Apenas diez horas tras la entrada en vigor de la nueva ley de Seguridad Ciudadana, la Policía llevaba a cabo las primeras identificaciones en Málaga. Las protestas contra la llamada ‘ley Mordaza’ se saldaban con cinco identificados que serán castigados en los próximos días por su reivindicaciones. Los medios al unísono se hacían eco de tan jugosa noticia, el primer golpe de mazo. Al final de esa misma jornada, otro incidente, esta vez en Sevilla, volvía a saldarse con identificaciones y detenciones. No aparecía en primera plana, sino brevemente reseñada, casi arrinconada. No se trataba en este caso de una protesta política, tan sólo de un grupo familiar, preocupado por la salud de un ser querido, que al parecer obstaculizaban la entrada y salida de ambulancias en urgencias, a la puerta de un hospital. Según la prensa, hubo un enfrentamiento entre algunos que tenían mal aparcado el coche y las fuerzas del orden. Un par de detenidos y algún herido leve.
Los diferentes medios de comunicación reseñan la noticia sin detenerse, discrepan sobre el número de detenidos y heridos (dos y dos, tres y dos, e incluso en un mismo artículo el titular refiere tres y seis, y el párrafo final dos y dos). La fuente citada en todos es siempre una y la misma (fuentes policiales a Europa Press), la información no se contrasta, no está el punto de vista de los detenidos o sus familiares, a pesar de insistir en lo numeroso del grupo (se habla de “unos cien”). Olvidaba un detalle, seguro ya adivinaron, los familiares del hospitalizado son gitanos. ¿A quién les importan?
Cansados de ver a diario este mismo tratamiento en los medios de comunicación para los miembros de nuestra comunidad, desde la Plataforma CDT no podemos sino volver a denunciar una situación de marginación que ralla lo anticonstitucional. Según el artículo veinte todo ciudadano tiene derecho a la libertad de expresión (subjetiva) por cualquier medio de difusión y derecho a la información (objetiva), es decir, veraz, o sea contrastada. ¿Por qué, entonces, ni uno sólo de los medios pregunta que ha ocurrido a los familiares de los detenidos, por qué se acepta como normal que la información aparezca sesgada siempre que se trata de personas gitanas? ¿Cómo valorar los supuestos hechos, cuando ni siquiera se permite expresarse a una de las partes implicadas?
Nos llevamos las manos a la cabeza ante el recorte de libertades democráticas que supone la llamada ley mordaza, algunos hablan de la vuelta a una dictadura, pero ¿qué pasa con aquellos que nunca han tenido voz? ¿Cómo afectan estas disposiciones y leyes cada vez mas represoras a quienes jamás consiguen hacerse oír en los medios? Lagarder Danciu, activista gitano, miembro de la Plataforma CDT y traductor jurado en los juzgados sevillanos ha entrevistado a los familiares y visitado a los detenidos en los calabozos. Este es su testimonio.
Nos encontramos con un grupo de cinco mujeres, madres e hijas, que esperan angustiadas a su abogada particular para que les informe sobre la decisión del juez que ha detenido a alguno de sus hijos o padres por desobedecer a la policía.
Días atrás una anciana, miembro de la comunidad sufrió un infarto cerebral, muchos se acercaron a acompañarla al hospital. Al principio rozaban la veintena, tras el último parte médico y ante la inminencia de un desenlace fatal acude el grupo entero, casi setenta personas (durante siglos, la solidaridad ha sido esencial para mantener viva la cultura gitana: si hay que ir se va, si hay que esperar se espera, si hay que dormir en el suelo, se duerme). Nos cuentan, como a pesar de organizarse lo mejor posible, su presencia desata el rechazo de parte del vecindario que les increpan y toman fotos con los teléfonos cuando se echan a descansar un par de horas en los jardines del recinto hospitalario; también los insultos de familiares de otros pacientes o de algunos de entre el personal de limpieza. No les gusta su aspecto, sus ropas, sus maneras… No les afecta demasiado, son las que tienen, sus propias circunstancias, se acostumbraron al desprecio ajeno, bastante es ya la carga diaria y la pena de ver a un familiar agonizando.
Pero su forma de expresar el dolor llama la atención, incluso molesta a algunos. La cosa se complica, reciben ataques verbales, amenazas, al final se presenta la policía local preguntado por el líder. Aquello les deja a cuadros, como ellas dicen: “nos tratan como un clan, no somos ninguna banda, ninguna mafia. Nos levantamos al amanecer y nos deslomamos currando en los mercadillos, con nuestros puestos de fruta o ropa para sacar quince o veinte cochinos euros, aquí no hay padrinos, ni líder, ni cuentos. Acercarse a nosotros en ese plan y en este trance fue una provocación”. Repaso los diarios y en siete de ocho se alude al “clan” o “clan gitano”, incluso se les nombra, el “clan de los Brunos”. Vuelven a aclarar que ellos no son “los Brunos”, que allí son varias familias, los García, los Cuñado, los Romero…
La policía habla con algunos hombres, les piden que se vayan, ellos no entienden que no les dejen en paz con su dolor en momento tan duro. Se sienten intimidados, reaccionan mal, terminan llegando hasta siete furgones policiales que rodean al grupo completo de hombres y mujeres, son golpeados, algunas nos muestran los hematomas. Se llevan detenidos a un hombre mayor y dos jóvenes por defenderse del ataque. Finalmente la enferma fallece, ajena a cuanto su propia agonía -sin pretenderlo- ha desencadenado. A la puerta del juzgado las mujeres me lo cuentan, entre lágrimas, no quieren que los detenidos lo sepan aún. En cambio me piden que les comunique que el hijo de uno de ellos acaba de aprobar por fin el carnet de conducir. En el calabozo los tres hombres esperan, están agotados, dicen haber recibido algún que otro palo, transmito los mensajes de las mujeres afuera, por un instante todo adquiere vida.
Ya en la calle, convocamos a los periódicos locales para comunicar la versión de las mujeres pero, como era de esperar, ninguno contesta. Así que recurrimos a la creatividad y nos organizamos para crear una mini campaña en frente del juzgado, transmitiendo a la sociedad lo que somos, personas ante todo y que no nos merecemos el trato negativo de los medios, que sólo alimenta prejuicios. Ellas, mujeres sin voz, bien lo saben.
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