobre la realidad, al magisterio. Los variados y ricos matices de su figura no significaban simples coincidencias afortunadas para mí, sino una identidad única. El pensador riguroso caminaba de forma inseparable con el ciudadano que había luchado contra la dictadura en el ámbito del Partido Comunista. Y aquello que había aprendido en los libros no se podía apartar de lo que le habían enseñado sus camaradas más modestos en los años de militancia y en los suburbios de la ciudad.
Al pensar en Carlos acude con frecuencia la palabra ciudadano en toda su extensión. Se ilumina un tejido de derechos y de responsabilidades sociales. No resulta extraño que en sus dos periodos de presidente en el Ateneo de Madrid, su saber estar y su saber ser (porque todo requiere su saber), hayan representado de forma tan ajustada el espíritu de la institución y sus tradiciones de cultura republicana. El respeto a las formas y el conocimiento del ayer sirvieron en su personalidad para pensar con elegancia en la palabra hoy y con decisión en el día de mañana.
Esta manera de ser intelectual y ciudadano explica el eco que ha logrado su último libro, Ética radical (Tecnos, 2012), del que acaba de aparecer la tercera edición. Las épocas de crisis necesitan meditaciones lentas, profundas, sedimentadas, en vez de alternativas coyunturales decididas a moverse en la superficie. Carlos llevaba muchos años trabajando sobre las relaciones de la ciencia, la tecnología y la historia, y también sobre un concepto de cultura más amplio que el relacionado con las disciplinas tradicionales. A la hora de abordar una respuesta ética a la corrupción y al neoliberalismo devorador, no pudo contentarse con una llamada a la conciencia individual. Y a la hora de enfrentarse la crisis, no se quedó en la búsqueda de una receta económica. En el viaje de ida y vuelta entre los seres humanos y la realidad, los asuntos sólo llegan a plantearse con lucidez teniendo en cuenta el sistema que los produce, la cultura en la que nacen.
La labor del filósofo Carlos París no se limitaba a admirar y comprender la realidad, sino que pretendía participar en su transformación. La conciencia individual es un ejercicio de pensamiento solitario y sin resultados cuando se aparta de una interpelación colectiva ante la cultura social. Más que denunciar a las personas corruptas o más que llamar a la decencia individual, es necesario elaborar una realidad decente. La ética radical de Carlos París buscaba las claves para sustituir el egoísmo y el canibalismo neoliberal por un altruismo mucho más justo y más eficaz a la hora de organizar la sociedad.
Sus palabras y su punto de vista han sido muy fértiles en un momento en el que los cambios tecnológicos dominan el horizonte cultural. A las relaciones de la filosofía y la ciencia le había dedicado sus primeros estudios. Ese saber, madurado con el tiempo, le llevó a iluminar las implicaciones de la técnica con la ética. El abismo abierto entre el desarrollo científico y la miseria del mundo exige hoy una nueva perspectiva de pensamiento, la búsqueda de un nuevo pacto para que lo tecnológico vuelva a descubrir sus raíces humanas y el humanismo no aparezca como adorno erudito, sino como compromiso con la realidad.
Podemos hablar de herencia. Perdemos un maestro, un ciudadano, un calor de amistad en el camino de muchas causas. Pero, más allá del tópico, nos quedan sus libros. El debate que ha centrado los últimos años de Carlos París es la cuestión de nuestro futuro.
Luis García Montero
Fuente: www.publico.es