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“El contraataque de Izquierda Unida” (Propuesta de un militante)

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Frente a pesimismos de origen diverso, creo firmemente que Izquierda Unida puede y debe tener un rearme ideológico, el cual le permita pasar al contraataque político más pronto que tarde, y ser factor principal, en vez de secundario, en el devenir de nuestra tierra compartida. Hay base material para esto que digo.

Algunas personas quienes ahora lean, quizá hayan leído o escuchado palabras mías en funciones directivas de una de las principales asociaciones republicanas del país, o de un importante centro cultural madrileño. Ambas sin sueldo, añado. No es de la atención de este escrito decir los nombres. Sí, que estas líneas las redacto y firmo como militante de base de Izquierda Unida. Fue en 1995 y en Andalucía cuando, iniciada yo la veintena, escribí públicamente por última vez en esa calidad. Hasta hoy.

No he desempeñado cargo alguno en ningún momento. Mi labor ha estado orientada al activismo sociocultural y republicano, como ya referí.

La última vez que participé en un proceso electoral como apoderado, fue en 1995 en Utrera (Sevilla) He vuelto a hacerlo en estas elecciones de mayo de 2015, en Madrid ciudad, y de nuevo con las siglas de Izquierda Unida. Al margen de otros factores. Dicho esto, explicar, igualmente, que mi formación profesional, con independencia de los espacios de cultura a los cuales me dedico fuera del trabajo retribuido, es la de un operario de oficios manuales, y un mecánico. Ahora que el origen, como en tiempos pasados, parece volver a tener, para ciertas personas, una importancia decisiva también en política, prefiero ser yo mismo quien refiera el suyo.

Nuestra coalición, Izquierda Unida, se ha visto sometida a múltiples tensiones derivadas de los llamados procesos de convergencia o de unidad popular, y a la relación con el partido político "Podemos". Yo no soy tan ingenuo como para creer que no han influido otros factores. Pero señalo, aquí, el principal, por haber actuado como detonante de conflictos. Donde más graves han resultado, como sabemos, es en Madrid.




Más allá de otros motivos subyacentes los cuales -repito- no ignoro, pero al objeto de mi propuesta, quiero orillar, el punto nodal de desencuentro, ha estribado, no en la idea en sí de convergencia o unidad popular, mas en la forma de llevarla a cabo. A este respecto, "Barcelona en Comú" y "Ahora Madrid", aun sobre una misma base, representan modelos distintos, y diferente ha sido la relación de Izquierda Unida con ambos.

Y sucede, que si para todo en la vida las formas tienen importancia, más cierto resulta en política. Por eso, quiero ir al fondo de la cuestión. Y hacerlo, justamente para hallar ahí un espacio, una fórmula, un discurso... los cuales permitan superar enfrentamientos entre personas que deben estar, que debemos, en el mismo lado. Ese discurso, yo lo adelanto, es el de la República. Pero de verdad. De manera sostenida. En todo momento y ocasión.

Aunque pueda resultar obviedad el decirlo, no ha de insistirse nunca lo suficiente en explicar cómo la España actual, la del año 2015, sigue condicionada por casi cuatro décadas de dictadura franquista, vencida la heroica resistencia de la II República. Ese condicionamiento franquista hasta hoy, no sólo se materializa en el orden constitucional de 1978, cuya Monarquía como Jefatura del Estado, es no casualmente producto del franquismo.

También, la influencia de la dictadura se extiende, bajo ese amparo, por todo el funcionamiento político -por ejemplo, la Ley Electoral vigente-, económico -con poderes surgidos bajo el franquismo y la esclavización y el expolio a los republicanos-, el funcionamiento cultural y el sociológico, llegando así a esa concepción de lo público como un coto personal para el saqueo, fuente de la corrupción y el desprecio a la política propio de los fascismos. Por atroz que resulte admitirlo, estamos en un país cuyas líneas fundamentales, con la Monarquía al frente, fueron fijadas por la dictadura franquista.

Reconocer esto, no supone demérito para quienes lucharon por la democracia durante la llamada Transición. Yo no lo veo así. Es simplemente constatar que el franquismo, con su Monarquía, resultó más fuerte entonces, y definió márgenes en los cuales nos movemos, todos, todavía hoy. Mi propuesta pasa, de manera indefectible, por reconocer esto, para cambiarlo. De ahí la importancia trascendente de una Memoria histórica efectiva en términos de Verdad, de Justicia y de Reparación. Quiere decirse, con efectos legales lleguen estos hasta donde lleguen en el edificio del Estado. Inclusive hasta lo más alto; hasta su Jefatura.

Hay un fenómeno de cuanto algunos llaman comunicación política, en el cual merece la pena observar ciertas características: muchos conceptos presentes en los discursos de los movimientos sociales y políticos ahora emergentes, provienen del -llamémoslo- republicanismo clásico. Lo expresaré de otra forma, aunque sin ánimo ¡conste! de reclamar especificidades: mucho de cuanto ahora se oye, ya lo decíamos desde hace años en el activismo republicano. Y no es -conste también- mérito propio, mas herencia a su vez de la I y la II Repúblicas españolas.

Así, cuando en el republicanismo reivindicábamos el concepto -junto a la palabra-, patriotismo, sobre una base democrática popular y aun plurinacional, sólo manteníamos ideas-fuerza ya magníficamente expresadas por gigantes de la República, de la talla de Pi y Margall, de Azaña, de José Díaz, de Negrín, de Companys, de Dolores Ibarruri... También, de poetas como Alberti, como Miguel Hernández y Antonio Machado, quien no vanamente escribía: "no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra".

Pero cuando hablábamos de estas cuestiones, y de otras ahora también muy en boga, como la necesidad de un Proceso Constituyente, algunos nos miraban entonces de forma muy extraña desde no sabemos qué supuesta ortodoxia de izquierdas. Nostálgicos, se nos llegó a decir. Y sin embargo, muchas de esas personas abrazan ahora con entusiasmo los nuevos movimientos. Nada reprobable veo en ello. Sólo constato, que lo nuevo nunca viene de la nada, incluso cuando se presenta de una manera distinta. Ahora bien: sí que hay una muy importante diferencia cualitativa, sobre la cual asienta la oportunidad de escribir estas líneas.

Los conceptos que manejábamos desde hace años en el asociacionismo republicano, tenían -siguen teniendo- su razón de ser, en la República misma. En un Estado republicano. Sin él, quedan en meros significantes vacíos, paródicos y hasta contraproducentes, por cuanto inducen al engaño.

Cuando se habla -y muchos lo hacen- de valores republicanos, se obvia que, al menos en España -un Estado monárquico condicionado por el franquismo- dichos valores son de imposible pleno vigor, si no van acompañados de la República en sí.

Cuando se manejan -como se están manejando- conceptos republicanos, pero se olvida o relega -como también está sucediendo en parte reconocible de los nuevos actores políticos- la necesidad de un Estado, de un país, en forma de República, la cual recuerde y actualice, a su vez, los logros democráticos de la Primera y de la Segunda en España; entonces, digo, estamos en una grave incoherencia y con un serio obstáculo para que la victoria del Pueblo a la cual se aspira, tenga la realidad y el alcance necesarios. Desde el republicanismo, venimos avisando lealmente de esto hace meses ya, y es algo que entronca con el papel actual de Izquierda Unida, por lo siguiente:

La consigna del momento -la repiten artífices incluso luego enfrentados entre sí- parece ser desalojar al PP de las Instituciones. Bien. Convenimos, desde luego. Pero, ¿ahí queda todo?

Desde el surgimiento del 15-M, se ha venido hablando -y con legítima esperanza, añado- de regeneración e incluso de revolución democráticas. Nombradías las cuales, en mi opinión, deberían usarse de manera consecuente, so pena de causar desilusión luego.

Es comprensible preguntarse cuánto tiene de verdaderamente revolucionario, por ejemplo, sustituir lo que antes eran pactos PSOE-Izquierda Unida, por pactos PSOE-"Ciudadanos", o PSOE-"Podemos". En cualquier caso, este es sólo un aspecto de la cuestión. El fondo, es si se entiende que la regeneración, el cambio, la revolución democrática... o cualquier otro nombre el cual se esté usando para enunciar el mismo objetivo político en estos tiempos, puede tener lugar en el marco oficializado en 1978. Mi respuesta es no.

Ya he dicho, y lo repito ahora, que aseverar esto, no supone desdoro alguno para quienes lucharon por las libertades entonces. Es simple y honestamente -repito también- reconocer que la herencia franquista marcó irremediablemente el régimen español nacido en 1978. Por ello, una regeneración democrática verdadera, no puede tener como marco ese régimen, incluso aunque se hagan ciertos retoques, como algunas personas quieren.

Supone una contradictio in terminis, el que bastantes iniciativas regeneracionistas de ahora, no se cuestionen sin embargo el régimen de 1978. Al menos, no seriamente y más allá de la retórica. Así, cuando se llama a salvar el estado del bienestar -y requiero, por favor, atención sobre esto-, se obvia que, entendido dicho estado -tal parecen entenderlo muchos- como el fruto de 1978, ya llevaba entonces en su seno las semillas de su propia destrucción. Una herencia genética, lo digo de nuevo, de impunidad franquista. Por eso es insalvable ese estado, incluso cuando se produzca, por momentos, el espejismo.

No es casual, repárese en ello, que no exista ni siquiera acuerdo entre muchos proclamados regeneradores, sobre cuál momento, dentro de ese régimen de 1978, representaría un modelo ideal de referencia sobre el que volver.

Unos hablan de la primera legislatura de Zapatero. Otros, de la también primera de Aznar. No pocos, se remiten al 1982 y el "por el cambio", de Felipe González.

Para mí, ningún regeneracionista democrático consecuente, puede tener en ellos ningún modelo. Esto, al margen de los nombres propios y las diferencias de gestión. Yo hablo de algo más profundo; algo sistémico. Y ahí, el punto de quiebra democrática fundamental, sin el que no se pueden entender todas las demás quiebras de nuestro país, se sitúa en 1939, cuando España fue despojada de su República, con métodos ilegales y genocidas.

Esto nos lleva a la pregunta clave del momento actual: convergencia, sí. Pero, ¿para hacer qué?; ¿para recuperar cuál estado del bienestar?

En los colectivos republicanos hemos afirmado, y yo lo mantengo, que sin República no puede haber regeneración democrática, ni estado social duradero en España. Por tanto, mi tesis es que lo determinante en las políticas de convergencia y de alianzas, sea si se defiende esa ruptura democrática en clave republicana, o no. Esa debería ser la gran pregunta en torno a la convergencia, por encima de la forma, o formas, que ésta adquiera.

Ciertamente, los contenidos influyen de modo dialéctico en la presentación. No resultó azar que el Frente Popular de la II República española, un modelo ahora en mente de todos, fuese coalición electoral: se respetó la personalidad de cada organización integrante.

En las pasadas elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo de 2015, el republicanismo, con algunas excepciones simbólicas, ha estado ausente. En todas las grandes formaciones, incluida Izquierda Unida. Reconozcámoslo.

En el IV encuentro estatal republicano, convocado por la JER (Junta Estatal Republicana) el pasado 25 de abril, tuve ocasión de mostrar un cartel histórico, de la coalición por la República que triunfó en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Era un papel bien sencillo, ejemplo de unidad y claridad en el mensaje. Decía simplemente: "Votad a la República".

En ese encuentro de la JER -a la cual pertenece Izquierda Unida-, yo quise poner aquel cartel histórico como modelo de convergencia republicana. De éxito igualmente histórico, añado. Sin embargo, la JER fracasó -fracasamos, pues no está en mi naturaleza eludir responsabilidades-; fracasamos, digo, a la hora de introducir la República en las elecciones del 24 de mayo de 2015. No digo esto para herir, sino para aprender y avanzar. Izquierda Unida, aun formando parte de la JER, pareció no interiorizar la importancia de la República, en su discurso electoral.

Ya he escrito en varias ocasiones, como activista, que un discurso republicano de entidad, debe ir más allá de una referencia histórica, de una efeméride, de una pulsera o pañuelo tricolor, o un terminar las palabras diciendo "Salud y República". Bien está todo eso, pero debe haber más. No lo hubo, y en ninguna gran fuerza política, en las elecciones del 24 de mayo de 2015.

Se alega, a veces, "que son una elecciones municipales o autonómicas". ¿No fueron igualmente municipales las elecciones que desembocaron en el 14 de abril de 1931?, respondo yo. "Hay otros temas -urgentes, inmediatos- los cuales tratar", se excusa también a veces, por no decir siempre. ¡Ah! - y esta es una de las claves de toda la cuestión; cuanto diferencia, a mi entender, la política de alcance, la política necesaria, del cortoplacismo y la demagogia-: es justamente la capacidad de poner en relación todas las cosas; las concretas y las generales, las grandes y las pequeñas, las cuestiones del presente, con las del pasado y del futuro, lo que define la política y la organización política. ¡Es justamente eso!

Sin esa imprescindible conexión de todo, se puede tener acción social, sectorial, humanitaria... cuestiones siempre necesarias y loables. Pero no un proyecto político distinto al definido por los propios márgenes del régimen en el cual se opera, ni un nuevo proyecto de país, como hoy se afirma querer, pero sólo puede tenerse en forma de República plurinacional, federada, participativa, laica y solidaria. Quien no sepa ver la insoslayable relación de esa República, con lo apremiante e inmediato; con el empleo digno, con el derecho a la vivienda, con la sanidad y educación públicas, con la cultura... y a su vez, con el sindicalismo, con el mundo del trabajo, y con la memoria, entendida esta como el fin de la impunidad del franquismo latente. Con los derechos de los pueblos y los derechos humanos. Quien no sepa o no quiera ver, digo, esa relación, no hace política de conjunto. Hace otra cosa. Pero no, valga la expresión, política de estado.

Ya he dicho en varios lugares, y de nuevo aquí, que el discurso de la República no es, en modo alguno, el de la anti-política, sino el de la extensión de la Política, puesta así al alcance de la mayoría. Quienes renuncian a la República, lo digo con todas las letras, renuncian a la victoria del Pueblo; a la victoria más real, profunda, irreversible.

Cuanto debe definir de verdad las convergencias, es si quieren hacer política sin romper -reformas aparte- con el régimen monárquico post-franquista de 1978, o rompiendo con él en modo de República que entronque con la legitimidad ¡nunca abolida! de 1931. Llamo, pues, a trazar esa divisoria, en vez de las que ahora están afectando a Izquierda Unida.

En apostar por la República de forma coherente y sostenida, es donde pueden volver a reencontrarse compañeros y compañeras ahora enfrentados. Yo pregunto: todo el esfuerzo que hemos vertido en el activismo social, en las mareas... ¿cuál forma hay de hacer que se mantenga, si no es en un Estado republicano, con "gobierno del pueblo y para el pueblo", cito a Lincoln en su discurso de Gettysburg frente a los esclavistas?

Si no traemos esa República, todos los demás triunfos serán pasajeros. Sólo la República puede garantizarlos.

Hay quien sostiene, que el discurso obrero hace innecesario el republicano. Hablan de las Repúblicas con gobiernos de derecha, etc. Yo creo, que la experiencia post-15M, debería haber servido ya, cuando menos, para curar esos prejuicios. Si no, remitámonos a la Historia de España: el primer diputado obrero del Parlamento, Pablo Iglesias Posse, lo fue en coalición con el movimiento republicano. El primer -y, hasta el momento, único- Jefe de Gobierno español perteneciente a la clase obrera, Francisco Largo Caballero, lo fue con la II República. Nunca en la Historia de nuestro país, tuvo tanto protagonismo la clase obrera, como durante la República y -especialmente- en su defensa frente al fascismo. Por eso, en España, el movimiento obrero, como también el feminista -recordemos que fue con la II República cuando las mujeres pudieron votar por vez primera- es consustancial al republicanismo. Esto adquiere trascendencia hoy, cuando vemos que varios movimientos declaradamente regeneradores, pero los cuales dicen no querer romper el sistema de 1978, parecen olvidarse, además, de la clase obrera.

Son justas, afirmo, las necesidades de los jóvenes muy preparados. Pero también lo son, las de quienes no tan preparados o no tan jóvenes. Yo algo entiendo de esto...

La República, por su Historia, tiene ahí lugar, y debe seguir teniéndolo Izquierda Unida. Nuestro discurso, justamente por republicano, debe tener su base en esa mayoría de trabajadores y de trabajadoras. A nada, absolutamente a nada, teme más la oligarquía española, que a la República. Es el gran tabú. Ni los nuevos actores políticos parecen poder escapar a él...

Para el poder realmente existente en España, nada hay más radical, nada más revolucionario, que la República. Y, tal cual están planteadas las cosas en nuestro país, tienen razón, ¡tienen razón! Sepamos verlo.

Es evidente, que el sistema ha apostado -sigue apostando- duro por la desaparición de Izquierda Unida. Pues bien: contraataquemos donde más le duele, que es la República.

El Sistema quiere llevarnos a la marginalidad. Seamos entonces, la primera y más poderosa fuerza política anti-sistema de este país. Seamos la primera fuerza republicana sin concesiones.

Sobre tres ejes primordiales ya expuestos desde el asociacionismo: 1º- Fin de la impunidad del franquismo. 2º- Ilegitimidad del régimen monárquico heredado. 3º- República en España digna -cuestión esta esencial- de la Segunda.

¿Situaría esto a Izquierda Unida en la radicalidad? Ciertamente. Pero en la radicalidad democrática, parafraseando título del gran filósofo Carlos París, con quien tuve el honor de trabajar. A ese radicalismo me refiero. Nadie habla aquí de echarse al monte. Pero considero fundamental para la cuestión que nos ocupa, asumir que cuando es un régimen quien busca destruirte, la única defensa posible, es destruir antes ese régimen. Sea nuestra lucha democrática; republicana, la de quienes no tienen nada que perder, la de los desheredados, la de los condenados. Como Espartaco. Es justamente ahí donde podemos vencer.

Tengo para mí, que el fundamento de la política, no es tanto afirmar quien se es, como hacer cuanto se debe. Y subrayo cuanto, que significa todo. Ir a la raíz, de donde deriva, precisamente, la radicalidad.

Un discurso, invito a observarlo, cuyo eje fundamental es derrotar a la derecha, entendido ello como vencer al PP en las urnas, y otro discurso, consistente casi en exclusiva en decir "somos la izquierda de verdad", adolecen ambos, en mi opinión, de análoga falta de hondura. Señalo esto, disguste a quien disguste. Para superarlo.

Un discurso inequívocamente republicano, sin ambigüedades, cimentado en las experiencias de justicia social, y de progreso, que supusieron las Primera y Segunda Repúblicas españolas, puede generar mayorías de transformación real. El republicanismo consecuente, hablo con noción de causa, es capaz de conseguir las transversalidades requeridas.

En las bases de muchas organizaciones, en la ciudadanía misma, hay un espíritu de República frecuentemente ignorado, pero del cual el propio régimen monárquico es muy consciente, y por ello el tabú.

¿Fue casual el reemplazo del Juan Carlos I por Felipe VI, como una de las primerísimas medidas en cuanto se apreciaron síntomas de crisis del bipartidismo? No fue casual. Da una exacta medida de la importancia capital de la institución monárquica, en la continuidad del establishment. Es por ello la importancia, también capital, del republicanismo para derribarlo.

Y las circustancias históricas colocan a Izquierda Unida -de manera paradójica, quizá, para algunos- en la mejor situación para abanderar esa lucha democrática: desahuciada por el régimen, está destinada a acabar con él, o sucumbir. ¡Y no podemos perder! Cuanto se tiene reservado a la gran mayoría de la población, a pocos años vista, es la pobreza y la injusticia extremas. El régimen oligárquico español, por su propia naturaleza, es irreformable, y sólo cabe sustituirlo por un sistema de fraternidad republicana.

Propongo entonces, que las actuales diferencias en Izquierda Unida, y de ésta, a su vez, con otras organizaciones, se trasladen a este sólo paradigma: o con el Reino de la oligarquía, o con la República de los trabajadores. Los súbditos, a un lado. Los hombres y las mujeres; las mujeres y los hombres, libres, a otro.

¡Establézcase esa nueva línea, esas dos orillas!, y se comprobará cómo nos encontramos en el lado correcto una mayoría, superando divergencias las cuales pasarán a un segundo plano en virtud de lo señero del objetivo; de la meta.

Izquierda Unida puede resurgir como una fuerza implacablemente republicana y contra el sistema sin equidad que guarnece la Monarquía en España.

Se necesita valor, es cierto; trabajar en un terreno distinto al de casi todos los protagonistas políticos y mediáticos actuales. Pero la hora de la República siempre ha sido la de las personas valientes. No hay otra forma, y tampoco para Izquierda Unida.

La República, en España, fue un país que existió, y el cual defendieron millones de personas, los trabajadores y las trabajadoras a la cabeza. Luchando por la República en todos los frentes y con todos los medios democráticos, Izquierda Unida luchará por un país entero; por aquel país en su forma actualizada. ¡Que los problemas de la convergencia y de las alianzas, se diriman sólo entre quienes están dispuestos a luchar por ese país, y quienes no!

Yo creo con toda mi persona, inconmoviblemente, en la capacidad de una causa justa y a la vez inmensa, de aglutinar; de ir sumando en su consecución, no importa el número de quienes la inicien. He visto hacerlo. Y late en mí esa convicción en forma quizá no templada, excesiva. Pero cierta.

Quiero ponerla, y la pongo, al servicio de mi organización, de Izquierda Unida.

Miguel Pastrana
Madrid, 18 de junio de 2015

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