El mar está en calma, el agua azul turquesa y óptima la temperatura. Cuando el sol se pone y los turistas comienzan a llenar las terrazas, los griegos se preparan para recibir al día siguiente nuevas pateras con inmigrantes. Al amanecer, los vigilantes escudriñarán el mar para avistar los pequeños bote atestados de refugiados, sobre todo mujeres y niños sirios, que vienen huyendo de la guerra. No les preocupa la crisis griega, tan solo quieren pisar suelo europeo.
Es la cresta de la ola de una desastrosa crisis económica y social, que enfrenta a Grecia a otro problema añadido: el imparable flujo de refugiados que llegan desde Turquía.
Para muchas islas griegas, cuya economía depende del turismo, el mar es una bendición. Pero ese mismo mar Mediterráneo que atrae a los turistas, es también el lugar por el que arriban las pateras con refugiados. Aunque la hospitalidad de los griegos es proverbial, muchos tienen en el turismo su única actividad para paliar la crisis y ven con desazón resentirse su negocio por la masiva llegada de expatriados que vienen huyendo de la guerra y la persecución.
Tan grande es la llegada de refugiados que el Ayuntamiento de una ciudad de la isla de Lesbos montó un campamentos que quedó colapsado en dos días. Faltan voluntarios para atenderlos y precisarían de la ayuda de organismos internacionales para atender esta locura que alcanza el arribo de 500 refugiados diarios, solo en esta localidad. Por ello, el turismo se resiente y se queja, aumentando significativamente las cancelaciones de reservas. Hay turistas asiduos, con más de diez años viniendo, que dicen no haber visto nunca antes tanta suciedad, planteándose cambiar su lugar de veraneo ante la visión de tanta miseria.
El propietario de una tienda dice que los refugiados ensucian los alrededores de su comercio y los autobuses de turistas ya no paran allí, por lo que su volumen de negocio se ha reducido en un 70%. "Los turistas quieren relajarse y no presenciar estos problemas”, añade.
Las autoridades griegas manifiestan que los refugiados se concentran en sitios que los turistas no visitan y que lo único que despiertan en ellos es un sentimiento de compasión. Aun así, los hoteleros opinan que sería mejor que los refugiados no fueran tan visibles.
Mitilene, otro pueblo de la misma isla de Lesbos, trata de borrar las huellas dejadas por los refugiados y limpia a diario la playa de restos de pateras y chalecos salvavidas. El alcalde no ignora que viven del turismo, pero es una cuestión que debe manejarse con humanidad. En este sentido, se está despertando entre los turistas un espíritu más solidario y colaborador. Muchos, ya organizan su estancia de tal forma que por la maña acuden a ayudar y por la tarde, más relajados, van a la playa.
En la pequeña y paradisíaca isla de Kos, un matrimonio holandés, turistas habituales, decidió reconsiderar la cancelación de su viaje y con espíritu solidario y colaboracionista, pensando que ningún refugiado abandona su hogar por diversión sino a causa de la guerra, iniciaron su viaje turístico. Pero, esta vez, con bolsas de zapatos, viendo que la mayoría de los refugiados iban descalzos. Y una agencia de viajes decidió añadir un equipaje adicional, sin cargo, de 20 kg para los turistas que quisieran llevar ropa para los inmigrantes.
Esta es la otra, no menor, tragedia que el pueblo heleno tiene que afrontar por su situación geopolítica que, junto a la consabida, delicada y problemática, situación político-económica con un tercer rescate que -saben los prestamistas- no podrá satisfacer sino al precio de pagar con girones de su territorio, complica hasta el infinito el horizonte de la sufrida patria de la Democracia.
José Antonio Carrasco