De hostias y basura. A Mariano Rajoy le han dado un buen golpe, y no me gusta la violencia, pero con el corazón en la mano no puedo condenar la agresión, se me escapa la situación personal y familiar del chaval, aunque algún medio haya asegurado que pertenece a una familia acomodada de Pontevedra. Solo puedo asegurar que, actualmente, yo no lo hubiera hecho. Poco más.
Pudiera ser que el joven solo buscase la notoriedad que se fomenta en este mundo-show de Grandes Hermanos, Islas, Salsas Rosas, y ‘cultura’ del triunfo (un éxito que en los actuales parámetros tiene demasiado que ver con la fama o el dinero, y no con el bienestar o la propia realización). Por otro lado también pudiera haberse tratado de un joven que ha vivido la desintegración de su círculo familiar o social, y que ha sido capaz de no abstraerse (como en diferente medida hacemos el resto de la sociedad) del origen de su situación.
Porque hostias, lo que se dice verdaderas hostias, son las que nos dan quienes nunca han tenido la más mínima voluntad de gobernar para que todos vivamos lo mejor posible, y por contra se han dedicado únicamente a calibrar el punto de ruptura social para aproximarse a él todo lo posible, sin fracturarlo, con la exclusiva meta de favorecer a los de su clase.
Y es que Rajoy, aunque los medios nos vendan de él esa imagen de teletubbie, de bonhomía, de juicio y compostura, no deja de ser un auténtico clasista de matrícula. Y sus hostias, las que él nos da, son mucho más cobardes y hacen mucho más daño que las que se dan con los puños. No se equivocó Pedro Sánchez cuando dijo que no era decente. El circo montado alrededor de la agresión de un menor no puede borrar un universo de indecencias (y el listado lo tomo prestado de un magnífico artículo de mi querido Carlos Delgado):
Porque, desde luego, es indecente que el presidente de la corrupción se haga el ofendido. Es indecente que el presidente de un partido que tiene bajo investigación a todos sus tesoreros anteriores y una contabilidad B acreditada en un auto judicial pretenda dar lecciones de decencia. Es indecente que quien aparece en esa contabilidad B como perceptor de sobresueldos en su época de ministro no sea responsable de nada. Es indecente que el jefe de Bárcenas se permita hablar de honestidad. Es indecente que quien escribió mensajes de ánimo a un delincuente y mintió sobre ello al Congreso quiera convencernos de su integridad. Es indecente que al PP le roben 40 millones de euros (más de 6.600 millones de pesetas) para esconderlos en Suiza y su presidente diga no saber nada, a pesar de figurar en esa cuenta suiza como persona autorizada. Es indecente que quien pretendió engañarnos el otro día sobre el objetivo del ataque a la Embajada española en Kabul hable de unidad contra el terrorismo yihadista. Es indecente que a Rajoy le parezca «normal» que el embajador en la India utilice su cargo para cobrar jugosas comisiones. Es indecente que quien ha recortado drásticamente las ayudas a la dependencia pague con los presupuestos de Moncloa una asistencia continuada 24×7 para su padre anciano. Es indecente que Rajoy hable de transparencia mientras guarda bajo siete llaves su expediente de registrador de la propiedad y sigue sin explicar cómo desempeñaba su labor de registrador en Santa Pola (Alicante) mientras vivía y mantenía su residencia en Galicia. Es indecente que un partido que, según el juez, se ha visto beneficiado económicamente por delitos de corrupción pueda seguir presentándose a unas elecciones. Es indecente que el Gobierno que prometió no meter tijera ni en Educación ni en Sanidad haya puesto a 35.000 maestros en la calle y continúe reduciendo servicios médicos y privatizando hospitales. Es indecente que los mismos que implantaron el copago farmacéutico digan que les preocupa la salud de sus ciudadanos. Es indecente que quienes quieren privatizar mamografías se coloquen en la solapa un lazo contra el cáncer. Es indecente que quienes cambiaron la Constitución para entregar la soberanía a los acreedores y convertir el pago de la deuda en prioridad absoluta e inexcusable tengan la desfachatez de indignarse cuando Cataluña reivindica su propia soberanía. Es indecente que quienes han abaratado el despido y amputado los derechos laborales hablen de lucha contra el paro. Es indecente que hablen de democracia los que han secuestrado el Parlamento con su mayoría absoluta y han gobernado a golpe de decreto. Es indecente que quienes han aprobado la Ley Mordaza hablen de libertades. Es indecente que se encarcele a manifestantes y se indulte a banqueros. Es indecente que la gente pase frío mientras se les perdonan miles de millones a las eléctricas y la factura energética se dispara. Es indecente que los principios draconianos de una Ley Hipotecaria del siglo XIX sigan vigentes en el siglo XXI. Es indecente que quienes promulgan una ley que acorta los plazos de instrucción y pone trabas a la investigación judicial digan combatir la corrupción. Es indecente que quienes hacen desaparecer libros de visita y discos duros hablen de colaborar con la Justicia. Es indecente que en España siga habiendo miles de aforados. Es indecente que el partido que ha creado las tasas judiciales se atreva a pronunciar siquiera la palabra ‘justicia’. Es indecente que hablen de igualdad quienes han situado los índices de desigualdad en máximos históricos. Es indecente que se siga insistiendo en vender recuperación económica cuando al cabo de cuatro años en España se han perdido cotizantes, la tasa de paro se ha rebajado apenas unas décimas, la deuda pública ha crecido en casi 300.000 millones de euros y la pobreza campa a sus anchas.
La sociedad española ha cambiado mucho en los últimos cuarenta años. Hoy –y esto debe ser sin duda positivo– se rechaza la violencia evidente, y un puñetazo nos revuelve las tripas. Solo nos falta aprender a detectar la violencia estructural, esa de cuyos golpes no te recuperas en una semana ni en un mes. Esa que te marchita por dentro, en muchas ocasiones para siempre. Solo nos falta ser tan duros o más con ella que con lo que pudiera ser una simple y tímida reacción a sus efectos.
Aunque va a ser muy difícil, porque así como nos han querido inculcar que una agresión al poder es siempre condenable (si las UIP te inflan a palos, aunque solo estés sentado reivindicando normalidad, es porque eres un delincuente), también se nos sigue vendiendo una cultura que exonera de responsabilidad a ese mismo poder, político o económico, en esta psicodelia de manos invisibles que todo lo regulan como por arte de magia, incluso los merecedores de hostias.
Y todavía más difícil cuando se permite la existencia de un servicio público (los medios de comunicación) que atenta constantemente contra la ética y la lógica.
Aprovechar, como se está haciendo, la agresión de un menor para etiquetar ideológicamente un comportamiento, inventando adhesiones si hace falta, no sé si es ruiz o ruín, pero sí sé que es repugnante. Tanto como exagerar con un retoque fotográfico la magulladura que el golpe de un chaval produce en un canalla.
Anda, si el @ABC_es ha retocado la foto para que parezca más sangrienta. pic.twitter.com/W7sjDQgiMB— El Teleoperador (@teleoperador) diciembre 16, 2015
En cualquier caso, el mejor golpe que se le puede dar a esta gente, el que más puede dolerles, es dejarles sin poder. Ojalá este país ahí sí sepa pegar fuerte. Lo sabremos el próximo domingo.
Paco Bello | iniciativadebate.org