En este mundo donde lo anodino tiene su efecto bumerán y nos desgasta en la vorágine de lo insulso, pasan de madrugada las fechas conmemorativas que buscan refrescarnos la memoria, también desesperadamente despertarnos la conciencia o recordarnos que somos humanos, mejor dicho; que deberíamos ser humanos. Que fuera de nuestra órbita egoísta del Yo, se está viviendo otra realidad que no nos debe ser ajena.
Así pasó sin contingencia hace unos días, el Día Internacional del Niño Africano, el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil, como también franqueará las horas el Día Mundial de los Refugiados.
Y pasan los días que se vuelven años y décadas que se van empolvando con el tiempo y se van acumulando como objetos en desuso en la memoria colectiva de una sociedad que carece de escrúpulos, cada vez más insensible, arrogante y consumista.
Y mueren los migrantes desangrados, ahogados, se vuelven polvo en los desiertos, quedan los cuerpos abiertos sin órganos en cualquier matorral, en cualquier ladera, sobre el pavimento de una calle sin nombre. Mueren a causa de la agresión de la policía migratoria cuando los revientan a bala y a garrote. Y nosotros los llamamos extranjeros. No nos duele porque no es nuestra piel. ¿Qué son los migrantes?, ¿qué son los refugiados?, ¿los niños africanos?, ¿los niños explotados por el trabajo infantil?, ¿qué son las niñas, adolescentes y mujeres explotadas en el negocio de la trata con fines sexuales? ¿Acaso simples fechas conmemorativas? ¿Un suspiro y nada más?, ¿una oración hipócrita?, ¿una ofrenda por cortesía y culpa?, ¿qué somos nosotros como humanidad?
Somos de esos que lloramos con las películas y los documentales donde vemos un niño caminando descalzo sobre las espinas, con hambre y con frío. Pero en la esquina del semáforo entre semana vemos docenas de críos haciendo malabares con las horas para ganarse la vida y son invisibles a nuestra inconsciencia. Aquellos que se pudren en los basureros. Qué es de aquellos niños que trabajan como adultos en fábricas, fincas, en los mercados, en las calles. Sin infancia, sin la alegría de la sonrisa, con el tedio de la responsabilidad. Y si hablamos es para a decir “llegará lejos porque desde niño le están enseñando a trabajar,” y reverenciamos la explotación con nuestra doble moral.
Somos de esos jactanciosos que hablamos de política y de libros y de arte, con nuestros títulos como carta de presentación, con la apariencia y con las buenas costumbres, pero con la irresponsabilidad de no responder a nuestra obligación humana que nada tiene que ver con la educación formal ni con nuestra altivez. Es cuestión de entraña y sangre y conciencia. Nos debería ser innato el escrúpulo.
Hemos escuchado historias de una lejana Mamá África de la cual todos somos hijos, y negamos la herencia, negamos la esencia y el color. Allá lejos es donde mueren miles de niños por hambruna, allá es donde se desarrollan las guerras que exterminan las vidas de nuestros hermanos. Está lejos África, es una paisaje nada más, un paisaje en extinción. No nos interesa su desgarradora historia, su aterrante realidad. Ni los “diamantes de sangre” ni las niñas secuestradas, ni sus embarazos a causa, ni los genocidios. Porque África está lejos, ahí nomás frente al espejo, en nuestra habitación donde se refleja nuestra inhumanidad.
Conmemoramos y lloramos el Holocausto judío, pero no nos interesa el Genocidio Palestino. (Tampoco nuestros propios genocidios por eso los negamos). Ni ese mundo de refugiados que clama en las fronteras, y no nos interesa si tienen hambre, si duermen, si tienen frío, si tienen agua para tomar. Porque en nuestro egoísmo lo único que cuenta es el dolor propio. Nuestro mar infestado, nuestro propio ahogo. La herida ajena se puede gangrenar que aunque podamos ayudar no nos involucramos, no es nuestro asunto. En nuestro pedacito de tierra, en nuestros países que creemos que son el centro del universo, porque aún no hemos aprendido a vernos sin fronteras y aún no hemos aprendido a compartir, por lo contrario quitamos en lugar de dar, también tenemos refugiados en movilidad constante, ¿los vemos?, ¿qué hacemos para resolver el problema?, ¿de qué forma nos involucramos?
África, Siria, el Genocidio, los refugiados, los niños explotados por el trabajo infantil y sexual, están ahí dentro de nuestras casas, en las paredes, en el techo, en los cimientos, en el jardín. Están ahí abriendo la puerta, se les puede observar en la banqueta, en la calle, en la casa de enfrente. En la colonia vecina, a la vuelta de nuestra oficina. Dentro de nuestra fronteras egoístas. África, Palestina, los niños explotados, las niñas secuestradas y violadas somos nosotros mismos. Ellos están a nuestro alrededor con otros nombres, en diferente color. ¿Por qué no los vemos? ¿Por qué no los sentimos?¿En qué nos hemos convertido? ¿Cuándo el dolor ajeno será el nuestro, cuándo nos daremos cuenta que la grandeza de un ser humano está en su conciencia y consecuencia, en su tesón y en su amor por el hermano que no es de sangre? El hermano que es del camino… El hermano que debe ser del corazón. No dejemos que la vorágine del olvido extinga nuestra sensibilidad.
Ilka Oliva Corado
Twitter: @ilkaolivacorado