En el arte ibérico del siglo III a. C. son abundantes las estatuillas de mujeres en actitud de ofrecer dádivas a los dioses para alcanzar su favor. Son conocidas como las oferentes. La diferencia entre oferente y ofertante radica en que los primeros impetran, es decir, suplican y los otros exponen su predisposición a un intercambio paritario de dinero por mercancías. Esta campaña electoral, que comenzó hace años, es abundante en ejemplos de esta diferenciación.
Exceptuando a los componentes del bipartito, unos por las asombrosas demostraciones de cinismo y otros por las no menos asombrosas exhibiciones de amnesia en cada comparecencia pública sobre sus años de gestión gubernamental, los demás han empezado a transitar en plan oferente.
En esta hora de España no caben campañas ni actos públicos basados en la dialéctica de la oferta de soluciones a cambio de la condescendiente donación del voto. Los candidatos plantean soluciones sobre los problemas existentes. Sin embargo, no hablan de la necesidad de cambiar mecanismos e instituciones que harán imposible las soluciones.
No figuran alusiones al Mede que controla los presupuestos de los Estados, la UE, el euro o la deuda pública y privada. Se obvia que, además de problemas, hay centros de poder económico que no tolerarán cambios y que eso significa un plus de apoyo popular más allá del voto. Pero la omisión más importante de los oferentes consiste, en esta hora de España, repito, en hacer creer que el electorado cumple simplemente con votar.
Estamos ante una crisis de Estado, de sociedad y de principios democráticos y éticos. Eso no hay receta que lo cambie si los votantes no empiezan, primero por no votar a ladrones y acto seguido entregar su esfuerzo ciudadano a un proyecto de cambio y de regeneración. Que los oferentes dejen de serlo y se tornen en ofertantes de ese proyecto. Convoquen a la recuperación de la Soberanía Nacional.
JULIO ANGUITA
Fuente: El Economista