Intuía yo en mi última reflexión, Lo vuestro es puro teatro, que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, se dejaría rogar por unos y por otros pero que, al final, aceptaría una gran coalición con PP y Ciudadanos para una legislatura breve y constituyente, con un Gobierno en minoría del PP sin Rajoy al frente y con ministros independientes. Ésta, creo yo, sería la mejor opción para que Sánchez salvara su liderazgo al frente del PSOE y contentara al mismo tiempo a social-liberales y neo-liberales, dentro y fuera del partido.
Sin embargo, a Pedro Sánchez se le ha abierto un frente no menor de última hora dentro del PSOE. Ya lo dijo acertadamente el socialista José Bono, expresidente del Congreso y de Castilla-La Mancha, además de exministro: “mis adversarios están en el PP, mis enemigos están en el PSOE”. Hoy, Pedro Sánchez sabe de lo que hablaba Bono. La presidenta de la Junta de Andalucía y secretaria general del PSOE andaluz, Susana Díaz, ha hablado alto y claro, negando a Sánchez la posibilidad de pactar con Podemos un Gobierno de progreso si ese partido no renuncia al referéndum independentista catalán. Susana Díaz acusa, además, a Podemos de “querer romper España” y a Pablo Iglesias de “no querer a su país”, palabras demasiado gruesas (además de falsas) para quien sólo busca tensar la cuerda hasta el extremo de hacer caer a Sánchez, provocando unas nuevas elecciones generales que le darían a Díaz la oportunidad de presentarse a la secretaría general del PSOE y ser la nueva candidata de ese partido a la presidencia del Gobierno, intención disimulada pero nada oculta, por otra parte, desde hace años. A Díaz se le suman ahora los susanitos, esos barones territoriales del PSOE con mando en plaza tan afines al social-liberalismo, ese sector que lleva décadas dirigiendo el PSOE y destiñendo los colores obrero y republicano que, alguna vez, brillaron en la bandera de ese partido, y por lo que ha perdido millones de votos en los últimos años. Parece que al sistema, IBEX35 incluido, no le disgustaría el duelo Susana Díaz-Soraya Sáenz de Santamaría, ante el hipotético fracaso de Rajoy y Sánchez para formar respectivos gobiernos. Quizá muchos ahora visualizan la idea de una presidenta del Gobierno -después de haber habido ya dos vicepresidentas- y quizá de ahí tantos empeños en torpedear a Pedro Sánchez para que se le quiten las ganas de intentar un Gobierno de progreso.
Sin embargo, a pesar de las dificultades de uno y otro lado, el líder del PSOE podría explorar una vía para ese ansiado Gobierno que muchos votantes han soñado, aunque no con el decidido acierto de dar a las fuerzas progresistas el suficiente apoyo parlamentario. Esa posible vía consistiría en ofrecer a Podemos y ERC (además de a IU y PNV) un pacto de investidura (o de legislatura) con el que Pedro Sánchez se comprometería a iniciar un proceso constituyente para encajar definitivamente a Cataluña (y al País Vasco y a otros, por qué no) en un nuevo proyecto de país, que tendría que pasar inexorablemente por la configuración de un Estado federal, tal y como PSOE y Podemos han defendido en campaña electoral. Habría que salvar las objeciones del centro-derecha españolista, PP y Ciudadanos, pero de eso trata una legislatura constituyente, de abordar entre todos una nueva norma fundamental que redefina las reglas del juego político, la plurinacionalidad de España y tantas otras cuestiones que, o bien no aparecen en la actual Constitución, o bien se han quedado obsoletas al hilo de la crisis económica y política que estamos padeciendo.
Podemos y ERC podrían aparcar, así, momentáneamente, tanto la pretensión del referéndum independentista como elprocés hacia la independencia, en un ejercicio de alta política que diera una oportunidad -quizás última y definitiva- al diálogo, al pacto y al consenso entre todos. Es posible que pudiéramos estar a las puertas de unos nuevos Pactos de la Moncloa, y creo que el momento político lo exige y que ése ha sido el sentido mayoritario del voto de los españoles. Al menos, valdría la pena intentarlo. No creo que el centro-derecha, ante el reto soberanista catalán, se negara a, por lo menos, explorar la vía de la reforma constitucional y del Estado federal, aunque para ello todos los actores políticos tendrían que admitir que un nuevo proyecto de país se tiene que construir entre todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso, y no de unas contra otras, como tristemente fue la norma en España durante siglo y medio de Historia constitucional.
Si del diálogo entre todos los partidos con representación parlamentaria surgiera una nueva Constitución federal, ésta se sometería a referéndum y, de no ser aprobada por los catalanes, al hipotético presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, le quedarían dos opciones: o convocar –entonces sí- un referéndum en Cataluña que preguntara por la independencia, o disolver anticipadamente las Cortes y celebrar nuevas elecciones, de las que podría salir un nuevo Gobierno que llevara a cabo dicho referéndum (o todo lo contrario). Creo yo que con empeño de todos y altura de miras (como se hartan de repetir últimamente populares y socialistas) se puede rediseñar una España nueva acorde con los retos del siglo XXI, que supere los estragos de la corrupción y la crisis y que cierre el capítulo tortuoso e histórico de la plurinacionalidad. Si todos dicen estar orgullosos de la nación de naciones que es España, ¿qué problema hay en avanzar hacia un Estado federal en el que todos los territorios se sientan a gusto y que, por otro lado, suele estar ese tipo de Estado entre los más avanzados del mundo?
No le quedan al líder del PSOE muchas más opciones para ser presidente del Gobierno ni tampoco a la izquierda y al nacionalismo periférico muchas más ocasiones para protagonizar un tiempo histórico. Sabe Pedro Sánchez que si acepta una gran coalición con PP y Ciudadanos podrá alargar su liderazgo en el PSOE unos años más, pero si forma un Gobierno de progreso (con ayuda de otros) podrá, además, encabezarlo. Y también sabe que si fracasa o no le deja su partido ni una ni otra opción, y vamos a unas nuevas elecciones generales, su tiempo político habrá terminado.
Las elecciones generales del 20-D han diseñado un Congreso de los Diputados bastante parecido al de 1977, con cuatro partidos de ámbito estatal y dos nacionalistas periféricos que forjaron, con más o menos renuncias, una Constitución pacífica y de consenso, la más sólida de nuestra Historia constitucional. Yo creo que podemos estar ante una segunda oportunidad.
FRANCÍ XAVIER MUÑOZ
Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial