En estos tiempos rápidos en los cuales, a veces, se dice una cosa y su contraria por la misma voz al poco transcurrido, desearía quien subscribe dar su opinión, como otras muchas, sobre un asunto de cuanto llaman candente actualidad. Política, añado. Y hacerlo; dar mi opinión, desde -quisiera- un posicionamiento, no al paso de la inmediatez, más asentado en bases que no dependan de ella, y sirvan hoy lo mismo que mañana y ayer.
Así, redacto estas líneas sabiendo que allá donde se publiquen, será -en muchos casos- después de las Elecciones catalanas del 27 de septiembre de 2015. Ello, lo creo, no debe importar mucho, pues el sentido que buscan (estas líneas), va más allá del resultado de esas Elecciones, y viene también de antes. Pero, habiéndose dado en estos días tantos pareceres sobre cuanto está sucediendo en Catalunya y, en relación, en España, no deseo que mi silencio pueda ser interpretado por ningún compañero o compañera, como indefinición sobre el asunto. Al contrario, pienso que quienes, independientemente del más o menos éxito, hemos estado trabajando estos años -y seguimos- por una República para todos los pueblos y naciones de España, no tenemos tampoco nada muy nuevo que decir ahora; nada que no hayamos, aun en otros contextos, dicho ya…
En cualquier caso, ajeno al ruido mediático -algo difícil en estos momentos, ciertamente- quiero, a nivel personal, expresar:
Como activista republicano que cree en una República en régimen de libertad y de justicia para los pueblos y naciones de cuanto se ha dado en llamar España, yo no apoyo la secesión de Catalunya. No la apoyo, por considerarla contraproducente para con los principios de solidaridad y de progreso en los que creo.
Esto, dicho muy en síntesis. Trataré de ampliarlo:
En octubre de 1938, el Presidente del Gobierno de la II República española y gran referente de la lucha antifascista, Juan Negrín, dio un discurso precisamente en Barcelona, donde radicaba, en aquella época, la capitalidad de la II República. Muy desfavorable ya el curso de la Guerra contra los franquistas, en algunas Cancillerías europeas se especuló con una partición de España como posible solución al conflicto. A ello, contestó Negrín en aquel discurso:
"Óigase bien, sabemos que el triunfo faccioso significa nuestro total exterminio. Pues bien, antes que la parcelación de España, nuestro exterminio". Así dijo Negrín.
¿Hablaba sólo el Presidente del Gobierno; el patriota desde una base de patriotismo popular heredero de la Revolución francesa, compatible con el internacionalismo -el propio Negrìn así lo señalaba- y con el cual, por lo demás, muchos seguimos identificándonos? (ya vemos que nadie ha venido a inventar nada hoy al enarbolar un patriotismo de izquierdas...)
Puede ser. Pero yo creo que hablaba también, y sobre todo, el socialista digno de tal nombre; consciente de que una parcelación -palabra escogida no al azar- sólo beneficiaría a los terratenientes, a la oligarquía, a los poderosos... Nunca al pueblo.
Amigos y compañeros han escrito ya, con noción de causa, que en el escenario de una hipotética secesión de Catalunya, el panorama sería desolador para el resto de España. Hay quienes piensan, por el contrario, que significaría una oportunidad para el avance democrático y regeneracionista. Yo no lo creo. Y en cualquier caso, me parecería un precio demasiado alto para algo -la regeneración democrática- que puede lograrse, y ha de lograrse, en mejor forma. Como Negrìn, yo pienso que una parcelación no es modo, y vale más asumir la posibilidad de una derrota temporal en defensa de lo compartido, que una victoria -¿y qué victoria sería esa?- a costa de ello.
Negrín no lo dudó; los republicanos y las republicanas de entonces, no lo dudaron. Una gran lección para nuestro tiempo: ganar de cualquier manera; a cualquier precio, no es ganar. Algunos parecen olvidarlo hoy…
He referido antes, y vuelvo ahora sobre ello, las posibles consecuencias para España de una secesión catalana: no resultaría inverosímil -no soy el único en pensarlo- una fascistización; un abismo reaccionario, consecuencia del empobrecimiento, la rabia y la frustración por un Estado fallido. Me refiero, ahora, al español. ¿Y no habría de importarnos, vivamos en Sevilla, Madrid o Barcelona? ¿Habría de sernos ajeno entonces, el dolor en Extremadura, en Galicia o en Euzkadi? En esto, hipótesis, pero que la Historia avala, ha de pensarse también estemos donde estemos, si de verdad somos solidarios, internacionalistas, de izquierdas... Pensar en qué clase de reacciones antisociales podrían sobrevenir a raíz de una frustración nacional en lo que quedara de España. No está en mi ánimo agitar el miedo. Yo no juego a eso. Pero sí considero pertinente, como quien busca aprender de la Historia, señalar el riesgo en los pueblos heridos. Pero además, yo me permito dudar, perdónenme algunos, que de ese mal, quedara indemne una Catalunya independiente, aunque España sucumbiera. Ello, porque el fascismo bebe, precisamente, de fronteras así.
¿Derecho a decidir? Sí; rotundamente sí. Lo digo claro, conste. E igual, que pocos o nadie quienes lo ponen en primer lugar, parecen concretar en cuáles formas. Y son importantes, muy importantes, esas formas en una cuestión así. Por ejemplo, qué mayoría se considera necesaria para una decisión de tanto calado, y tan difícilmente reversible, como una secesión nacional.
Ligado a esto, algo en lo cual yo creo se ha pensado poco o nada: en un hipotético escenario de separación, ¿se articularía a su vez el mecanismo por el cual, pasado un tiempo razonable, el pueblo de Catalunya fuese consultado directamente sobre si continuar escindido, o volver a unirse nacionalmente con España en algún modo? Pues, ¿qué ocurriría si al cabo de unos pocos años de tomada una decisión tan drástica como la secesión, se piensa que es mejor estar con España? ¿Se ha pensado en esto? Porque las fronteras, si bien nunca fáciles de alzar, más difíciles son aún de abolir. Eso es lo terrible. Piénsese, por favor, sobre ello.
La defensa ahora del derecho a decidir, debería, en mi opinión, incluir también ahora, la defensa de una fórmula clara por si una hipotética Catalunya independiente quisiera volver a formar parte de España. A una España, si se me permite decirlo, mejor.
Esto, junto a la cuestión –repito- de las mayorías necesarias para separar y volver a unir, además de los derechos, ¡siempre!, de las minorías, es algo lo cual, en mi opinión, debería acompañar en todo momento la reivindicación del derecho a decidir, no quedándose entonces sólo en un mero eslogan, como viene sucediendo muchas veces. El ejercicio de la libertad conlleva siempre el de la responsabilidad. En mayor grado, en quienes sean o aspiren a ser referentes para la sociedad.
Como activista republicano y de izquierdas, mi propuesta –compartida con muchas personas en Catalunya y España-, es nítida, firme, y formulada, no desde ayer, sino hace ya tiempo, aunque lamentablemente parezca haber poco interés en determinados medios, tanto al norte como al sur del Ebro, en que dicha propuesta se difunda. Porque hablo –hablamos, quienes la defendemos-, de una República la cual, basada en la libre unión -sea federal o confederal, como mejor se adapte a la plurinacionalidad histórica de España-, resulte además, participativa, laica y solidaria. Esencial, que ninguno de esos principios –comenzando por la forma republicana del Estado- pueda desligarse de los demás, si cuanto queremos de veras, es un Estado mejor para todos y para todas.
Por ello, yo lo lamento, no basta sólo hablar de federalismo en abstracto, como está haciendo, por ejemplo, el PSC. Pero tampoco basta, a mi parecer, la sola defensa de los derechos sociales; de lo –llamémoslo- concreto y a pie de calle, como también hace “Catalunya si que es pot”.
Todo eso, siendo necesario, no es suficiente por sí mismo (como tampoco llamar “a derrotar a Rajoy”), si no va en el marco de una III República válida para todos los pueblos y naciones de España.
Es, con certeza, el camino más difícil. A su lado, aparecen como mucho más fáciles el inmovilismo, el reformismo más o menos cosmético, y hasta el independentismo. Más fáciles. Mas no por ello deja de ser, desde el punto de vista de los intereses del pueblo y los valores solidarios de la izquierda, la mejor fórmula esa Tercera República para todos y todas.
Yo debo aquí recordar que Lluís Companys, fundador de ERC, nunca fue independentista. Catalanista de izquierdas, sí. Federalista, también. Y republicano, desde luego. Fue, de hecho, Ministro de Marina de la II República española. Por eso también, además de por President de la Generalitat de Catalunya, lo mataron los franquistas.
Voy terminando.
Azaña, Negrín, Companys, José Díaz, José Antonio Aguirre… sin perder nunca sus identidades respectivas, defendieron –junto a millones de personas- la II República. En Catalunya y en toda España.
Sepamos nosotros, con su misma coherencia, defender la III.
¡Viva la República!
Por Miguel Pastrana, Secretario Federal de la asociación Unidad Cívica por la República (UCR) y militante de base de Izquierda Unida, 25 de septiembre de 2015