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El rey Juan Carlos se alojó en Abu Dabi en un hotel-palacio de siete estrellas.

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“El rey se sintió fascinado con el hotel-palacio de siete estrellas, esa especie de gigantesca plaza de toros al final de La Corniche, el paseo marítimo que recorre el skyline de Abu Dabi. Degustó los mejores vinos en la última planta, donde solo tiene acceso la realeza, y paseó como un niño por el lobby en el que se adquieren monedas de oro en una máquina expendedora, se compran relojes de diamantes, se degustan mojitos en el Havana Bar o se contratan las mejores prostitutas del mercado. Todo en un país donde la sharia es la ley”, según informa Espía en el Congreso. 

final de partida ana romeroEl libro de Ana Romero, “Final de partida”, cuyo contenido está produciendo un verdadero terremoto entre las élites españolas, desvela como Juan Carlos se ha hecho inmensamente a rico, aunque a su abdicación ha dejado a un país empobrecido, ya sin clase media, con un dramático desempleo que es motivo de escarnio internacional, un exilio laboral masivo y una democracia inexistente en cuanto a división de poderes, controles democráticos e hiperinflación de cargos e instituciones políticas y públicas. Por eso su sociedad civil, sin apenas recursos ni palancas, se ha levantado con fuerza.

De ahí que la inmensa riqueza del rey siga levantando estupefacción y horror entre sus paganos: “Supuestamente, Arabia Saudí abrió el camino de Juan Carlos I para construir una fortuna que nunca tuvo y Emiratos Árabes la consolidó. En la primavera de 2008, cuando por circunstancias personales yo vivía en Abu Dabi, don Juan Carlos decidió revivir esa vieja amistad que tuvo conZayed, al que solo había visitado oficialmente con la reina en 1981. Nunca más había vuelto a poner un pie en Abu Dabi, hasta el sábado 24 de mayo, tras «dos gatillazos» —como se hace referencia en la jerga diplomática a dos viajes fallidos—, la química funcionó de maravilla a pesar de la diferencia de edad entre el rey y el heredero del fundador, el jeque y general Mohammed bin Zayed al-Nahyan (MBZ en la jerga diplomática), de 43 años, así como con su guardia de corps: hombres jóvenes educados en universidades anglosajonas como Khaldoon al-Mubarak, de 40 años, gran capo de Mubadala, uno de los fondos soberanos más importantes del mundo, así como presidente del Manchester City“.
 
“Con Khaldoon se fotografió el rey emérito en octubre de 2014, apenas unos meses después de abdicar, en el estadio Etihad del Manchester City. También estuvo con él en noviembre de 2014 cuando acudió a la Fórmula Unode Abu Dabi. El 18 de marzo de 2015, Khaldoon y don Juan Carlos se reencontraron en la Ciudad Condal, donde el Manchester City jugó contra elBarcelona”, señala Ana Romero. Y añade: “Como digo, aquel sábado, por la noche, cuando don Juan Carlos pisó Abu Dabi por primera vez después de veintisiete años de ausencia, descubrió la ciudad-estado más rica del mundo, un lugar que alguien comparó al Flandes español que emergió de las marismas: el imperio de MBZ, que tan pronto bombardea posiciones islamistas en Libia como diseña proyectos de probada megalomanía como los museos de la isla Saadiyat, la Fórmula Uno en la isla de Yas o la ciudad ecológica Masdar City“.

Fotografías del hotel Emirates Palace (Página web)
Fotografías del hotel Emirates Palace

Y eso “reactivó su condición de mejor embajador de España: nuestro país tenía que compartir las oportunidades de negocio que se abrían ante él. En 2008, solo un puñado de españoles estaba inscrito en el consulado. «Qué feliz está aquí la gente», comentó don Juan Carlos esa noche en la cena íntima que MBZ el preparó en el Emirates Palace junto a 18 personas entre españoles y emiratíes. La mayor parte de la delegación del rey, formada por medio centenar de personas, tuvo que encontrar la manera de entretenerse por su cuenta”.

king-juan-1024x490Abu Dabi: la reciente modernidad contrastaba de forma 
abrumadora con las costumbres domésticas medievales

La autora describe a los anfitriones: “Los hermanos Al-Nahyan, comandados por Mohammed, habían abrazado la modernidad de las formas con tal fuerza que el contraste con las costumbres domésticas medievales resultaba abrumador. El rey apenas pudo reconocer ese campamento mal construido por libaneses sin escrúpulos que visitó en 1981 con doña Sofía. Entonces, los residuos iban a parar directamente al mar. En 2008, en cambio, disfrutó de un baño en las turquesas y transparentes aguas del Beach Club del hotel, donde antaño los hombres se tiraban al Golfo para recoger perlas. Muchos morían porque los pulmones les estallaban, pero en la actualidad sus descendientes conducían coches de lujo por La Corniche. A veces, con la tapicería aún cubierta por plásticos. ¿Para qué retirarlos cuando se va a cambiar tan pronto de automóvil?”

El rey hizo de intermediaro en los negocios de los árabesEl rey hizo de intermediario en negocios con los árabes

“La ecuación económica con la que se encontró el monarca era imbatible: mientras en el Golfo el precio del barril de petróleo se acercaba a los ciento cincuenta dólares, Occidente se deslizaba hacia la crisis del credit crunch, crédito bancario, de forma inexorable. Todo estaba por hacer, por construir y por invertir entre los nuevos ricos del Golfo. Don Juan Carlos les abrió sus brazos y los Al-Nahyan correspondieron. El país, del tamaño de Andalucía y con menos historia y peso que Arabia Saudí, había empezado a coleccionar trofeos entre la realeza occidental, desde el príncipe Andrés de Inglaterra a su desprestigiada ex, Sara Ferguson. De esta manera cree agrandar el empaque de una Casa que cuenta ya con quinientos príncipes, una nimiedad comparados con los al menos veinte mil de la Casa saudí”, escribe Ana Romero.

“Los Al-Nahyan quieren sentirse parte de la hermandad monárquica global integrada apenas por quince países. Como los Al-Saud, desean que los royals de verdad, los de Occidente, los de toda la vida, «blanqueen sus regímenes dictatoriales vestidos de dishdash», explican diplomáticos árabes conocedores de las costumbres locales. De ahí todas esas oscuras princesas germanas que me iban presentando en fastuosas bodas reales los años que viví allí. Todas me parecían iguales: altas, grandes, con largos apellidos y aburridos collares de perlas. Iban invitadas desde sus países de origen, a gastos pagados, con posibilidad de disfrutar del sol en un hotel de lujo”, concluye el libro.





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