Por María Torres
«Ante los señores diputados a Cortes, como órgano de la soberanía: Prometo solemnemente, por mi honor, servir fielmente a la República, guardar y hacer cumplir la Constitución, conservar sus leyes y consagrar mi actividad de Jefe de Estado, al servicio de la justicia y de España.» (Manuel Azaña, 11 de mayo de 1936)
Guardias de Asalto y Seguridad vigilaban desde las dos de la tarde el recorrido que debía seguir la comitiva oficial y cuyo itinerario partía desde el Congreso, Carrera de San Jerónimo, Plaza de Canalejas, calle de Sevilla, calle de Alcalá, Puerta del Sol, calle del Arenal, Plaza de Fermín Galán, calle de Carlos III, Plaza de la República, Bailen y Plaza de la Armería.
Las tropas de la guarnición, vestidas con uniforme de gala, comenzaron a cubrir a la misma hora la distancia desde el Congreso al Palacio Nacional. Componían las mismas el Regimiento de Wad-Ras, Regimiento de Infantería de carros de combate número uno, Regimiento de Infantería de León, Regimiento de Ferrocarriles, Aviación, Regimiento de Zapadores, Regimiento de Infantería de Covadonga, Regimiento de Transmisión, Batallón de Zapadores y Regimiento de Artillería ligera, acompañados de bandera o estandarte, escuadra y música.
En el número 22 de la calle Serrano, todo estaba preparado. Pasaban cinco minutos de las tres de la tarde cuando el nuevo Presidente ataviado de frac y adornando su cuello con el Gran Collar de la Orden de la República y banda de esta condecoración, salió de su domicilio aclamado por el numeroso público que allí se había concentrado, para acto seguido dirigirse al Palacio de las Cortes, donde prometería su cargo, acompañado de la Comisión parlamentaria toda vestida de etiqueta. Integraban la Comisión entre otros representantes de minorías, los señores Sánchez Albornoz, que la presidía; Aguadé, Casabó, Fernández Clérigo, Galarza, Rosado y Bolívar.
Tras veinte minutos de recorrido llegó la comitiva al Congreso, al tiempo que una escuadrilla de quince aviones evolucionó sobre la plaza de las Cortes, a escasa altura, realizando difíciles y lucidos ejercicios.
El aspecto del salón de sesiones era espectacular. Todas las tribunas se encontraban ocupadas. En la tribuna diplomática se hallaba el Cuerpo diplomático acreditado en Madrid. En la tribuna de las autoridades se hallaban los generales del Ejército y Armada con mando, vestidos de gala con condecoraciones. También se hallaba el presidente del Tribunal Supremo, don Diego Medina; presidente del Tribunal de Garantías, señor Gasset; gobernador de Madrid, señor Carreras; presidentes de Sala del Supremo y Audiencia, consejeros de Estado y otras representaciones. Los magistrados asisten revestidos de toga.
No faltaron todas las minorías, al frente de las cuales se encontraban los jefes respectivos, señores Gil Robles, Largo Caballero, Maura, Ventosa, Pórtela, Uribe, Calderón, Alba, así como las diputadas Ñelken, Ibarruri, Kent y Alvarez Resano y otras personalidades. No acudieron los diputados del Bloque Nacional Español ni tradicionalistas.
Todos los allí reunidos fueron testigos de la ceremonia de promesa de cargo, que según disponía el artículo 72 de la Constitución de la República, realizó el presidente electo: «Ante los señores diputados a Cortes, como órgano de la soberanía: Prometo solemnemente, por mi honor, servir fielmente a la República, guardar y hacer cumplir la Constitución, conservar sus leyes y consagrar mi actividad de Jefe de Estado, al servicio de la justicia y de España.» Tras sus palabras, las del Presidente de la Cámara: «En nombre de las Cortes, que os invisten, os digo que si lo hacéis así, la nación os lo premie, y si no, os lo demande.»
Dicho lo cual el salón de sesiones estalló en una tremenda ovación en la que participaron todos los asistentes a excepción de los miembros de la CEDA. Los vivas al Presidente y a la República se sucedían sin descanso. Siete escuadrillas de aviación evolucionaron por Madrid y una batería de artillería disparó 21 cañonazos a la salida del Presidente.
Finalizada la ceremonia de promesa Don Manuel Azaña y la gran comitiva partieron hacia el Palacio Nacional, emplazado en la Plaza de la República (actual Plaza Mayor de Madrid), y que desde ese momento sería la residencia oficial del Presidente. Fuerzas de casi todos los regimientos de Madrid cubrían la carrera, formando un cordón que impedía al numeroso público congregado en las aceras, acceder a la comitiva presidencial. Todo el recorrido estaba engalanado con banderas republicanas. En los balcones abarrotados de gente del domicilio social de Izquierda Republicana, se habían colocado grandes litografías con el retrato del nuevo presidente de la República y creador del partido.
Al llegar a la residencia presidencial, el himno de Riego por parte de la Banda Republicana, antigua de Alabarderos, recibió al Presidente, dando paso a continuación a un desfile militar. A su término, una ovación en la repleta Plaza de Oriente finalizó con cientos de puños en alto que acompañaban a los cantos de «La Internacional» y la «Guardia Roja» así como al grito de U.H.P.
A las cinco de la tarde abandonó Don Manuel Azaña la residencia presidencial para instalarse provisionalmente en el Palacio de El Pardo, mientras se concluían las obras de acondicionamiento en las que fueron las habitaciones de la reina María Cristina y que se convirtieron en el alojamiento y residencia particular de Don Manuel durante su mandato.
Lo que sucedió después, es Memoria.
María Torres