Pueden estar muy satisfechos los familiares, amigos y compañeros de Pedro Zerolo, pues su despedida ha concitado el respeto y el cariño no sólo del colectivo gay, por el que tanto luchó, sino de todos los progresistas que desean una sociedad más justa y tolerante.
Esperando mi turno en la Plaza de la Villa de Madrid para ofrecerle mi reconocimiento, pude comprobar con asombro la variedad de ideologías y edades de las personas que habían acudido, como yo, esa tarde nublada a despedirlo con agradecimiento y admiración.
Su talante tranquilo, educado y cariñoso ha dejado una estela de complacencia en quienes hoy disfrutamos de más derechos, gracias a personas como él que se dejaron la piel por ampliarlos. Cierto es que la lucha por los derechos civiles no se debe sólo a la labor de un individuo, siempre es una obra colectiva en la que muchos empujan desde diversos ámbitos de la vida, pero cierto es también que siempre se necesita de la relevancia pública de algunos de esos individuos para visibilizar las reivindicaciones y extenderlas al ámbito político, en el que deben operarse los cambios jurídicos necesarios para que esos nuevos derechos civiles sean materialmente reconocidos y protegidos.
Ese es, creo, el papel crucial que jugó Pedro Zerolo en la sociedad española en los últimos veinte años, y ese es, creo, el sentir general que su despedida pública ha suscitado. La petición ciudadana de que una plaza del barrio de Chueca lleve su nombre sintetiza mejor que ninguna otra la iniciativa popular para reconocer y agradecer el trabajo que, por muchos otros, hizo Pedro a lo largo de su vida.
Yo tuve la ocasión de trabajar con Pedro Zerolo un par de años, a principios de los noventa, aunque no de fraguar con él una amistad, y siempre me llamó la atención su disponibilidad a considerar con calma cualquier iniciativa que le proponíamos o le consultábamos. Nos reuníamos con él un par de veces a la semana y, en el ámbito concreto de mi colaboración activista, su siempre templado e inteligente análisis jurídico buscaba el beneficio a largo plazo de la idea propuesta pero cuidando mucho que dicha idea no causara perjuicio a nadie. Me llamaba la atención su forma jurídica de plantear los conflictos o las necesidades y aquel activismo que compartí entonces con él, y con otros que siguen hoy en la brecha, influyó decisivamente en mi primer retorno a los estudios de Derecho, de los que me había apartado la política partidista tres años antes.
El salto de Pedro a dicha política fue sin duda polémico para el colectivo gay, pues unos defendían la independencia del movimiento frente a los partidos y, otros, defendían que sólo a través de la política se lograrían avances considerables para dicho colectivo. Al concurrir a las elecciones municipales de 2003 en las listas del PSOE, Pedro dimitió como presidente de la Federación Estatal del movimiento gay (FELGTB).
Aunque aquel salto a la política partidista dio a Pedro mayor relevancia pública, creo que él siempre tuvo la virtud de mantener en primer plano su adscripción a la reivindicación de los derechos del colectivo gay, dejando en un segundo plano su adscripción concreta a una determinada ideología política. Esa virtud le permitió mantenerse como un referente público de dicho colectivo, aun siendo militante y político de un partido concreto. También creo que su elección como concejal socialista de Madrid en 2003 influyó decisivamente en la apuesta por el matrimonio gay que hizo el PSOE en el programa electoral que presentó a las elecciones generales de 2004 y, una vez este partido en el Gobierno, creo que Pedro consiguió visibilizar más que ningún otro político o activista la trascendencia social de la tramitación de la ley para el matrimonio entre personas del mismo sexo. De hecho, entonces se llegó a leer en algún periódico que Pedro había puesto esa condición al PSOE para entrar en sus listas electorales.
Sea como fuere, y como decía al principio, la lucha de un colectivo no es sólo la lucha de un individuo y a Pedro lo acompañaron durante muchos años activistas de otras organizaciones y movimientos y, más aún, militantes esforzados sin relevancia pública que, día a día, aportaron su tiempo libre a la causa LGTB. Sin embargo, Pedro Zerolo se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos de los homosexuales, sintetizando la visibilidad colectiva de las reivindicaciones de todos ellos, incluso de quienes empujaban desde fuera de los movimientos organizados (actores, guionistas, productores, escritores, periodistas, empresarios e incluso consumidores de productos y ocio para gays y lesbianas).
Creo que los ingentes avances que ha hecho el colectivo gay en los últimos veinticinco años se deben a una combinación del impulso colectivo del movimiento con el impulso individual que cada homosexual ha dado a la reivindicación de sus derechos, consiguiendo la aceptación de los mismos en su entorno (sea en su familia, en su centro de estudio o de trabajo, en la calle y hasta en la discoteca en la que ha bailado). Pero, sin duda, siempre hay personas que reúnen más que otras la simbología de una ola colectiva que transforma la sociedad, y Pedro Zerolo es una de esas personas, quizá nuestro Harvey Milk nacional, pues a lo largo de su vida demostró a muchos gays y lesbianas que la primera condición para reclamar sus derechos era visibilizar su opción sexual saliendo del armario. Creo que su mensaje queda hoy más claro que nunca: “con mucho orgullo”, es decir, “con un par” (de lo que sea).
FRANCÍ XAVIER MUÑOZ
Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial