El referéndum sobre la autodeterminación del pueblo escocés secundado el pasado septiembre de 2014 levantó un debate importante en la sociedad sobre si los y las jóvenes de entre 16 y 18 años deberían ser partícipes de los procesos electorales y ejercer su derecho a voto. El partido ultranacionalista británico UKIP afirmaba que esa reflexión es de por sí una locura porque la juventud menor de edad tiene lavado el cerebro.
Todo apunta a que en los tiempos que corren este sentimiento paternalista hacia una parte muy importante de la sociedad está bastante extendido. Tan sólo en países de América Latina como Brasil o Ecuador, los y las jóvenes de 16 años en adelante pueden decidir en las urnas el futuro de sus países. En Europa es prácticamente imposible encontrar naciones con legislaciones que contemplen este derecho. Austria es la única excepción.
Bien, yo tengo 17 años y hoy quiero lanzar un alegato y argumentar porqué tengo derecho, es más, todo el derecho del mundo, a votar en las próximas elecciones generales el 20D.
En primer lugar, soy estudiante. Como tal, a parte de verme afectada por los recortes en educación en esta legislatura del Partido Popular, vengo sufriendo la lacra de cinco leyes educativas aprobadas en los últimos años que convierten la educación pública en un entramado de intereses partidistas en el que la comunidad educativa está relegada a un segundo plano y es, por ende, la mayor perjudicada. Los fenómenos elitizadores de privatización y mercantilización en la educación no se han dado solo en las universidades. Estos procesos también se han producido en los institutos. Un ejemplo claro es el sistema bilingüe en vigor que selecciona y separa dos tipos de alumnos: los destinados a ser precarios y los que tienen un hueco en las apretadas filas de las élites. Es decir, un modelo a dos velocidades que se verá reforzado en la universidad con medidas como el 3+2. Como alumna de instituto he sufrido y sufro las aulas masificadas, las sustituciones del profesorado que tardan en incorporarse un número interminable de días, el vaciamiento del poder de los consejos escolares donde participamos los estudiantes y un sin fin de etcéteras provocados por la LOMCE. La también conocida Ley Wert, que afecta en mayor medida a la Secundaria, ha convertido los centros educativos donde pasamos un gran número de horas de nuestras vidas, en lugares donde los alumnos y las alumnas somos cada día menos felices.
En segundo lugar, a parte de ser estudiante, he trabajado en algunos momentos de mi corta vida laboral para ahorrar dinero y costearme ciertas necesidades. Quizá no he vivido situaciones críticas como otras compañeras que deben compaginar empleo y estudios y viven en esa constante dualidad, pero sólo el hecho de poder optar a un empleo en este mercado de trabajo precarizado por las políticas de nuestro gobierno es razón suficiente para poder decidir de forma crítica qué modelo de trabajo y de sociedad quiero como ciudadana. ¿Acaso somos lo suficientemente maduros para entrar en el mundo laboral aportando con nuestro trabajo a la riqueza nacional pero no para decidir qué tipo y condiciones de trabajos queremos?
Además de tener 17 años, soy mujer. Esto evidencia que he venido sufriendo la lacra de unas políticas misóginas y recortes en presupuestos de género que me han afectado de forma directa. Sin irnos más lejos, la polémica Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo del Partido Popular, frenada parcialmente en las calles por el movimiento feminista, ha conseguido que las menores necesitemos permiso paterno para decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. Esto evidencia cómo el paternalismo genérico hacia las mujeres en esta sociedad machista se intensifica todavía más con las jóvenes, infantilizadas constantemente.
En definitiva, he sido perjudicada por un austericidio estructural que ha desmantelado servicios públicos como la educación, la sanidad, las leyes contra las violencias machistas, la reforma laboral... ¿Permanezco aislada de estas cuestiones? ¿No le afecta, entonces, la política a la gente menor de 18 años?
La clase política, además de infravalorar y criminalizar a la juventud con estigmas como el de la generación "ni-ni", ejerce una visión paternalista sobre nosotras y nosotros -sobre todo sobre nosotras-, y nos impide decidir sobre el modelo de vida que necesitamos como personas.
Los y las jóvenes mayores de 16 años somos el futuro y el presente. Desempeñamos, hoy y ahora, una función social esencial para el desarrollo de nuestro país. Existimos, y a pesar de que muchos se empeñen en invisibilizarnos, queremos ser partícipes de la transformación de nuestra realidad en las calles y en las urnas. Tengo 17 años y quiero votar el próximo 20 de diciembre, porque, como diría Clara Campoamor, "la democracia y la libertad se aprenden ejerciéndolas".
Belén Lynx, activista en Podemos, Anticapitalistas y Estudiantes en Acción
Twitter: @BelenLynx